Siguiendo con la crónica del peculiar experimento que nosotros hemos estado realizando en República Bananera de Venezuela, nos hemos encontrado con un lugar común de esos que nos recuerdan la decadencia de nuestra esfera pública. Hablo del sueño de la razón generado por el desespero reaccionario provocado por la ideología autoritaria de turno.
De reaccionarios están llenos los movimientos políticos en nuestra tierra; incapaces en su mayoría de generar contenidos racionales, discutirlos apropiadamente, con confianza en el pueblo venezolano y respetando la institucionalidad. Aquellas construcciones mentales propias de la modernidad que deberían estar presentes en todo movimiento político que aspire a llegar al poder brillan por su ausencia en la Venezuela de principios del siglo XXI.
Una de estas simpáticas falacias es el nacionalismo. Aquella idea política que versa sobre la Nación como ente autónomo y substancia de la sociedad (Fichte). Cada nación posee unos elementos fundamentales que la conforman (culturales, raciales, idiomáticos, religiosos) y estos elementos deben ser preservados para la subsistencia futura de la nación. Como tal, esta nación debe tomar el control del aparato del Estado y conducirlo para su propia preservación.
El elemento nacionalista local ha tomado forma en la consideración de una dictadura militar como forma de gobierno ideal. ¿Y qué mejor dictadura que la última de ellas? Pero antes de llegar al meollo del asunto, hay que ver las distintas fuentes de esta idea y sobre cómo pueden determinar las múltiples caras del nacionalismo local.
En primer lugar tenemos las ideas de ideólogos dictatoriales muy bien entrenados, como es el caso de Vallenilla Lanz, quien sugiere en su obra “El Cesarismo Democrático” que: “…el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior”
y prosigue
“Es el carácter típico del estado guerrero, en que la preservación de la vida social contra las agresiones incesantes exige la subordinación obligatoria a un Jefe.
Cualquiera que con espíritu desprevenido lea la historia de Venezuela, encuentra que, aún después de asegurada la Independencia, la preservación social no podía de ninguna manera encomendarse a las leyes sino a los caudillos prestigiosos y más temibles, del modo como había sucedido en los campamentos. «En el estado guerrero el ejército es la sociedad movilizada Y la sociedad es el ejército en reposo».
Nada más lógico que Páez, Bermúdez, Monagas, fuesen los gendarmes capaces de contener por la fuerza de su brazo y el imperio de su autoridad personal a las montoneras semibárbaras, dispuestas a cada instante y con cualquier pretexto, a repetir las invasiones y los crímenes horrendos que destruyeron en 1814, según la elocuente frase de Bolívar, «tres siglos de cultura, de ilustración y de industria».
Don Fernando de Peñalver escribía en 1823:
«Es una verdad que nadie podría negar, que la tranquilidad de que ha disfrutado Venezuela desde que la ocuparon nuestras armas, se ha debido al General Páez, y también lo es, que si él se alejase de su suelo, quedaría expuesto a que se hiciese la explosión, pues sólo falta, para que suceda esta desgracia que se apliquen las mechas a la mina»
El señor Peñalver fue de los primeros en comprender la importantísima función que Páez ejercía en Venezuela, sin embargo de que, como había dicho en 1821, sólo existía «un pueblo compuesto de distintas castas y colores, acostumbrado al despotismo y a la superstición, sumamente ignorante, pobre, y lleno al mismo tiempo de los vicios del Gobierno español, y de los que habían nacido en los diez años de revolución», y creía el fiel amigo de Bolívar, que la República «necesitaba por mucho tiempo de un conductor virtuoso, cuyo ejemplo sirviese de modelo, particularmente a los que habían hecho servicios importantes y que por esta razón se consideraban con derechos que no tenían, ni podían pertenecer a ninguna persona»”
La ideología nacionalista venezolana parecería provenir de un desprecio profundo hacia al pueblo por creerle un hatajo de imbéciles. En realidad, si le hacemos caso a Vallenilla Lanz, él acota que la sumisión efectiva al gendarme necesario deriva del estado de anomia* social presente, del cual solo se puede salir bajo la autoridad de alguna persona que ponga orden; en un extraño paralelismo con el concepto de “dictadura del proletariado”.
