Somos unos enamorados del eclecticismo musical, de la incorporación de ritmos, de la integración cultural. Por eso abrimos esta lista con un disco que hace todo eso y más. Galactic es una banda nacida en Nueva Orleans en 1994 que ha levantado las banderas del funk mestizo durante sus casi 20 años de carrera. Ahora agruparon una cantidad de sonidos, estilos e intenciones en este álbum lleno de soul, funk, samba -incluso con su Magalenha-, música de marcha, jamtronica y cualquier cantidad de cosas. Es un disco dedicado al Mardi Gras y al mismo tiempo al carnaval brasileño, ambas fiestas inmersas en la diversión y los disfraces. En «Hey Na Na» participan David Shaw, el vocalista de The Revivalists, y la cantautora de Louisiana Maggie Koerner, mientras la banda muestra una percusión maníaca, de fiesta desenfrenada. «Ha Di Ka» funciona como una pizarra cutural, no solo porque participan dos jefes indios -Big Chief Juan Pardo y the Golden Camache-, sino porque los coros en realidad son un canto indígena. Luego viene «Magalenha» y su samba revisitada pero sin cuestionar la base afrobrasileña. Cierra con «Ash Wednesday Sunrise», un tema lento, bellísimo, muy a lo Stevie Wonder y su piano eléctrico, que se va manteniendo suave hasta que el lugar lo ocupa una explosión funky, ilustrando la dualidad ente el descanso y el querer seguir de fiesta. Diversión total con este LP que te desafía a quedarte quietecito sin querer bailar.
Ana Fernández Villaverde y su aliado David Fernández se han bañado de kraut rock, post punk, electrónica y ritmos motorik que marcaron la escena alema a mediados de los 80 para hacer este material. El primer sencillo se llama «Arenas Movedizas» y es el tema que abre el disco, con toda intención porque es quizá el más invadido por la electrónica y por esa estética berlinesa. Una declaración de intenciones para alertar de lo que contiene el listado completo donde abundan relatos e historias narradas por Ana donde juega con los celos, con el romanticismo, con el humor y con el homenaje también, porque aquí hay buena dosis de revisión de música ya hecha por New Order, por ejemplo. Producción sencilla para melodías poderosas y de rápida creación, siendo que es el tercer disco de La Bien Querida en menos de cuatro años.
Hay quienes los comparan con el elenco de The Big Bang Theory porque son cool, hipsters, actuales, pegadizos. Su estética visual los hace destacar, pero la sonora lo confirma. Este año publicaron su quinto álbum, para continuar con un curriculum sin mácula, con canciones que terminan revelándose como poderosos “growers”. En este disco dictan cátedra de música para bailar, y hasta aprovechan de recordar a Prince. Es música inmediata, de creación pop excepcional, donde cada estrofa y estribillo marcan su propia identidad. El álbum se abre con un grupo de pistas deudoras de esos últimos tiempos en que han ejercido de DJ’s o han disfrutado de grupos paralelos como The 2 Bears (también de lo mejor de este año). Es un LP sin rellenos, cada pista es una joya aumentando el elogio que ya reciben estos Hot Chip.
Es un debut con fuerza y sin pulitura. Esta es una agrupación que camina hacia el estrellado sostenida en el sonido pegajoso de sus guitarras, el mismo que los llevó a protagonizar una historia como de otras épocas del rock n’ roll: cuando la disquera Rough Trade escuchó un demo, enviaron a unos ejecutivos de inmediato hasta Minneapolis (EEUU) para buscarlos y ofrecerles un contrato. Son así de buenos. Aquí entregan 11 temas de poder guitarrero, de rock sucio como el que prometieron desde noviembre de 2011. En cada canción hay genialidad, incluso a partir de sus títulos. «Beach Sluts», «Back To The Grave», «Too Much Blood», son tres ejemplos apenas de los tantos que hay aquí. Lleno de energía, humor, desprendimiento y ligereza, este America Give Up de Howler es un excelente debut hecho sin esfuerzo porque se nota que producen lo que les gusta escuchar. Además, logran escapar de letras auto condescendientes con su país, o, peor, mostrar esas que tienen supuestas críticas sólo para enfocar un discurso de cambio al estilo religioso. Ya eso es todo un acierto para una banda liderada por un veinteañero.
Son cuatro músicos que decidieron unir sus talentos, ideas, historias y estilos para formalizar un homenaje a Enrique Morente, el cantaor español que renovó flamenco y que falleció a finales del año 2010. Dos años después publicaron este álbum firmado por lo que pudiéramos llamar una ‘superbanda’ española al estar encabezada por J, de Los Planetas, Antonio Arias, de Lagartija Nick, Florent Muñoz y Eric Jiménez. Juntos han preparado este homenaje póstumo donde reinterpretan apenas 12 de los múltiples temas de Morente pero con estética indie rock granaína. Así hacen relecturas de canciones escuchadas hace 30 años, por ejemplo. Vienen con el respaldo de la familia del homenajeado, no solamente verbal sino musical porque Soleá Morente, a quien tantas canciones le dedicó su padre, canta en «La Estrella», mientras que los coros los hace quien fuera pareja de Enrique Morente, Aurora Carbonell. Ella también es la artista que entregó uno de sus cadros para ser usado como ilustración de portada de este LP y de su cancionero. Aprovechan estos músicos de convocar a Carmen Linares, la cantaora veterana más importante en España, cuya voz termina siendo como un mantra dentro de un colchón sonoro de guitarras, electrónica y percusión en varias capas. Es un homenaje ecléctico en toda regla.
