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Warren Zevon y la seducción del alma (Las malditas musas)

Zevon  Años atrás un amigo me dijo que cuando encuentras lo que te seduce el alma, es como si no trabajaras. Desde ese momento, ya lejano, la frase nunca dejó de darme vueltas en la cabeza. Claro está que resulta fácil hacer lo que nos gusta y aún más simple criticar lo que no, sin el más mínimo desparpajo o pelo en la lengua.

No obstante, cuando pienso en Warren Zevon, toda ésa verborrea (mía y de mi amigo) se va al subsuelo.

Esto no significa que Zevon no haya experimentado con la música ese embeleso espiritual del que mi amigo habla, sino que aplicarlo le costaba un gran trabajo emocional porque, quien no logró seducirlo (al menos no del buen modo) fue la vida misma. En su tema “Life’ll kill ya”, Zevon explica –además de que es la vida quien mata- que la muerte se pasea desde el despacho presidencial hasta la más sórdida habitación de un músico fracasado, arrojando la esperanza de que quizás vayas al cielo y (de existir el reino de Dios) reencarnes en alguien de bien. Bajo esta premisa, Zevon se instaló firme en la fila de anti héroes de nuevas y no tan nuevas generaciones.

Por eso –volviendo al inicio- toda la teoría de la ad honorem alma seducida entra en tela de juicio. Desde Wanted dead or alive, su primer trabajo discográfico, Zevon se transformó en alguien fuera de su tiempo; un caballero nocturno y solitario que emergía y se evaporaba intermitentemente mientras mutaba de un romántico empedernido a un fiero rocanrolero consciente de su auto decadencia. Un nihilista siempre controversial, siempre vanguardista. Y los años, claro, los años contribuyeron a estas alteraciones de su naturaleza que –cómo negarlo- cambiaron también la de sus seguidores. Imposible no asociar la figura de Zevon como la de un nihilista por naturaleza, así el adjetivo no resulte más que un paño de agua tibia para justificar tanta inconstancia emocional.

Y es que en las mejores canciones de Warren – recordar Excitable boy, Frank and Jesse James, Rolland the headless Thompson Gunner, Carmelita, Don´t let us get sick, Lawyers, guns and money, Hasten down the wind”, Dirty life’n times y hasta Keep me in your heart – plasman la imagen de un reloj de arena en un cristal de fuego, confunden fechas, sentimientos y posturas, con la única certeza de que en la vida no se llega a ser del todo feliz. Así, en canciones como Carmelita, donde un adicto a la heroína suplica implora amor y por metadona, termina cediendo ante la tentación; o en ése Excitable boy que narra un síndrome de déficit de atención de más de particular; para rematar con la aventura de un Warren endeudado con la mafia rusa por sus apuestas en La Habana, implorándole a su padre que le envíe Lawyers, guns and money.

Historias de tres minutos en las que el tiempo y sus travesuras entran cual tsunami y se despiden dejando una nueva isla de sentimientos encontrados: sentimental hygiene, diría Warren.

El primer vestigio de fama comercial de Zevon se dio gracias a Martin Scorsese, quien en el filme The color of money, pone a un joven Tom Cruise a recitar el tema Werewolves of London, que pasó a encabezar la lista de hits predilectos del público norteamericano y hoy califica como su obra más conocida. A pesar de esto, Zevon ya tenía un público –si se quiere underground– que admiraba en él su prolífico trabajo por encima de sus constantes colisiones con el alcoholismo, divorcios e intentos de suicidio: eventos todos que se materializarían como musas de su carrera.

Para muchos, Warren fue calificado como el Jesse James del rocanrol. Y es que la presencia del forajido cowboy quien paso de victimario a víctima fue también un elemento constante y latente en su música en temas como Frank and Jesse James, en el que el músico elabora una atmósfera de oscura poética sobre dos de los personajes más controversiales de la cultura norteamericana; Rolland the headless Thompson Gunner, donde se desarrolla la historia de un pródigo pistolero a quien la CIA ordena volarle la cabeza y Rolland, decapitado, cobra venganza en Mombasa; y en Poor, poor, pittiful me, en la que Warren describe a una mujer cuyo carácter se asemejaba al del forajido Jesse James. Y es que una vez abierto el armario de Zevon con sus musas, alegrías y derrumbamientos no es fácil acorralar y abrazar al monstruo creador que fue. Y eso él lo supo mejor que nadie.

Explayarse sobre lo que significa ser seguidor de Warren Zevon resulta una tarea estéril. Todo intento de división entre su obra romántica, salvaje y hasta instrumental, no acabaría en ser más que una cachetada certera al desordenado trance sin tiempo que es su discografía. Y es que cuando se decide seguir a Zevon, toda brújula termina convertida en una rota baratija ante los constantes golpes de timón del enorme trasatlántico de su música. Así aquellos fanáticos para los que Lawyers, guns and money resultaba un himno al hedonismo sufrieron una insufrible agonía con el viraje romántico de The heartache, que luego se catapultó como la lírica más sencilla e hiriente en lo que a penurias de amor se refiere; y los que por más que argumenten que Mutineer no fue su mejor trabajo, terminaron dejándose envolver por la caída libre y breve de sus acordes. Y por último, los seguidores (dentro de los que me incluyo) que disfrutan sin chistar todas y cada una de sus facetas como un maremoto de ironías, sarcasmos, amores y tristezas. Blues.