La primera falacia es confundir a la democracia liberal y al respeto de los derechos civiles como “anarquía” o “desorden” tal como verán en unos párrafos. Aparte que, considerando todo lo anterior, el cesarismo democrático bien puede entenderse como la transición de un estado salvaje o de naturaleza a un estado social, haciendo otro paralelismo con las ideas de Hobbes. Vallenilla Lanz parece resucitar por un momento al Leviatán.
Algo que pudo haber funcionado en la Venezuela del Siglo XIX plagada de guerras civiles y autoridades en competencia abierta**… Pero no en una Venezuela alfabetizada, industrializada y urbana en su mayoría.
El desprecio del pueblo al intentar forzar locuras decimonónicas se encarna de manera paradigmática en ese sentimiento conservador y totalizante que deriva del nacionalismo á la Fichte. Y para intentar demostrarlo, me he metido en una página bastante INTEDEZANTE en donde nos hicieron el favor de resumir todas estas ideas con olor a naftalina en bellas imágenes.
Bien. Como verán, si no son católicos, hablan español, fueron criados en una cultura occidental y demás, no tendrían derecho a denominarse en propiedad “Venezolanos”. ¿Y que hacemos con las etnias venezolanas que no son estrictamente euro-descendientes culturalmente? Hay que ver que la cultura como tal posee componentes tanto individuales (las costumbres personales que uno quiera o no adoptar) como sociales (el entorno en general). Hablando de materialismos, ¿y que queda de los ateos? ¿Que haría un hipotético movimiento de «reacción nacional» ante grupos de irreligiosos que demanden libre actividad pública para expresar sus ideas? Suena la primera alarma. Veamos otras joyas:
El sentimiento de modificar las conductas ajenas y someterlas a la colectividad en modo totalizante, usando la fuerza del Estado si es necesario, es esa insidiosa característica propia del Fascismo y demás hierbas autoritarias que se le parecen sospechosamente. Bien un maricón como yo podría no tener lugar en esa bonita isla desarrollista de orden, paz y nación, o paz, orden y trabajo, o orden, nación y honor, o lo que sea, debido a que mis actitudes y mis comportamientos amenazaría la existencia de la nación misma y sería justicia el que me cayera algún correctivo. O la expulsión. O ir a un campo de reeducación. O un exorcismo :D
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Verán. En una democracia normal (un país serio) hay límites para los comportamientos individuales. No se puede matar sin pagar por ello, no se puede robar y luego esperar salir indemne.
La diferencia entre un país serio y un país gobernado por un régimen X-ista, es que los límites, las líneas rojas de lo que se puede hacer y no (en las democracias liberales), son amplias; ya que el principio fundamental de un país serio es la libertad que es la madre (y complemento necesario) del orden. Que si dejas a tus ciudadanos tranquilos conviviendo entre sí de forma pacífica, es bastante probable que algo bueno pase. El uso de la fuerza para disciplinar a los ciudadanos es meramente contingente a las necesidades sociales, es decir, cuando el orden social se vea afectado.
Al final la relación se vuelve mutualista. El Orden depende de la libertad tanto como la Libertad depende del orden, y es cuestión del legislador y las autoridades el ver cual aplica preferentemente en caso de conflicto (¡deberíamos vigilar más a seguido a todos esos cargos!).