Chan Marshall hizo de tripas corazón luego de su separación con el actor Giovanni Ribisi y vertió toda su emocionalidad en este álbum de 11 canciones. Todo se trata de darse poder, especialmente porque es un disco que fue producido, grabado e interpretado sus instrumentos casi en su totalidad por la propia cantante. El material muestra música vívida, con sintetizadores y un trabajo vocal interesantísimo que se parecía mejor si se hace con cuidado y con dedicación. La excelsa producción se encuentra con tremendas líricas y mejores ejercicios instrumentales. Cat Power juega con las canciones, las viste y las adorna con mucha floritura, en un listado de temas que no guarda demasiada coherencia, sino que pega brincos de un lado a otro. «Nothing But Time» crece hasta incorporar incluso coros de Iggy Pop. Este álbum es un cambio de dirección y quizá el más completo de su carrera donde se ocupa más del detalle que del panorama sonoro completo. Por eso cada canción es una unidad en sí misma, expuesta a ser contradicha con la siguiente.
Vienen haciendo música ‘tex-mex noir’ desde hace 16 años, cuando aprendieron el oficio de Howe Gelb. Así fueron borrando con su música la frontera entre EEUU y México dándole banda sonora a los bares de camino llenos de trompetas mariachis y guitarras. Para hacer este material, su séptimo trabajo, decidieron salir de Arizona e instalarse en Nueva Orleans, en la localidad de Algiers, para darle mayor humedad a su sonido. Joey Burn y Joe Copertino se fueron buscando el soul que impregna la ciudad, pero también su oscuridad y su misticismo. Así entregan un disco que mantiene su sonido y lo amplía hacia nuevos límites utilizando una variadísima gama de instrumentos que van desde las guitarras, pasando por el Mellotrón, el Wurlitzer, algún Theremin, vibráfonos, trompetas, acordeones y hasta un cuatro venezolano. Música multicultural y cosmopolita, que integra incluso al español Jairo Zavala, de Depedro.
Este disco no viene a cambiar el estilo que desde 2006 ejecuta Matthew Ward. Pero sí cambió su aproximación al proceso de hacer música. Lo grabó en 8 estudios distintos y con músicos provenientes de varias ciudades mientras estaba de gira por Estados Unidos e Inglaterra. Así iba contratando músicos de sesión y se metía en un estudio local a grabar. El resultado, por tanto, se siente expandido y, en algunos casos, liberado de estéticas, con cierto toque a “esto es un demo”. Ward además hace uso de su caja de herramientas: piano para darle profundidad, notas suspendidas, palmadas de chicas y coros para energizar su dúo con Zooey Deschanel, por ejemplo.
Cuando nacieron en 2006 y dieron su primer concierto, invitaron al público de Vancouver (EEUU) repartiendo volantes hechos en casa. Así deslumbraron a quienes se acercaron hasta el lugar atraídos por el magnético nombre de Japandroids, que nació de la unión de las propuestas de sus integrantes. David Prowse pensó en Japanese Scream y Brian King en Pleasure Droids. Así se formaron, pensando en unir la batería y los coros de uno, con la guitarra distorsionada y la voz del otro. Es un formato mínimo (como el que usa también The Black Keys) que les funciona debido a la energía que imprimen a sus canciones de ritmos contundentes, pegadizos, increíbles y épicos. Combinan además la rebeldía del rock con la inocencia de quien quiere ser una gran estrella. Con este segundo trabajo, El dúo alcanzan la máxima expresión de su estilo, dando cuerpo a un rock transfigurado en música universal y potente que te deja pegado a la silla escuchando hasta que terminan todas sus contundentes canciones.
Luego de 8 años de silencio, el poeta canadiense volvió con un disco que él mismo definió como un manual para vivir con la derrota, donde vuelve a escribir sin suavizarse, permitiéndose incluso una burla autoredentora de sí mismo. Canciones que avanzan sin demasiada aceleración, que desafían a la muerte y marcan con sus letras la intensidad del camino que recorre y del que huye, al mimo tiempo, este creador. Temas de estructura esquelética con musicalidad suave, como de soplo de viento, enfocando la atención en la voz rasgada, profunda e íntima, y a la vez fascinante y horrorosa de Leonard Cohen.
Este quinteto psicodélico australiano ondea la bandera de lo que se está haciendo en la escena musical contemporánea de la ciudad de Perth, una localidad que se ha convertido en la capital no oficial del renacer de la psicodelia global, con tantos creadores fabricando sonidos enmarcados en esa estética. Este disco combina la grandiosidad de sus canciones con lo divertido de sus cambios, con buena parte del material bebiendo directamente del pop caleidoscópico y colorido de otras épocas. Fue grabado en apenas dos semanas en 2010, y se detuvo durante más de año y medio hasta que por fin este año salió a la luz pública. es un LP que se siente vivo en todo momento y que garantiza quedarse pegado como dosis de narcóticos gracias a sus cambios y sorpresas en cada tema.
