Flight: Oda al Borracho Arrepentido

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“Flight” puede ser la hermana reaccionaria de “Django Unchained”.

Si la película de Tarantino nos habla de un proceso de desencadenamiento, la cinta de Zemeckis aborda un vuelo accidentado sobre el campo de la esclavitud de un afroamericano promedio por parte del círculo vicioso de la droga y el alcohol.

El guión narra también su tortuoso camino hacia la liberación del cuerpo y la mente. La gran diferencia estriba en el contenido y la forma de exponer la tesis.

Quentin adopta un modelo de western revisionista, iconoclasta, progresista y deconstruido, medio en clave de campaña irónica a favor de Obama.

Robert coge un rumbo clásico, de un alumno menor de Steven Spielberg, para filmar un típico melodrama “choronga” con posibilidad de redención a la vuelta de la esquina del final feliz.

El chiste entre líneas reconocería el siguiente mensaje cifrado del subtexto de la pieza: un negro con complejo de culpa conduce el avión del estado y por su lado oscuro lo estrella.

¿Será una metáfora racial de Barack sobre su torpe gestión de la crisis y la depresión? El motivo de su falla radica en el mismo problema sufrido por Bush con la bebida, antes y después de su subida al trono.

Por tanto, el film alienta comparaciones y analogías políticas de diverso origen, según una agenda básicamente republicana y ultraconservadora, del color del Tea Party.

No en balde, es una suerte de Sarah Pallin, con lentes y pinta de Tina Fey, quien lleva al banquillo de los acusados al protagonista y lo invita a confesar la verdad, en uno de los desenlaces más forzados desde la arrogante admisión pública de Jack Nicholson en “Código de Honor”, derrotado por la esperanza blanca de Tom Cruise.

Acá salimos del conclave militar para congraciarnos con el buen funcionamiento de las instituciones democráticas, para hacer justicia, extirpar a las manzanas podridas y brindarle un derecho de rehabilitación al borracho arrepentido.

Zemeckis es un publicista subliminal de armas tomar. Nos hizo soñar con Nike en “Back to The Future”, confiar en las entregas de Fedex con “Cast Away”, amar al sistema de estrellas de los grandes estudios y comprar la mercancía, de obsolescencia programada, fabricada para la ocasión de “Quién engañó a Roger Rabbit”.

Maestro del encanto infantil y familiar, el autor nos vende en “Flight” un gato por liebre, dedicado a legitimar la imagen alicaída y pasada de moda de “Alcohólicos Anónimos”, con discurso de superación de la adversidad incluido en el paquete de autoayuda.

Los primeros quince minutos son un alarde técnico, sin fisuras, aunque herederos del suspenso ochentoso de “Amazing Histories”, a la usanza del género de catástrofe. No es una chanza como “Dónde está el Piloto”, sino un remake trasnochado y serio de “Airport”, considerada por Miguel Ángel Palomo como “la película que inauguró la interminable serie de catástrofes aéreas”.

El atributo de la dirección reside en su manejo de la acción épica, surreal y fantástica. En descargo del autor, el libreto amaga con transpirar ambigüedad alrededor del caso del personaje. Nos queda la duda si el aterrizaje salvador fue un milagro, un golpe del destino o una consecuencia absurda de pilotar en condición de ebriedad.

Aparte, hay una relación interesante, de amor y odio, por las sustancias ilícitas y los consumos de botellas encaletadas en recipientes de jugo.

John Goodman, un secundario imprescindible, se roba el show en una variante periquera del “Dude”, capaz de levantarle ánimo a su amigo melancólico con dos rayas de coca.

Divertidísima la escena de su recuperación en el hotel ante los ojos aterrorizados de un sindicalero ortodoxo y un abogado puritano.

Es una lástima porque en el cierre, Zemekys abandona el clima de gozadera tormentosa y descenso a los infiernos, para caer en una galería de postales y lugares comunes del pensamiento moralista.

El hombre en llamas reconoce su padecimiento, se entrega a las autoridades y decide exorcizar de su interior la presencia del diablo de las bebidas espirituosas.

Una limpieza de mala conciencia, cuyas resonancias nos retroceden a la época del código Hays y las películas censuradas por la prohibición, donde los traficantes del whisky siempre pagaban por sus fechorías. Una razón extraña nos ata a semejante precedente.

Debe ser una secuela de la cantidad de accidentes perpetrados por manos de conductores borrachos. A lo mejor es un efecto del control sobre la vida íntima de las personas, conminadas a renunciar al tabaco y a la caña clara.

Ahora el enemigo de la meca es el vodka, la cerveza, la champaña y pare usted de sufrir. Demasiada hipocresía junta para mi gusto, considerando las fiestas de derroche de la campaña por el Oscar. ¿Brindarán con leche después del estreno de “Flight”?

Zemekcys cumple con repetir su molesta monserga y sermón de “Forrest Gump”.

Denzell Washingnton es el último Tom Hanks dispuesto a dejarlo todo, por el amor de su princesa, asolada por los fantasmas de la pornografía y la inyección de narcóticos. Ambos se rescatan por el giro del happy ending.

Un cuento trillado, renaciendo de sus cenizas como el ave fénix.

De lo peorcito del año.

Me quedo con Homero Simpson. Salud.

PD: el sexo también se paga con la muerte. Una latina es chivo expiatorio del colapso. Parece escrita por los redactores de la Ley Resorte. Es el tipo de cursilerías respaldadas por la Villa.

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