Inspirado en el spaghetti western de Sergio Corbucci, Tarantino quiso hacer la película de vaqueros más sangrienta y explosiva desde Wild Bunch. Quentin lo logró con Django Unchained, un film de culto del lejano oeste salpicado por la tinta roja del director al límite de un festín de porno tortura.
A latigazo limpio, la pieza revienta el cuerpo desvencijado de la tradición clásica para dejarlo a merced de la ley salvaje de los géneros de explotación.
Para el autor, la civilización convive con la barbarie y de su fusión emerge una extraña forma de arte dadaísta, empacada al vacío.
La cinta quema sus naves por el amor loco del surrealismo, el distanciamiento paródico de la nueva ola francesa, la mitología del cine al dente, el teatro del absurdo, el fetichismo de las máscaras de cuero y el rescate de leyendas como Franco Nero, sin olvidar la esperpéntica reivindicación de Don Johnson en el papel de un tragicómico hacendado, cuyas huestes protagonizan una de las secuencias hilarantes de la obra, cuando debaten si deben quitarse unas bolsas blancas de la cabeza para orientarse mejor en la cacería de los personajes principales de la función.
Así el realizador le pasa factura al contenido de El Nacimiento de una Nación, aquella tristemente célebre apología del Ku Klux Klan.
Retrocediendo en el tiempo, el largometraje busca ajustar cuentas con el pasado y reescribir la historia de la emancipación de la esclavitud. Al respecto, los críticos lamentan el parentesco con el formato de Inglorious Bastards.
Ahora los villanos son los nazis del sur y los afroamericanos deciden tomar justicia por la propia mano, después de sufrir la humillación de un holocausto caníbal. Aparentemente el subtexto le guiña el ojo al presente populista de Obama. Nada es perfecto. La gran debilidad del creador de Pulp Fiction sigue siendo la predecible justificación vengativa de sus recientes guiones. Léase Kill Bill y Prueba de Muerte.
Luego del once de septiembre, asegura Adrian Martin, el genio empezó a repetirse y a unificarse alrededor del eje temático de la revancha, salvando las diferencias con la corriente de la acción conservadora.
De hecho, el punzante sarcasmo y el humor negro de cada diálogo de Django Unchained la libran de caer en el estereotipo de costumbre. Empero, su amor por las armas, aunque irónico, eleva la sospecha de atarla al círculo vicioso de la violencia y la defensa del ojo por ojo como método peligroso de resolución de conflictos.
También es objetable la duración de tres horas y la ausencia de una editora como Sally Menke. Vemos un corte final con material de sobra.
En descargo del trabajo, la fotografía capta la esencia de la propuesta, dedicada a conjugar las líneas de un alegato brutal con las raíces deconstructivas de un registro sereno de cámara, hilvanado por un tejido intimidante, terrorífico y conscientemente desprolijo.
Di Caprio y Jackson brindan un recital de actuación en roles de psicópatas parlanchines. El intercambio verbal es tenso y agudo. Foxx y Waltz revisitan la novela de caballería con la astucia romántica y redentora de Sancho y compañía. El Cervantes se la juega con su afecto por las texturas analógicas en respuesta a la moda del CGI. Usted decide si es una quijotada o una estafa por un puñado