Y estos puntos, estas necesidades sociales, suelen estar establecidos en la Carta de Derechos de la Constitución y el Código Civil. Es decir, no es algo que alguien se ha sacado del sombrero ni es algo dependiente de la voluntad de un hombre. Estado de Derecho, le llaman…
Aquí es al revés. El Orden (EN MAYUSCULAAAA!) es la madre de la libertad. Y el resultado final de un régimen como éste dependerá de como se considere tal orden. Si tenemos a gente gobernando que es capaz de apoyar cosas como torturar personas por robar o denegarle derechos a minorías que “destruyen la esencia nacional” pues estamos en presencia de la denegación del Rechtstaat, de la libertad y de la democracia, sacrificando hormigas, que digo gente, en honor del tótem de turno (la Patria). El Orden como causa causarum, como el fin y medio para preservar la necesaria tradición, y de allí la guerra contra lo que se considere indisciplina, sedición, traición, modernismo, innovaciones, etc.
Todo esto tiene que ver con la insidiosa concepción de la Política como acto y competencia de poder entre adversarios ideológicos, y tiene que ver además con la ceguera ideológica que, como la religión, puede sufrir de la enfermedad de los fanatismos:
En este sentido, para resumir, se compone la ideología política de una proclamación de ideas acerca de la sociedad perfecta o ideal, de una descripción del estado de las cosas, y por último de una prescripción, es decir, ¿que coño tenemos que hacer para tener nuestra sociedad ideal? En el caso del fanatismo ideológico, estos fines son irrenunciables; y los medios, no-negociables hasta el punto de imponerlos guste o no guste al resto de la sociedad.
Este gran mal propio de diversas visiones políticas basadas en ideologías fanáticas permite, entre otras cosas, que se justifique que a alguien que tenga “pinta de malandro” le metan un coñazo, justifica las expropiaciones sin juicio ni compensación, y también permite justificar razonamientos tan bizarros como estos:
El otro elemento perjudicial es el grosero militarismo que se desprende de todo esto. No por nada el eterno amor del pueblo venezolano por los caudillos. Quizá, solo quizá, ese cesarismo esté justificado. Y si esto es cierto, entonces el precio en ese caso será la ruina para los ciudadanos y un ladrillo más para apuntalar la torre del bananismo.
Entiendo perfectamente que la situación actual no es normal. Que no es normal que maten a 73 personas cada cien mil habitantes, no es normal que tengamos los poderes copados por solo una tendencia política y que abusivamente nos lo recuerden a cada rato. Que todo esto del Presidente Schrödinger y “la niña” (de trece años) que es la Constitución no es normal. Pero reemplazar una estupidez decimonónica con otra estupidez decimonónica (o peor, del Antiguo Régimen) es seguir en la misma locura*** y en la misma estupidez en la que hemos estado.
El desespero de actuar en situaciones que comprometen en demasía la estabilidad y la paz mental a la que queremos estar acostumbrados nos pueden hacer preferir andar por caminos fáciles y “expeditos”. Es normal que mucha gente se vea desesperada y que en situaciones de tensión, pueda consentir el suspender nociones elementales de bondad, tolerancia, comprensión o respeto a la integridad física de sus semejantes. El movimiento nacionalista fanático que toma el poder y que amenaza con poner orden a los carajazos es a la política (en nivel macro) lo que los linchamientos de malandros o la «profilaxis social» a la convivencia comunitaria a nivel micro.
Pero claro, es la mar de racional tener en estima a los dictadores, que no importa que Gómez y P.J. hayan torturado y matado, queremos nuestras carreteras bien limpias de hojas, vagos y maleantes. ¿¡Como no me había dado de cuenta!? :3
Y para dejarlo claro, viene el estimado falangista Manuel De la Cruz a mencionar elegantemente que la democracia liberal funciona… Para quien cree en ella (¡Como las apariciones de la virgen o los ovnis!) Citando a Baudelaire:
Vamos, ¡porque comparar a un Estado de derecho con la anarquía pura y dura es la mar de inteligente! Repito, eso funcionaba en el siglo XIX, cuando la palabra República era más o menos sinónimo de “dictadura” y Napoleón III gozaba de su poder y gloria. La misma época cuando podías comprar un territorio y hacer con sus habitantes lo que te diera la regalada gana en nombre de su bienestar. El fin, parece justificar los medios.
