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Utopia & Dystopia: De Blade Runner a Spike Jonze

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Los robots son un fetiche del hombre moderno. Más allá de querer realizar en ellos el máximo acto de creación, vida e inteligencia artificiales, los ha utilizado para explorar las paradojas y contradicciones de su propia condición. El gran imaginario, siempre conflictivo, de la existencia humana ha sido representado en películas, libros, series y discos en los cuales los robots, y particularmente los androides, son un elemento esencial. Utopías y distopías que reflejan temores y esperanzas, pero sobre todo el deseo de comprendernos a nosotros mismos y preguntar por el sentido de una realidad que nos desborda y nos supera constantemente.

En el año 2010, el director Spike Jonze (Being John Malkovich, Adaptation) realizó el cortometraje I’m Here (Estoy Aquí) para Absolut Vodka como parte de una nueva campaña de promoción. Más tarde sería estrenado en el festival de Sundance con reacciones positivas.

El protagonista del corto, disponible en Youtube, es un robot llamado Sheldon que trabaja con evidente desánimo organizando libros en una biblioteca. Todos los días toma el autobús porque a los robots no se les permite manejar. Al parecer, sus capacidades les impiden hacerlo sin que represente un riesgo para todos. Aunque hablan, “piensan” y llevan vidas aparentemente independientes en apartamentos propios, su tecnología no es muy impresionante. Ocupan modestos empleos de servicio realizando tareas sencillas con sus cuerpos aparatosos que parecen construidos con restos de cajeros automáticos, teléfonos públicos y electrodomésticos de desecho.

Sheldon recorre la ruta esperando en silencio. Con expresión melancólica mira a través de la ventana y parece preguntarse si esto es la vida y si merece la pena ser vivida. Las personas sentadas junto a él lo ignoran, no recibe atención ni debe aspirar a ello; los robots no fueron construidos para vivir como seres humanos.

Ya en casa, recorre el oscuro pasillo que conduce a su pieza. En el camino encuentra a unos vecinos, también robots, y hace un último intento por establecer algún tipo de contacto, aunque sea efímero e insignificante, pero no están interesados, no quieren hablar de su día o de sus trabajos. Tan sólo se resignan a sentarse y existir en silencio. Se les ha preparado para cumplir funciones y ejecutar órdenes. Hogar, transporte, trabajo. Trabajo, transporte, hogar. Y nada más es requerido, para siempre.

Pero en la tímida melancolía de Sheldon hay una señal de inconformidad, una esperanza de algo distinto. Aun no acepta la idea de que la vida se reduzca a sentarse en un autobús, llegar solo a un apartamento después de un deprimente día de trabajo idéntico a todos los otros, y volver a repetirlo mañana y luego nuevamente, ad infinitum. Sin embargo es una vaga intuición, apenas es tristeza.

Jonze, que también escribió el guión, decide rescatar a Sheldon cruzando su camino con el de Francesca, una robot que ya ha convertido la inconformidad en rebeldía; maneja a pesar de que no debe, disfruta con sus amigos (algunos son humanos), construye piezas artísticas, escucha música y va a conciertos de Of Montreal. Intenta vivir lo más posible con lo que tiene a la mano. Ha decidido construir la vida que quiere aunque no esté destinada para ello. Un día, acostada junto a Sheldon, le pregunta: “¿Con qué sueñas?” y él, sorprendido, le responde: “¿De qué hablas? Nosotros no podemos soñar”. “Claro que sí”, dice ella, “sólo tienes que inventarlos”. Aunque no lo sepa, Francesa se ha convertido en una heroína del absurdo decidida a encontrar un sentido en un mundo que no le ofrece ninguno, aprendiendo a vivir el “como si”.