Fueron una revelación en 2010 y este año publicaron su segundo trabajo, ahora producidos por el aclamado compositor y multiinstrumentalista Jon Brior, conocido por haber trabajado con Fiona Apple, Aimee Mann, Of Montreal y por sus bandas sonoras para “Magnolia” y “I Heart Huckabees”. Bethany Consentino se muestra más madura, adulta, con más relaciones y con buena parte del mundo ya atestiguado con sus giras. Es decir, su universo ya no es solo su habitación, su pequeño entorno y su gato. Ahora tiene la pose asumida de una estrella del rock independiente que se sabe capaz de llenar recintos enteros de gente que quiere escucharla. Por eso sus letras se concentran en explicar el aquí y ahora de una mujer urbana, desde varios lugares, tanto físicos como emocionales. Jon Brior tras la consola ayuda a pulir el material, haciendo que todo suena más limpio, pero también más calculado. Sin embargo, la fuerza estética de Best Coast logra imponerse y a pesar del cuidado en el producto final, la identidad está clara. Aquel primer disco sonaba como un viejo disco de 45 RPM, ahora usan más el muro de sonido para rellenar cada espacio y no precisamente con cosas distorsionadas. Best Coast le habla a un púbico más amplio, desde los adolescentes enamorados de su humor, hasta los adultos impresionados por su capacidad de rescatar las formas de la vieja escuela musical californiana. ¿Cómo hablarles a tantos nuevos amigos? Pues refiriéndose a cada vez más temas con diferentes estructuras melódicas.
de este trío australiano para redescubrir lo que los hace grandes. Tenían 6
años sin producir música en medio de un bache creativo. Este año volvieron con este
material magnífico de post rock instrumental de nueve canciones poderosas y
expansivas. Retoman su identidad combinando la guitarra, la batería y un
excepcional violín que termina convirtiéndose en la pieza fundamental de este desbordamiento
creativo incontenible.
Jason Pierce ha tenido una carrera musical que se ha codeado con lo espiritual y el sacrificio. Encuentros cercanos del tercer tipo con la pelona por drogas, luego una ruptura terrible con su excompañera de banda Kate Radley, y otra vez la muerte cercana por neumonía en 2005. Pero todavía Pierce levanta la bandera de su proyecto más importante: Spiritualized. Es el primer álbum inclinado hacia el pop con el que Pierce cumple la promesa tantas veces hecha de asumir esa estética. El material se sostiene sobre melodías vocales, con órganos Hammond, blues de garaje del brit pop y hasta referencias a Syd Barret mezclado con góspel, con Lennon y tantas otras cosas. Son 11 temas que no escaparon del dolor que ha tenido que enfrenar su creador. El disco se hizo mientras el hombre tomaba un tratamiento experimental para enfrentar una enfermedad hepática, una suerte de quimioterapia. Todo eso hizo que el disco tomara dos años en ser grabado y otro más en ser mezclado. Sin embargo, ello no afectó la música sino que le dio vigor a su creador, que incluso bromea con el asunto en algunas letras y hasta en la portada del disco, que asemeja a un medicamento.
En Los Ángeles se produjo este collage de jazz electrónico, hip hop, trip hop y tantas otras cosas para forjar lo que el New Musical Express calificó como el sonido del futuro. Flying Lotus es el nombre que esconce al creador Steven Ellison que firma su cuarto disco lleno de sonidos ambientales y nocturnos, como un viaje por un sueño místico donde el único constructor es el propio Ellison. Erickah Badú gime sobre música tribal en “See Throu You” mientras que “Putty Boy Strut” parece música hecha para el videojuego de La Leyenda de Zelda. Además, en “Electric Candyman” aparece como invitado Thom Yorke, de Radiohead. Para hacer este disco Ellison tomó clases de piano para así aprender nuevos acordes y progresiones. De hecho, este muestra mayor estética orgánica, con instrumentos “de verdad”, en una búsqueda de su autor para asumir sonidos análogos como los que encontró en los discos que guardaba su madre, publicados en otra época, y que aparecieron luego que la mujer falleciera hace algunos meses. No perdamos de vista quién es la familia de este señor, cuyo tío era John Coltrane y cuya prima es Ravi Coltrane, quien toca en este disco.
Pocos artistas son tan prolíficos como John Darnielle, el principal de The Mountain Goats, que ha logrado firmar con esa banda 14 discos de contenido original con este último. Aquí el hombre rompe su estilo autodestructivo y canta desde otro estado emocional: la felicidad. Tiene que ver con haberse convertido en padre primerizo. No se trata de baladas reflexivas al piano, sino de canciones con significado y algunas bastante punzantes en su lírica pero no exentas de luminosidad musical. Hay canciones que relatan vidas de yonquis, temas para reafirmar vidas perdidas, historias de mafiosos, canciones sobre Judas Iscariote, Satán, y los Díaz Brothers, un par de traficantes que son mencionados en la película “Scarface” y a quienes Darnielle les compone una canción. Por primera vez se incluyen instrumentos de viento, gracias al trabajo de Matthew White. The Mountain Goats le canta a los solitarios, a los olvidados, a los paranóicos, a los dolidos, a todos quienes tengan las emociones rotas.
El cuarto disco de Grizzly Bear vino a continuar lo que dejó Veckatimest, considerado su mejor disco hasta ahora, con aquella destilación exquisita de folk psicodélico inspirado en cosas como Crosby, Still & Nash. Este álbum es y será juzgado a la luz, o a la extendida sombra, de su predecesor. Aún así logra ubicarse lo mejor del año por los giros que tiene. Por primera vez las canciones se construyeron a varias manos, entre todos los integrantes de la agrupación. Son canciones que da clases de calidad instrumental y vocal, además de la inclusión de un Mellotron y arreglos de jazz. Este Shields es un álbum honesto, que marca el camino de la próxima sorpresa.
