Ralph no es tan demoledor como se esperaba, considerando el nombre de su director, Rich Moore, realizador de capítulos geniales de «Los Simpson» y «El Crítico». Disney literamente dulcifica su humor negro y diluye con melcocha su visión satírica del género animado.
Antes de la película, pasan un corto en blanco y negro, donde se anticipa el aire retro y nostálgico del largometraje por descubrir a continuación. Un caballero vive en un mundo gris y burocrático, cuya única salida es el amor.
No hay mayor originalidad en el guión. Lo simpático es el ritmo y la adaptación del canon mudo repotenciado por «El Artista». Caen los créditos y el romanticismo clásico pronto se olvida.
Lo sucede una cinta estrategicamente fabricada para hacer las delicias de padres y chicos, unidos por el fanatismo hacia los video juegos.
El protagonista habita en uno de ellos y se siente atascado como el chico de «Looper». Empieza su pequeña rebelión contra la máquina, tipo «Tron», pero un par de polos opuestos lo obligan a rectificar su programa. Una niña le ablanda el corazón y deviene en la típica princesa de la compañía, cuya misión será domesticar a la bestia en su condición de lolita bella(hermanita de Rayo McQueen). Aunque solo hay un curioso afecto paternal entre ellos, medio edípico e involuntariamente pedófilo.
El otro eje moral lo encarna el villano, una falla en el sistema convertido en el terrorista de la función. Voy con el spoiler. Del conflicto, el protagonista aprende una lección conservadora y falsamente redentora. No es bueno cambiar el orden establecido, cada quien ocupa un lugar en la pirámide y es imperioso conformarse con su rol de por vida.
El obrero debe ocuparse de hacer bien su trabajo y mejorar en su entorno, sin cambiar nunca de uniforme.
La niña se eleva como reina por naturaleza y se le corona como tal, a la manera de «Lion King».
Mientras la procesión va por dentro de la empresa, Disney sueña con proyectar fantasías de regímenes tutelados por herederos del trono, secundados por proletarios orgullosos de su estatus.
Es un universo plástico e hipócrita idéntico al de Epcot Center, donde las sonrisas de los empleados esconden el resentimiento por la mala paga y la explotación laboral, conocida por huelgas y protestas sindicales.
El ratón Mickey nos continúa escamoteando la realidad y mostrándonos una aproximación infantil de los problemas inherentes a la crisis.
Agradecidos los chistes metalinguísticos sobre los íconos de los «arcades».
Se nos habla en el fondo de una estructura sometida a los criterios de la obsolescencia y la masificación consumista. Pero al final, se descarta la desconstrucción y terminamos con el piloto en automático.
Una lástima. Ojalá no le gane el Óscar a «Frankenwennie».
El 3D es el último de sus engaños.
La voz de la chilindrina también es un beta negativo. Se me incrustó feo.
Game Over.