Ese blues que le permitió a Warren reinventarse tantas veces, cuando en conciertos jugaba con sus clásicos convirtiéndolos en una masa informe que transformaba en algo más desconcertante y poderoso que en el concierto anterior, dejando al público expectante y extasiado en cuestión de segundos. También en sus apariciones en televisión, como cuando en una de tantas presentaciones en el late show de David Letterman, armado de una guitarra acústica lanza el prefacio de Lawyers, guns and money, canción escrita en sus últimas vacaciones en Hawaii, soltando que ”por más que quiera, nunca tomo vacaciones”.

Vuelvo a evocar a mi amigo: cuando encuentras lo que te seduce el alma es como si no trabajaras. Puede que entre los eslabones de cuestionamientos sobre esta frase que en un momento me sonó tan cierta, se encuentre el duelo de sus últimos días, cuando, a mediados de 2002, se hizo pública la noticia de un agresivo cáncer de pulmón que según sus médicos acabaría con él en menos de tres meses. El anti héroe de generaciones caído en desgracia, el toma tu tomate de su alocada vida y el argumento perfecto para las futuras (y pocas) experiencias que le quedaban todavía por vivir. Adiós Warren. Buena suerte y hasta luego. Otro músico trazándose el camino del icono, al que llegará, cuando deje este mundo. Su teoría por fin comprobada que se encargó de derrumbar mostrándose como el músico de siempre: sarcástico, irónico y sentimental.

Su fama creció por nimios acontecimientos cotidianos, como cuando en la cola del supermercado, le dijo a la cajera “perdone, tengo un cáncer terminal ¿podría hacer que la fila avance más rápido?”, o interrogado sobre su discografía disparándole a mansalva a sus fanáticos cuando afirmó que “deseaba que Mutineer fuese interpretado como un gesto de aprecio hacia mis fans, ninguno de los cuales, por cierto, compró el disco”. Pero esto no fue todo lo que hizo Warren antes de partir. Pocos días después de conocer su estado, decidió grabar un último disco que tituló The Wind. Por  más que el ánimo de sus músicos no era el mejor, la figura del artista casi fantasma que actúa como si el futuro fuese cosa del pasado, como dijo Bob Dylan, Zevon se empeñaba en ironizar. Una de las anécdotas del equipo de grabación del álbum fue cuando Warren irrumpió en la sala de grabación y con una sonrisa en los labios les dijo “chicos, vamos muy lentos. Así no acabaremos a tiempo. Por cierto, ¿saben si todavía se publican LP’S?” Finalmente la grabación de The Wind concluyó y su salida al mercado se dio una semana antes de la muerte de Zevon en septiembre de 2003.

Todo el collage de vivencias, nostalgias, borracheras, y alegrías quedaron sutilmente retratadas en este álbum. Basta con escucharlo hablar de sus soledades, desamores e infelicidades como las mejores cosas que le pudieron pasar en vida estando tan cerca del fin  en Dirty life’n times . O la desgarradora Keep me in your heart, capaz de dejar helado hasta a un carnicero despidiéndose de sus afectos con aires de ternura, sugiriéndoles que cuando estén haciendo cosas simples en la casa y piensen en él, sonrían y lo mantengan en sus corazones. Y así fue: hoy, aquí en este 2013 estoy frente al monitor viendo su última participación en el  late show de David Letterman (programa por segmentos que por primera vez en su historia cedió todo el show para entrevistar a Zevon) donde David le pregunta qué piensa hacer ahora que se sabe enfermo de un cáncer terminal y Warren, entre risas, contesta que supone disfrutará cada sándwich que se coma.

Valiéndose de esta frase, artistas como Steve Earle junto a Reckless Kelly, Bruce Springsten, Billy Bob Thorton y los incondicionales Bob Dylan y Jorge Calderón, lanzaron al mercado un disco titulado Enjoy every sandwich: the songs of Warren Zevon en el que cada uno versionó un éxito de Warren con aportes propios, manteniéndolo así, en el corazón de cada uno de sus fanáticos, quienes seguimos disfrutando cada sandwich en compañía de sus músicas mientras Warren, tocando las puertas del cielo (o no) nos mira de reojo gritándonos un contundente I used to drive so high! (Versos no muy acordes para quien, en teoría, está en el Reino del Señor, pero a quién le importa)

Warren Zevon VH1 (Inside) Out

http://www.youtube.com/watch?v=hIaOHkeQNMk

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