Con fuerza y desenfreno llegó lo nuevo de la firma que esconde a Dilan Baldi, de apenas 19 años y debutante en 2011, ahora reconfigurada en una banda completa de 4 integrantes. Este segundo LP es el tercero de su discografía, siendo que el primero publicado recopilaba sus EP hasta entonces. Por primera vez, Baldi no graba solo y eso se nota desde la primera canción. Es un material que se siente real, orgánico, especialmente por la interacción entre dos guitarras y la inclusión de piano. El propio Dilan Baldi admitió que le gustó trabajar en colectivo porque las canciones fueron construidas así, entre los 4.
Es el regreso de un sobreviviente con sus primeras canciones nuevas en 18 años, su primer disco en 12 años, y su primer gran trabajo en 30 años. Fue producido por Damon Albarn y Richard Russell. Es la música de un hombre torturado, recordando que Bobby Womack fue desheredado cuando dejó de cantar góspel para entrarle a la música pop en su juventud; se fue a California donde en 1976 perdió un hijo pequeño; luego cayó en drogas, adicción a la cocaína, para luego perder otro hijo a los 21 años esta vez por suicidio en 1986, mismo año en que él mismo fue diagnosticado de cáncer de colon. Este disco muestra a un músico de piel endurecida pero permitiéndose la vulnerabilidad necesaria para dejar salir emociones represadas, sensaciones de torturas de la vida y dolor real. Este disco se compuso mientras el hombre estaba a punto de ser operado para eliminar otro cáncer. Su vida entonces no tenía certeza de ningún tipo. El LP es una colaboración entre un hombre al final de su vida y dos productores que lo ayudan a canalizar sus sentimientos. De hecho, fue gracias a Damon Albarn que Womack salió de la oscuridad cuando aquél le pidió que lo acompañara en 2010 para un disco de Gorillazy lo sacó de bares de mala muerte donde cantaba viejos temas. Así lo reactivó, lo revivió, y lo echó de nuevo al mundo, donde ahora lo escuchamos.
Dichoso el día que Will Oldham, más conocido como Bonnie “Prince” Billy, decidió grabar un disco con la banda escocesa de folk Trembling Bells. Ambos toman este género desde las raíces más puras de sus respectivos terruños. Trabajando sobre composiciones de Alex Neilson, batería y fundador de la banda, han dado forma a un LP casi perfecto, en el que el recargo musical (solos de guitarras eléctricas, vientos, violines, órganos atmosféricos) da brillo a unas canciones que hasta en sus momentos más íntimos suenan extrovertidas, triunfantes y arrolladoras. Las voces de Will Oldham y Lavinia Blackwall suenan compenetradas y cómplices de principio a fin. Es una joya musical para escucharlo de principio a fin una y otra vez.
Esta colaboración desde que fue anunciada generó expectativa. Byrne es uno de los alquimistas musicales más artísticos de las últimas décadas y Annie Clark se maneja entre la ingenuidad y el sonido limpio de su voz. Se juntaron para entregar un álbum construido alrededor de instrumentación de vientos que pone a este dúo a trabajar sobre ritmos funk y de afrobeat. En el material se combinan las voces de ambos involucrados aunque sea la de él la que domine y la de ella la que imprima el toque de flexibilidad. Juntos logran armonías vocales que elevan no solo el ánimo sino también el espíritu. Incluye “I Am An Ape”, quizá la mejor canción de Byrne en varios años, entre otros temas juguetones pero a la vez profundos, de creación de imágenes y con algunas influencias de Broadway. Ambos han usado antes instrumentos de cuerdas así como de orquesta, pero nunca ninguno de los dos le había dado tanta presencia. Eso hace especial a este Love This Giant, lleno de esa herencia de Nueva Orleáns.
Diez canciones perfectamente construidas de armonías delicadas y sentimientos como de nostalgia pero no específica a algo en particular, sino nostalgia musical, sentimiento que invade al que escucha. Para lograrlo usan teclados, guitarras, ambientes, voces, sonidos característicos de su estilo dream pop pero quizá nunca tan bien empleados como en este Bloom, donde Beach House se regodea en el momento justo antes del clímax. Ese punto que el escritor Toni Morrison llamaba el silencio previo al orgasmo… Sus canciones mantienen la tensión y solo en ocasiones llegan a destino, manteniendo la expectativa.
18: First Aid Kit – The Lion’s Roar
Quién se iba a imaginar que uno de los mejores discos de americana de este año viniese firmado por unas suecas. Estas dos hermanas pusieron a rugir al león, en el título, en un trabajo que sin embargo es suave. El material roza la perfección, con Mike Mogis, el mismo de Bright Eyes, en el rol de productor. Así muestran mayor fuerza acústica, mejor trabajo de estudio y hasta un tema junto a Conor Oberst, el líder de aquella agrupación, con todo y trompetas a lo mariachi. Con sus voces espectaculares, perfectamente afinadas y muy atractivas, estas chicas imprimen su personalidad en este LP que comienza bastante denso en sus arreglos y se va desnudando hacia el final del disco. Es música americana parida en los suburbios de Estocolmo, algo que confirma que la banda sonora del siglo 21 no tiene fronteras.
El primer disco en cinco años de una banda que sirvió de influencia para unos que conquistaron al mundo, The xx. Este es un disco de 17 temas, por las que se expande la fórmula de italo-disco humeante y sensual. ‘Kill for Love’ sumerge al oyente en una hipotética película de misterio en la que el viaje es tan largo como el mismo disco, pero al mismo tiempo tan hipnótico como sus punteos de guitarra, sus melodías de sintetizador envolventes o la siempre etérea voz de Ruth Radelet. Es la banda sonora imaginaria que Johnny Jewel quería gritar luego de hacer música para la película “Drive” (rechazada y luego publicada en solitario).
