1) Un tipo, que vive al lado de mi apartamento, se monta en el techo de su casa y empieza a descargar cacerinas (varias) al aire. No tenemos aire acondicionado y la ventana es un amplificador. Te tiras al piso, y antes de hacerlo, arrastras a tu hermana al piso, buscando protegernos. “¡Gracias a dios no fueron unos malandros!»
Estoy cansada de eso, además que pasé varios meses sin poder dormir bien. El chamo que lo hizo (al aire) ya no vive ahí, se fue, no es un malandro, me da igual…
2) Un amigo te cuenta su secuestro, y otro pana te cuenta su “intento de secuestro”, tu prima te cuenta otro cuento, y tu hermana, y tu primo te cuenta que hace dos días jugó dominó con el amigo que le mataron para intentarle robar una camioneta en los Palos Grandes. Y te das cuenta que ya no tienes ciudad, no hay lugar, “eres”, pero en tu casa. Encerrado. Solo, pero no tan solo, porque los otros también tienen su cuentos, y te das cuenta, te das cuenta…
3) Uno, de los DOS sitios que te gustan en Caracas, (porque el resto es un pelucheo insoportable), amanece con dos muertos y cuatro heridos, adentro, en frente de la barra. Y te acuerdas de lo pequeño que es el sitio, especialmente, para un tiroteo. Y recuerdas que solías ir cuando podías comprar una botella de vino por 100 mil bolívares, una práctica antigua, ya ni te acuerdas qué año. Ibas, porque Alfredo Naranjo trabajaba su maravilla en el saxófono. Y cuando estaba de gira, se montaba una banda de salsa brava, de padre y señor nuestro, una maravilla. Y te acuerdas de eso, pero se armó un tiroteo, un 30 de diciembre, y se acabó, fuera de la lista, “es peligroso”, otra razón para cazar estrellas desde el balcón. Se acabó. No existe el “al lado de mi casa”. Tu última muralla fue tumbada (esa que pensabas intocable)…
4) Vienes de viaje, y una correa del carro se revienta en la calle “Las Acacias”, es de noche, 7:00 pm, temprano, y estás a metros de la Libertador, y agradeces que no te quedaste en la “Andrés Bello”. Miras a tu alrededor, estás buscando el jodido número del seguro, para la grúa. Al frente están dos camionetas, último modelo, con siete escoltas. Sientes “algo” de tranquilidad. Llegan unos motorizados, se le acercan demasiado a los escoltas, preguntan algo, después avanzan al siguiente edificio. Uno de los escoltas se viene al lado de nuestro carro accidentado, y observa a los motorizados. Ellos salen, y se quedan ahí parados. Y quedarse accidentado, en una calle de Caracas, de noche, se convierte en algo peor de lo que suena. Y los escoltas se ponen alerta, y los motarizados se quedan ahí, y mi papá nos dice a mi mamá, hermana y a mí: “Métanse en el carro, y si escuchan algo, se tiran al piso”. Y la grúa dijo que llegaba de 15 a 20 minutos, pero fueron horas. Tampoco puedes quedarte accidentado.
5) Vienes de tomarte unos vinos. Un “huelepega”, en el centro de Buenos Aires, te saca un “exacto” (esos que se utilizaban para cortar cartulina en el colegio), lo hace para pretender arrancarte unos pedazos de pizza sobrante. Te cagas de la risa en su cara. Y al día siguiente, te das cuenta que algo está mal, muy, muy, muy mal.