Jonze, a través de Francesca y Sheldon, afirma que la vida puede salvarse en el amor, en el arte, la amistad y la música, con las pequeñas alegrías que el mundo puede ofrecer. A pesar del alto precio que tengamos que pagar para encontrarlas. En lo que está dado aun es posible redescubrir el valor y la belleza de las cosas (y las personas) que hacen que la vida valga la pena de ser vivida. Es una visión romántica de la condición humana que busca recuperar de algún modo la inocencia, perdida junto a la infancia de la humanidad en medio de los engranajes del tedio, la repetición y lo ordinario. El amor es el sentido y la redención que nos salva del abismo. Estamos perdidos, pero hay una salida. Es, a pesar del sufrimiento, una utopía.

 

Cuando Blade Runner apareció en 1982 no fue bien recibida por la crítica y recaudó poco en taquilla. El tiempo la ha convertido en un film de culto y en una de las películas más importantes en la historia del cine occidental. Sutil, cerebral y compleja, plantea preguntas que resuenan en el mismo centro de nuestra humanidad, revelando un futuro que no sólo parece posible, sino el único al que podíamos estar destinados. El universo de Blade Runner es una consecuencia a la que nos hemos condenado con vidas vacías, banales y egoístas, ansiosas de comodidad y progreso, entumecidas por la tecnología y el entretenimiento. Y en medio de la oscuridad que las rodea, no queda claro que exista una salida o al menos una luz que conduzca a la esperanza. Los hombres y mujeres que habitan este mundo han sido arrasados por el desencanto y el olvido. Arrojados a una cotidianidad en la que lo único que queda es esperar la llegada de la muerte en condiciones que sólo algunos se atreverían a llamar aceptables.

Este mundo no tiene nada que ver con el de Francesca y Sheldon, no hay quien vuelva a casa contemplando el atardecer con nostalgia; los tiempos ya no están para eso. Los robots ahora son esclavos, realizan trabajos forzosos en colonias interplanetarias de explotación de las cuales se extraen recursos para ampliar el dominio humano.

Un grupo de androides, pertenecientes a la generación más avanzada (Nexus 6), escapa de una de las colonias y se esconde en el planeta tierra. Lo que inicialmente parece un motín que busca liberarse de la esclavitud humana representa en realidad una rebelión existencial y metafísica. A pesar de ser los androides más avanzados, o precisamente por eso, han sido diseñados para cumplir un ciclo de vida de cuatro años. Explotación, muerte y reemplazo. Conscientes de su desaparición, se sublevan y viajan a la tierra en busca de su creador para exigirle que les otorgue más vida. No es la esclavitud terrenal la que los oprime, es la inevitabilidad de la muerte; el mayor acto de sometimiento que un ser puede sufrir.

A diferencia de Francesca y Sheldon, Roy (líder de los androides) se enfrenta cara a cara con el absurdo y se niega a aceptarlo. ¿Cómo puede salvarse la vida en el amor si eventualmente ha de perecer? ¿Cómo puede tener valor y sentido nada de lo que hacemos si en el futuro siempre nos espera la muerte? No, dice Roy. La única y verdadera libertad es la eternidad. Vivir, y vivir para siempre con la certeza de que nunca habrá que morir. Pronto descubre y comprende que no sólo él es un condenado a muerte, sino todos, absolutamente todo lo que existe se dirige irremediablemente hacia la desaparición y la nada. La existencia es esencialmente absurda. En este sentido, Blade Runner es Camus en estado puro.

Roy representa la caída del hombre, el destierro de la eternidad y la condena de vivir una vida que en última instancia no le pertenece y que siempre, sin excepción, le es arrebatada. Blade Runner es el futuro de una humanidad consciente de su mortalidad a la que le resulta imposible encontrar un sentido que justifique la precaria duración del instante, por lo demás lleno de insoportable dolor y sufrimiento, pero también de amor e inefable belleza. Es una distopía existencial gestada en la rebelión frente a la muerte.

En un memorable pasaje cercano al final de la cinta y de su propia vida, Roy dice: “He visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas por encima de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo…como lágrimas en la lluvia.” Esta es nuestra única y verdadera tragedia: El tiempo es eterno, pero nosotros no. Ciertamente el futuro es la muerte, pero hay que vivir para merecer el instante, a pesar del absurdo, aunque parezca imposible.

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