El tercer LP de la canadiense Claire Boucher bajo el nombre Grimes tiene aire amateur y de baja fidelidad. Con tan solo 23 años, Boucher muestra que su música va más allá del ámbito de experimentación y oscuridad que poseían sus obras anteriores, acentuando su carácter melódico y dando a su voz (según ella, un instrumento más) el protagonismo de un álbum repleto de detalles, y también de jugueteos. Así concreta el espacio que se mueve entre la electrónica experimental y el pop, salpicado con hip hop, funk y R&B. Es un disco de magníficas ideas ejecutadas con materiales de principiante.
Josh Tillman fue baterista de Fleet Foxes, luego de haber publicado varios trabajos como J. Tillman. Luego renunció a la banda y se embarcó en un viaje de autodescubrimiento, experimentación, hongos y demás. Así construyó el personaje que ahora viste, Father John Misty, que ya no se ocupa de la oscuridad primaria de aquellos primeros discos sino que se mueve entre el humor, el sexo y las drogas. Envuelto en lo hippie y viviendo en una cabaña, consiguió crear canciones que suenan a bocanada de aire fresco, con sonido luminoso y enardecido con un excelente registro vocal que incluso se permite descontrolar en aras de la euforia.
La confianza se ha apoderado del marabino, mostrándolo en este disco con voz e intenciones más sólidas. Sus letras son inteligentes, sus construcciones melódicas interesantes, y su capacidad para crear mundos le han llevado a entregar un disco completo, divertido, ensoñador y hasta testimonial de los buenos tiempos que vive este profesor universitario. Los invitados, una lista envidiable, se pasean con confianza por el material, y las letras a cuatro manos también son muy buenas, como la colaboración con Leo Felipe Campos. Así quedan retratados nombres como Luigi Castillo (San Luis), Roberto Rincón (Franco de Vita), Caplís Chacín (Desorden Público), Cheky Bertho, Juan Manuel Torreblanca, Denisse Gutiérrez (Hello Seahorse!), Cheba Massolo (Kevin Johansen), Andrea Lacoste, Heberto Áñez (tlx, Presidente), Marian Ruzzi, Edward Bradley y Jan Pawel. Pop luminoso, a ratos minimalista, elegante y en formato de píldoras de tres minutos. De colección.
Producido por Mark Ronson, llegó el disco más pop de la carrera de Rufus Waingwright, aunque se trata del pop de los años 70. El espacio de grandes coros ausentes se rellena con dulces voces femeninas y trompetas que reviven las armonías nacidas en Brooklyn. Excelente el trabajo de guitarra y de piano en canciones que sientan cátedra del trabajo instrumental, en parte gracias a la nutrida y envidiable lista de invitados: Martha Wainwright, Thomas «Doveman» Bartlett, Andy Burrows, Nels Cline (The Dap-Kings), Sean Lennon, Wilco, Andrew Wyatt (Miike Snow) y Nick Zinner (Yeah Yeah Yeahs).
El segundo trabajo de la agrupación liderada por Michael Angelakos no escapa a la realidad del músico, un tipo perturbado. Sus composiciones nacen de sus propios problemas y demonios, esos que incluso lo llevaron a un hospital para enfermedades mentales en junio pasado, obligándolo a cancelar conciertos. En Gossamer hay canciones tan altivas que tienen algo de maníacas, y son las mejores del disco. El LP se concentra en el pop electrónico, dejando espacio suficiente para jugar con la percusión, con el neo soul pop y el pop urbano norteamericano. Es un disco elegante y a la vez perturbado, con «Where We Belong», un relato conmovedor y a la vez perturbador que se refiere a un incidente de cuando Angelakos tenía 19 años e intentó suicidarse.
Este violinista sacó dos cartas este año para confirmarse como uno de los creadores más geniales de la escena contemporánea. Con Break It Yourself mostró esa música “humana” que le gusta crear guiada por el violín. Canciones inteligentes, majestuosas, de estética folky y llenas de capas y complejidad. Incluso el creador se permite momentos de desprendimiento al entregar canciones donde la tónica instrumental se aleja del violín, desnudándolo y haciéndolo más accesible. Más adelante publicó un “acompañante” titulado Hands Of Glory, un EP de 8 canciones intimistas, honestas y directas. Liberadas de toda exuberancia estética a favor de un contenido más crudo y sentimental. Bastante acústico, con coros llamativos y estética folk y donde replica su concepto Gezelligheid (presentaciones pequeñas, íntimas en iglesias de Chicago y de Nueva York con muy poquitos instrumentos), sin abandonar sus silbidos y sus cuerdas. Se grabó de manera curiosa y rápida, una sola toma, sin mezclas ni edición y con los músicos e instrumentos todos alrededor de un solo micrófono.
