Hoy no asistimos a una toma de posesión. Tampoco a un funeral, aunque los lentes oscuros de Pepe Mujica expresaban un estado internacional de duelo.
Su imagen me recordó a la de Pinochet. Las gafas no le sientan bien al Doctor Chapatín de Montevideo. Ya me dio cosa.
En verdad presenciamos un acto de sombras chinescas, donde unos simulan gobernar como si nada y otros fingen creerse el cuento de la inmortalidad del cangrejo, la conspiración de la derecha, la patria grande, la internacional socialista, el sueño resucitado de Bolívar, el amor de los herededos del Comandante y demás hierbas podridas del cultivo organopónico de la revolución.
La presencia de Ortega y Evo era indispensable para darle al show rango de coproducción fantasma de la Villa del cine.
Ellos ponen la cara y nosotros la plata. Solo faltaban los auténticos guionistas y directores de la charada, escondidos y muertos de la risa en un bunker de la Habana.
Así es como se bate el cobre en Venezuela, a punta de tramas conspirativas, cuentos de camino, actores de quinta categoría y espectadores condescendientes.
El bravo pueblo es un mito pagado para dormir en las fantasías de éxito del Zar Nicolás. Todo es mentira, es un robo, un teatro de marionetas, un carnaval adelantado y perpetuo.
El 10 de enero cobró carta de legalidad la farsa de un país obligado a enajenarse en una nube de nostalgia e ingravidez roja rojita.
Salimos de la orbita real y nos encerraron en una capsula mediática sin sentido, operada por lavadores de cerebro. Afortunadamente, el resultado es chimbo y la gente pensante lo critica.
Sigamos en el esfuerzo de despertar conciencias y alimentar el escepticismo ante la falta de mesura de los inmaduros.