The Hobbit y Lo Imposible: Odiseas Paralelas

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De forma profética, el llamado de la aventura concluye el año en la cartelera. Ayer fue el mito unificador del relato universal, estudiado por Joseph Campbell y luego explotado por el lado oscuro de la fuerza en la franquicia de Star Wars. Hoy es la piedra filosofal de la línea de producción de la industria. Técnicamente se le denomina la fórmula del héroe de los mil rostros.
En consecuencia, el mismo conflicto adquiere diferentes máscaras para disfrazar la naturaleza programática de una historia inmutable. A veces recurrir al mencionado paradigma puede resultar una bendición. En otras desnuda la última manera de encubrir la maldición o la condena de la obra de arte en la era de su reconfiguración mecánica.
A continuación evaluaremos su impronta en dos estrenos de la temporada. El primero recibe por título The Hobbit y se basa en la novela homónima de Tolkien, considerada el germen literario de El Señor de los Anillos, cuya trilogía cinematográfica obtuvo el reconocimiento de la academia. Gracias al éxito de ella, Peter Jackson rueda la mencionada precuela a la cadencia de 48 cuadros por segundo y en tercera dimensión, con el propósito de duplicar el efecto mágico de su envolvente fotografía.
Sin duda, es incuestionable el aporte de la pieza al desarrollo estético del género fantástico. Pero la experiencia de verla en pantalla grande despierta sensaciones encontradas. Por un lado, admiramos la belleza plástica de la puesta en escena, el sutil embrujo de las secuencias de cámara, la abrumadora cadencia de los pasajes de acción y hasta el exceso kitsch del imaginario new age del autor.
Aun así, el hechizo no soporta el menor análisis de contenido, empezando por la innecesaria extensión del libreto y culminando por el contradictorio mensaje de fondo. De hecho su doble moral hacia el tema de la avaricia haría palidecer a un hipócrita defensor de la responsabilidad social empresarial. El reino de la película cae por la codicia de un gobernador insaciable. Un dragón castiga el pecado capital del caudillo, adueñándose de los bienes ajenos. La misión de la caravana liderada por Bilbo Bolsón, será recuperar el terreno expropiado a sangre y fuego. Pinta como una alegoría del país, una parábola del mundo actual sacudido por el afán de lucro y las guerras por el control de las riquezas.
En realidad, el film sucumbe a la propia megalomanía denunciada por el subtexto, al reciclar patrones previsibles en pos del botín de la taquilla. Al final escuchamos mucho ruido para tan pocas nueces. Lo Imposible casi naufraga en un océano cercano, devorado por la marejada de la falta de identidad y la corriente del melodrama español manufacturado para la exportación con estrellas de Hollywood. La rescatan el oficio narrativo de su director, el impresionante segmento de obertura, el trágico recital de Naomi Watts y el perfil humano de su alegato sobre la solidaridad.
El tsunami funciona como metáfora de la crisis ibérica e internacional, por superar con el concurso de los ciudadanos del globo en tiempos de tormenta. A pesar de su raíz etnocéntrica, el largometraje aboga por la evolución de la perspectiva colonial, infantil y turística. Inundados de optimismo, ojalá tengamos un venturoso desenlace para nuestra odisea de catástrofe en el 2013.
Publicado originalmente en El Nacional.

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