Los caraqueños vienen marcando una interesante y colorida carrera. Con La Quema condensan lo aprendido durante todos estos años. Ellos mismos califican a este disco como el más caraqueño de su discografía, en parte porque asumen de lleno el canto de la ciudad, con los pies sobre la tierra, aunque mirando a las estrellas, para contar y cantar lo que se vive en la capital venezolana. Con «The Choro Dance» y «Por Estas Calles» ponen el dedo en la llaga. Con «Canuto y Canito» revelan los sentimientos hasta el hueso. Con «La Vaca Indefinida» dibujan el país y el personaje que no se agota. «Con Uno y el Universo» se entregan al destino y con «Tonada de Niño Con Barba» y otros temas se acercan al maestro Simón para acompañarlo en su viaje por la creación poética de sabanas abiertas. Sin duda, de lo mejor producido en Venezuela este año, además acompañado por una presentación en físico de auténtico sentido artístico, integrador, cómplice y rompedor.
Apenas arrancaba el año cuando el 9 de enero pasado The Maccabees pusieron a rodar su último LP de contenido esperanzador, técnicamente brillante y embriagador de emociones. Ellos mismos figuran como productores y se refuerzan con Bruno Ellingham (LCD Soundsystem/Massive Attack) y Tim Goldsworth (The Rapture, Hercules & Love Affair y Cut Copy). Es un disco que se apodera de toda tu atención y emoción, con canciones que abarcan infinidad de registros y que, especialmente, te induce a conectarte de tal manera que querrás escucharlo completo de un solo trago. Este Given To The Wild es un álbum contenido, pero no reservado. Es decir, que los golpes musicales, los cambios bruscos de ritmo se producen justo en los momentos necesarios para crearte esa suerte de necesidad de que la canción reviente en un punto y van jugando con eso hasta que, por fin, se entregan.
Este año Ty Segall demostró por qué es considerado uno de los más trabajadores exponentes del rock. Publicó tres discos de canciones nuevas, todas con producción de 2012. El primero, junto a White Fence, Hair, es una colaboración lograda y una clase magistral de rock de garaje mezclado con blues y más estilos. Música rara pero atractiva, que exuda confianza, experimentación y jugueteos instrumentales. Luego publicó Slaughterhouse y para cerrar su año sacó Twins, otra joya de música visceral, cruda y creativa. Aquí vira hacia su propio pasado y confía el sonido principal a su voz y a la guitarra, tan distorsionada y cambiante que a ratos recuerda a Syd Barret. Las sesiones para construir sus tres discos fueron hechas casi en simultáneo. Por eso y por la calidad del resultado, juntamos aquí dos de esos trabajos.
Con este disco, su primer trabajo solista, el guitarrista vuelve al tope con temas en clave blues. Es un disco magnífico, creativo, experimental, extraño e inusualmente personal. Cumpliendo su principio de que el blues es el más auténtico de los géneros musicales, logra construir un disco que se mueve entre el artificio teatral y la sinceridad musical. Hay rock de garaje con americana, pero también arreglos lustrosos e inclusiones clásicas como los pianos Rhodes. Lo acompañan puras mujeres en la banda que lo arropa. Es un material de infinitas capas, para ser estudiado y que confirma a Jack White como uno de los creadores rock no solo más prolíficos, sino más cautivadores, geniales e inteligentes de la escena del rock contemporáneo.
Fue escrito, grabado y mezclado por el vocalista David Longstreth. Es un disco cargado de canciones directas algunas, con melodías pegadizas, pero también música de cámara y acordes poderosos. Muy cambiante este LP que tomó más de un año en terminarse y cuyas grabaciones produjeron unos 40 demos que fueron arreglando y filtrando hasta las 12 canciones que ahora entregan. Es quizá el mejor disco hasta ahora de Dirty Projectors, especialmente porque le dedican mayor espacio emocional sobre instrumentación suave, delicada… Ello, claro, no descuida la calidad ni vocal ni técnica, que, al contrario, está muy bien terminada. Para hacer este disco no contaron con el bajista y también vocalista Angel Deradoorian. Por tanto, en vez de bajos tan marcados metieron más armonías vocales, en combinación perfecta entre voces masculinas y femeninas ideadas por Amber Croffman. Ecléctico, cambiante y sorprendente.
En apenas dos años pasaron del circuito del «do it yourself» de Nashville con su EP hasta estar trabajando en uno de los discos más esperados de tiempos recientes. Este disco sostuvo esa reputación ganada en escenarios y por alabanzas salidas de Adele y Alex Turner de los Artic Monkeys. El foco más obvio es el que gana Brittany Howard con su voz capaz de llevar las emociones a la piel cruda, hasta los nervios. Ello con una construcción melódica e instrumental que más de uno quisiera lograr con un primer trabajo que evoca la crudeza de Robert Plant, por ejemplo. El disco fluye en unos tiempos magníficos, con una mezcla instrumental muy bien producida y con momentos que van desde la psicodelia setentera hasta el soul crudo de Sharon Jones, pasando en etapas más tranquilas por las dulzuras de Macy Gray o Amy Winehouse. Brittany Howard parece que no tiene ningún problema en ponerse en los registros más bestias o romper la voz de vez en cuando.
Neil Young es un incansable. Para él los 60 nunca terminaron. No solo porque su estilo lo mantiene vivo sino porque sigue trabajando como si aún tuviera la edad de entonces. Este año editó Americana, un álbum de versiones junto a Crazy Horse, que sirvió de aperitivo a este Psichedelic Pill un material extenso y contundente. Este es un disco que conecta como ningún otro de sus recientes, con su pasión eléctrica desbocada, con su febril pulsión, con el fuego de décadas pasadas. Es un disco enorme, completísimo y de sus mejores creaciones. Psichedellic Pill además es autobiográfico. Parece de hecho la banda sonora de su libro «Waging Heavy Peace», porque sus letras relatan historias ya contadas en esa autobiografía escrita de Neil Young.
