Otra vez rodaba sobre la vieja conocida carretera, en la cual había comenzado a manejar en serio unos 14 o 15 años atrás. En otras condiciones: ya tenía aire acondicionado, suspensión cómoda y equipo de sonido decente. Esas comodidades nos permitieron viajar con confort, lo que propició una atmósfera distendida y relajada, a pesar de que la carretera distaba mucho de estar en buenas condiciones y necesitaba toda mi concentración para evitar caer en los numerosos baches que poseía. Helga en cambio tenía su atención puesta en el paisaje, nuevo ante sus ojos, y parecía estar registrando en la memoria cada detalle para luego plasmarlo en alguna obra. De vez en cuando se le escapaba una expresión de asombro, cuando algo la conmovía sobremanera. Su alma de artista estaba disfrutando al máximo la ocasión.
Hicimos la primera parada para almorzar en un comedero típico de la zona de llanura que estábamos atravesando en esa etapa del viaje. Unas cuantas mesas con rústicas sillas de madera y mecate entrelazado para el asiento y el respaldar, y al fondo del local el asadero: un gran fogón en donde se cocinaba a fuego lento la carne, atravesada en unas largas varas de madera. Se compraba la comida por peso, y los acompañantes eran la consabida yuca salcochada, arepas de maíz pilado y un queso de mano fresco, muy apetitoso. Teníamos bastante hambre pues el desayuno no pasó de ser un café acompañado por galletas dulces, consumido a la carrera para no perder tiempo. Mientras comíamos, Helga inició una conversación que nos debíamos hacía rato.
-Tomás, no quiero parecer entrometida, pero hay algo que me desconcierta. ¿Por qué permites que Lucía te maltrate tanto? Tú eres una persona maravillosa, y no te mereces eso.
Me alcé de hombros, y le contesté:
-Vaya, nunca me lo había puesto de esa manera, no me considero maravilloso en lo absoluto. Y sobre lo que me preguntas, creo que es pura comodidad. Ella se encarga, cómo decirlo para que no suene tan vulgar, de alguna de mis necesidades, y por ahora con eso tengo suficiente.
-No puedo creerlo, algo más debe haber detrás de esa situación.
-Por supuesto que hay algo más, tenemos una historia. Triste y patética tal vez, pero historia al fin. Y por el momento es todo lo que tengo, en ese sentido.
-Me parece muy conformista de tu parte, si me permites ser franca.
-Sí, tal vez. Ahora bien, me hiciste una pregunta boomerang.
Puso cara de extrañeza, como si no entendiera lo que le estaba diciendo.
-Sí, una pregunta que se te devuelve. Si Lucía no es una buena persona, Kurt no se le queda atrás: no vale nada, no hace ninguna labor de provecho, y para ser franco considero que te está viviendo.
Se quedó callada por un momento, y al rato dijo:
-Creo que no he debido comenzar esta conversación. Al fin y al cabo, los asuntos de cada quien son privados, y no nos conocemos tanto como para llegar a esas intimidades.
-Ah, no te me vas a zafar tan rápido. Después de todo vamos a estar juntos en este viaje por lo menos unos 4 o 5 días, así que mientras más rápido entremos en confianza mejor será. Cuéntame sobre Kurt, anda.
-No me siento cómoda, por favor vamos a hablar de otra cosa.
Vi que estaba transitando por un camino espinoso, y que había tocado un nervio sensible, por lo que dejé en suspenso esa conversación para tratarla más adelante, en cuanto sintiera que el clima entre nosotros hubiera mejorado.
-¿Qué te parece la comida?
-Deliciosa, nunca había comido carne cocinada de esta manera.
-Carne en vara, es una técnica muy popular por estos lados. Utilizan ramas largas de un árbol llamado «guatacaro», no sé si por comodidad pues es el que más abunda por estos lugares o porque tiene alguna propiedad en particular.
-Caramba, eres todo un conocedor.
-Cuando uno viaja por tierra se entera de muchas cosas. Por otra parte, los llaneros son personas dadas al habla, con tendencia a la exageración, y cuando se consiguen con un forastero se lucen con sus cuentos. Todos ellos han tenido peleas con caimanes de 5 metros, si les haces caso.
-¡Jajaja, qué divertido!
Como noté que se entretenía, acudí al arsenal de anécdotas recogidas durante mis travesías y la mantuve ocupada escuchándome un rato, tras el cual consideré prudente continuar el viaje pues quería cruzar el páramo antes de anochecer. Proseguimos el camino, y unas cuatro horas más tarde estábamos entrando a la carretera montañosa que nos llevaría a la ciudad de mis años universitarios. Íbamos a buen ritmo, pero el diablo tenía dispuesta otra cosa: un pinchazo nos hizo detener en un recodo de la vía, para proceder a la riesgosa maniobra de reemplazo del caucho averiado. Riesgosa por lo estrecho de la carretera, que me exponía a ser arrollado por los camiones que pasaban a milímetros de distancia. Esa circunstancia ocasionó que me tardara más de la cuenta en cambiar el caucho, y cuando terminé ya estaba oscureciendo. Y como es habitual en esa zona, una densa capa de neblina comenzaba a depositarse sobre todas las cosas, disminuyendo a niveles alarmantes la visibilidad.
-Creo que vamos a tener un cambio de planes, Helga. Tendremos que quedarnos a dormir por aquí, no me arriesgo a proseguir el camino en estas condiciones.
-Me parece prudente. Pero, ¿conoces algún sitio?
-Sí, uno muy especial, además. Espera a que lo veas y quedarás sorprendida.
Conduje por unos 15 o 20 minutos, a mínima velocidad, y enfilé el carro a la entrada de una vía auxiliar, que tras una larga bajada nos dejó frente a una especie de campanario de iglesia, rematado por una gran cruz.
-¿Qué es esto, un monasterio?
-Lo era, hoy en día es un hotel. ¿Verdad que es imponente?
-Si me lo preguntas, me parece algo tétrico. No me parece muy gracioso dormir en donde lo hicieron unos monjes de clausura, a ver si se me aparece el fantasma de uno de ellos a medianoche…
Lo decía medio en serio, medio en broma. Pero la despreocupé:
-Los fantasmas desaparecieron cuando llegó la luz eléctrica, descuida. Y estamos mi noble perro Byron y yo para protegerte, de hacer falta.
Nos chequeamos en la recepción y nos dieron dos habitaciones contiguas, las únicas disponibles, en el ala del hotel en donde se encontraba el campanario que vimos al llegar. Después de una ligera cena, nos fuimos a dormir, cada uno a su habitación. Gracias al cansancio acumulado en la larga jornada, me quedé dormido casi de inmediato.
Estaba sumido en un sueño profundo, cuando unos golpes a la puerta me hicieron despertar sobresaltado.