Esa es la gran tragedia política de la Venezuela contemporánea, el no pensar las soluciones y el confiar en la fuerza como medio para solucionar de forma inconveniente una situación compleja que requiere de “calma y cordura”, todo en una situación que induce al desespero.
Más lecciones a aprender proveniente de lo que parece otro refrito neo-falangista:
En resumen, luego de ver tanto espectáculo neo-fascista, mis recomendaciones serían las siguientes: Dejemos de considerar al pueblo venezolano como idiotas, como desvalidos que no pueden ser decidir por sí mismos su propio destino sin que venga el Gendarme necesario a poner orden, dejemos ese vulgar complejo de sub-estimación que nos hace ver poco mejores que monos y ocupémonos de enmendar sobre lo malo y avanzar sobre lo bueno. Y para ello primero hay que hacer notar lo malo, aunque sea una tarea dificultosa en tiempos donde la crítica es tabú. Nadie dijo que fuera fácil; pero la ilustración del pueblo es tarea fundamental, y los medios para hacerlo están presentes hoy.
Si queremos democracia, aprendamos a ser ciudadanos de un país pacífico y tolerante, no meros habitantes de un terreno. La nación es el conjunto de todos los ciudadanos, nadie puede hablar en nombre de ella más que todos y por último, pero no menos importante, la felicidad de la misma es la felicidad de todos sus individuos.
Dejemos a la República Bananera en los libros de historia.
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*Falta de ley y orden, en griego.
**Como detalle curioso de lo complicado que era vivir en la Venezuela agropecuaria, la Constitución Federal de 1864 que proclamó la existencia de la República en federación tenía un artículo, el número 120, que decía:
El Derecho de Gentes hace parte de la Legislación Nacional, sus disposiciones regirán especialmente en los casos de guerra civil. En consecuencia puede ponerse término a ésta por medio de tratados entre los beligerantes, quienes deberán respetar las prácticas humanitarias de las naciones cristianas y civilizadas.
Es decir, estamos hablando de un artículo de la ley de leyes que regula nada más y nada menos que la Guerra Civil. Un evento como si fuera una mariquera más como la administración de justicia o (el caso que nos ocupa) la detención y guarda de los detenidos. Básicamente hay que recordar que esta constitución se redactó luego de la Guerra Federal (1859-1863). De allí el general J.C. Falcón se intituló presidente de la República empezando la larga seguidilla de revoluciones y guerrillas hasta 1903 cuando Cipriano Castro y J.V. Gómez pacifican y unifican (a la fuerza) el país. De allí la admiración (y justificación) de Vallenilla Lanz por el Gendarme necesario.
***No por nada Einstein decía que el repetir algo mil veces y esperar algo distinto era sinónimo de locura.
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Post Scriptum:
Como última vaina que tengo que decir, solo me queda apuntar que “el hampa” no administra ni hace aplicar ningún artículo de la Constitución ya que los hampones no son ordenados por la carta magna a hacer nada. No es un artículo que tiene que cumplir el hampa sino el Estado frente a los ciudadanos, y es el tema del que se ocupa el vídeo (maltrato por parte del Estado).
El artículo 55 de la neo-moribunda o la “incestuosa” expone claramente el deber que tiene el Estado para con los delincuentes; y ese es el evitar que sigan delinquiendo. Y en demás artículos se protegen libertades que son violadas por el hampa y demás delincuentes. Si alguien tiene que perder frente a una lectura sencilla de la Constitución, es el delincuente.
Claro, hay que ver la eterna diferencia entre la realidad y la ley, entre la Constitución viviente, y la Constitución en el papel. Curiosamente en los comentarios del link de la República Bananera que previamente mencioné, se indica esto. Y no puedo hacer nada más que agradecerlo. Se puede aprender de todo el mundo.