Más allá de la carta que pusiera a rodar su nombre por todos los medios, y que significó una movida de mata dentro de la escena del hip hop, Frank Ocean firmó este año un disco que ha sido calificado no por pocos como “perfecto”, especialmente por su contenido lírico de un joven en ascenso con una capacidad enorme de contar historias y hacerlo bien, utilizando las palabras con sabiduría y dominio, y dándoles personalidad con su propia voz. Se trata de un disco con un viaje meditado por encima de las reflexiones más íntimas de Frank Ocean en temas como la advertencia sobre el uso de la cocaína, por ejemplo, o la descripción sobre las influencias en jóvenes en «Super Rich Kids», donde combina su voz con la de Earl Sweatshirt y un piano a lo «Bernie And The Jets» mientras critica tantas salidas en el carro de papi, tantas mentiras blancas y tantas rayas blancas.
Luego de 7 años sin producir un LP nuevo, este año entregó The Idler Wheel Is Wiser Than The Driver Of The Screw And Whipping Cords Will Serve You More Than Ropes Will Ever Do. Comenzó a grabarlo en 2005 apenas al lanzar su Extraordinary Machine, pero no le dijo nada a nadie, ni siquiera a la disquera. Su contenido está lleno de canciones raras, cambiantes, creativas y honestas. Piano conductor poderoso. Voz expresiva. Son los elementos principales, además de la escritura y las letras de un disco inquieto, que incluye incluso el tema «Jonathan» que va sobre su relación ya terminada con el escritor Jonathan Ames. Apple escribió el disco acompañada principalmente por su baterista y multiinstrumentalista Charlie Dayton, por eso suena como un disco hecho así, en íntimo, doméstico incluso. Con The Idler Wheel… Fiona Apple crea un mundo singular, como ningún otro creado en sus anteriores discos.
Con este disco los australianos le pusieron más color al caleidoscopio que ya mostraban en su debut. Depende de cómo se mire, o de cómo se escuche, esta música puede sonar como un disco revitalista, o uno psicotrópico, o uno de rock puro… O, en tus mejores días, una combinación de esos tres estadios. Las melodías son claras, bien mezcladas, inmediatas y únicas, con estilo avant garde y paletas de colores cambiantes y embriagadoras. Todo está marcado por la psicodelia, por la distorsión. Lonerism suena como el punto a donde pudieron llegar Los Beatles si hubiesen mantenido dirección por el camino que tomaron hacia 1966. Incluso con ribetes de los primeros discos de Pink Floyd. Las comparaciones con los Beatles no son para sugerir que a Lonerism le falta identidad. Al contrario, son un llamado de atención de cómo la ambición y la originalidad de Kevin Parker puede tomar ese testigo, explorar más y tratar de equiparar lo que en su momento fue el pináculo de la producción sonora con la banda más grande de todos los tiempos en el estudio más famoso del mundo.
Menciones especiales:
Este cuarteto inglés se deja influenciar por el art pop
psicodélico en este primer LP de 12 canciones inteligentes, aunque no ególatras. Comienza con una introducción al estilo spaghetti western con todo y sus pulsaciones y sonidos de pajaritos. Luego el disco va creciendo, haciéndose robusto, y comienza a entrar intermitentemente en terrenos rítmicos, multigéneros, bailables a ratos y contemplativo en otros momentos. Grabado completamente en la habitación del productor y baterista David Mclean, el producto final suena a una sesión improvisada de sonidos complejos. Es un disco creativo que mantiene sin embargo una sensación de ser bien sencillo y cambiante, con explosión de colores y el compromiso de ser de verdad una banda independiente en estos tiempos.
La presencia de Bob Dylan en las generaciones de la música es gigante. Así como su longevidad. Por eso resulta un cable a tierra escucharlo cantar “Aún no estoy muerto, mi campana todavía suena” en “Early Roman Kings” (donde se queda con el pulgar hacia abajo aprobando que el mundo arda, quizá por los banqueros). Toda la música rock tiene algo de Dylan porque ha creado escuela como letrista y compositor, capaz de tomar cualquier cosa y convertirla en obra de arte. Cada disco nuevo suyo es una posibilidad de cambiar visiones del mundo. Eso ocurre con Tempest, donde hasta las canciones largas y repetitivas en su estructura se regodean en su longevidad, y en su calidad. Es el disco 35 de estudio de Bob Dylan en 50 años de grabaciones. Aún el juglar tiene actitud. Aún sabe transmitirla a sabiendas que él es una reliquia, el último mohicano de un mundo que ya no tiene tiempo para escuchar canciones de hasta 14 minutos, como la que da título a este disco, y que además trata sobre el hundimiento del Titanic: una historia que todo el mundo sabe cómo termina. Es quizá su disco más extraño, oscuro y cambiante. Incluye un tributo al John Lennon amigo y contemporáneo, y no al Beatle. Es un texto para un hombre que luchó contra la deificación de la fama, como él mismo, y un recordatorio de que pocos quedan de aquellos años.
Estos caraqueños entregaron un disco instrumental que no se ajusta a los moldes de la escena venezolana. Eso lo hace único y, claro, atractivo. Son temas compuestos y ejecutados con pasión, con creatividad, con compromiso por lograr un sonido robusto. Su música suena contundente, tanto como el impacto que tiene en quien escucha y que los llevó a cautivar audiencias en las tarimas recorridas este año, a pesar de su contenido carente de letras y de vocalista. Aún así, consiguen conectar a los públicos a través del lenguaje musical. Un logro en toda regla para quienes publicaron el material en sus espacios digitales y se atrevieron con fórmulas poco exploradas por sus contemporáneos, con contadas excepciones.
No pocas veces hemos dicho que a Venezuela le hace falta rock que suene hecho en Venezuela. Ello va más allá de la inclusión de instrumentos autóctonos o de estéticas de la música folclórica nacional. Tiene que ver con sus contenidos, con su lírica, con sus temas, incluso con sus denuncias. En una sociedad no exenta de problemas hace falta que el rock, que nació levantando banderas, reivindicaciones, protestas y exigencias, retoma su labor social y no solo le imprima sonidos de guitarras eléctricas, bajo y batería a temas ampliamente desarrollados por el pop, por decir apenas uno. Por eso el debut de Los Melancólicos Anónimos llega a tiempo, para desenmascarar las trampas a la opinión pública, para contestar a los dormidos de una sociedad y a los aprovechadores de oficio. Con canciones como «Cuento de hadas» o «El payaso de El Rodeo» se pone el dedo en la llaga, donde duele, pero también donde se consigue que muchos abran los ojos. Otros temas son de una belleza lírica impecable capaz de generar auténticas imágenes en quien escucha («soy como esa catedral/que aguantó una guerra mundial»). Un disco que antecede a su siguiente material, El Segundo, que volverá al ruedo del «rock arrecho para un pueblo manso».
Antes de sumarse a la reelección de Barack Obama, The Boss regresó con este disco mostrándose molesto, rabioso, reivindicativo y harto de cómo se están manejando las cosas. Este es un disco que denuncia por la traición de los grandes y el reconocimiento de las repercusiones emocionales y económicas de la recesión convertida en pandemia mundial. Es un disco oscuro de un hombre de 62 años que reclama lo que han perdido sus contemporáneos menos favorecidos. También le canta a su propio pueblo que presentó en 1984 en aquel Born In The USA, aunque ahora la localidad estaría llevada a su mínimo por la ambición y la falta de acción política. El tema lo plantea como una canción irlandesa, robusta y con sabor a venganza, con letras que retan a los demás también a armarse de canciones, que siguen siendo buenas como munición. Bruce Springsteen se convierte ya no en un Boss sino en un trabajador que pierde las oportunidades y, a fin de cuentas, la paciencia,
porque el que está abajo en la cadena paga el precio de los que están arriba, y algún día esa ecuación pedirá sangre a cambio. Wrecking Ball es el album más turbulento de Bruce Springsteen en toda su carrera. Sus acusaciones son serias sobre un Estados Unidos erosionado en su democracia, apenado por el manejo de su caridad y asaltada por los poderosos. Como dato adicional, es la última grabación del desaparecido saxofonista Clarence Clemons, aquel legendario miembro de la E Street Band.
Han pasado 9 años desde su último disco de estudio y este arranca con una de las mejores canciones del año, una versión de un rap reconfigurado para que sueñe a rock gastado, sucio y arenoso, “I Gotsta Get Paid”. Aliados con Rick Rubin para refrescar su sonido, logran entregar un material lleno de su estética de guitarras ásperas, sonido liberado de lo digital y la voz de Billy Gibbons con más años pero sin perder su color, además de finales de canciones inesperados, algo para agradecer. La Futura es un buen disco porque ZZ Top sigue queriendo y disfrutando hacer buena música. Pudiendo vivir de sus éxitos pasados, en conciertos nostálgicos, estos barbudos se sienten frescos para armar un disco nuevo manteniendo la misma alineación que han sido durante 43 años
Luego de 16 años sin publicar nada nuevo y reunidos desde 2010, publicaron por fin el tan esperado disco que vino a a saciar la sed acumulada de sus fanáticos. Un disco que se planta bien en 2012 y no busca revivir los 90, incluso sacrificando algo de aquél poder de entonces por una producción de bordes menos bruscos. Luego de tantos años, de públicos cambiados, de generaciones nuevas a las que hablarle, hacen una declaración de intenciones y de renovación, porque ya el grunge que defendían ha quedado, como el punk antes, en una suerte de moda postal para vender ropa y estética prefabricada. Por eso este disco destaca con canciones que se alejan de lo ya hecho y se atreven con cosas nuevas. Allí están las mejores. Es un material que demuestra que Soundgarden aún tiene músculo pero que están viendo cómo lo puede flexionar de nuevo.
Amanda Palmer fue la mitad del dúo de cabaret punk Dresden Dolls y la mitad también de Evelyn Evelyn. Así que tenía mucha carrera cuando arrancó en solitario, abriendo nuevas ventanas estilísticas y creativas. Esta mujer ha aprovechado las plataformas de crowdfounding para financiar su música, bajo la frase “give me money so I can make art”. Así recabó hasta 1,2 millones de dólares a cambio de que entregara un disco que quienes pagaron pudieran amar. El resultado es un disco grandioso y cargado de coros imponentes y que le sirve para reinventarse. El disco completo dura más de una hora y al terminarlo la sensación es de estar saciado con este material único como pocos se ven en la escena actual, donde combina elementos de las últimas décadas musicales, con sintetizadores, guitarras, órganos clásicos y trompetas. Todo para crear un sonido genuino que incluso va cambiando dentro de una misma canción. Es un LP que sirve para hacerle contraloría y demostrar que el dinero invertido por un montón de gente anónima produjo un resultado excepcional de 15 canciones, una mejor que otra.