La crisis de la violencia nos tiene jodidos a todos. A todos, sí, no sólo a los que caen víctimas, a los familiares de las víctimas, a los que amanecen llorando en Bello Monte, a las mamás de estos bichos malandros, que por más malandros que sean, también tienen derechos humanos.
Nos tiene jodidos porque no salimos como antes y cuando lo hacemos es mirando a todos lados. Porque los más chamos no saben lo que era salir como antes.
Pero sobre todo, porque hasta a los más educados, los más religiosos, los de mayor educación, los más ateos racionalistas, los más fans de la ilustración, los más devotos de la virgen, los más opositores a Chávez, los más defensores del pueblo, a todos, (obvio que con sus excepciones) nos convirtió en mussolinis de bolsillo. Ante el horror de Uribana, ¡Qué bueno! gritamos. ¡No joda, ahí no estaban por hacer nada bueno! ¡Lástima no fueron 100! ¡Empieza la limpieza! ¡Mano dura, carajo! Exclamamos todos al unísono, felices de que se hace justicia al fin.
Ya perdí la cuenta de estados de Facebook alegrándose por una nueva masacre, de las discusiones estériles llenas de hombres de paja, que aseguran que yo adoro a los criminales, que me desean la violación de mi madre, hermanas e hijas, que me preguntan por los derechos humanos de las víctimas de los criminales, como si yo estuviera de acuerdo con la delincuencia. Ya perdí la cuenta de los mensajes donde se muestra una falta total de empatía, de identificación, donde en nuestras cárceles todos los presos son culpables aunque estén hacinados porque no han sido juzgados siquiera, donde todos son unos asesinos sin escrúpulos y se merecen que les caigan a tiros, donde nuestro sistema penal es perfecto y 100% certero, donde a nadie le siembran droga ni lo joden por revirar a los pacos, donde no hay retrasos procesales.
Ellos son buena gente, más aún gente de bien, gente decente. A ellos, nunca, jamás, les podría pasar encontrarse dentro de una prisión. Es absurdo para mi el imaginarme tal cosa. Ellos nunca podrían llevarse a un carajito por delante con el carro, nunca los podrían agarrar consumiendo esa marihuana que quieren despenalizar por apego a la libertad intelectual, tampoco van a hablar mucho y en serio de política, ni van a provocar la ira del algún señor alto en el gobierno. ¿Cómo soy tan estúpido de imaginar siquiera que a ellos los voy a encontrar allí alguna vez?
El debido proceso es un lujo apto solo para esta gente de bien. Los acusados de delitos no se lo merecen. Es por eso que podemos ver los videos de guardias nacionales policías cayéndole a palo limpio a ciudadanos y, sin contexto alguno, gritar de emoción como si los batazos que les meten los guardias a los detenidos fuesen un jonrón en un juego Caracas-Magallanes. La mera acusación de delincuencia basta para convertir en certeza la pérdida de los más mínimos derechos humanos. Tal cual una acusación de brujería en el siglo XVII. No importa si esa vez no hicieron algo, alguna otra vez algo habrán hecho para merecer los palos, no son inocentes y nunca lo serán.
Lo más absurdo es que muchos de los que no tienen un ápice de empatía, ni un poco de sentido común en estos casos son, en circunstancias normales, o férreos defensores del Pueblo contra la oligarquía, o de la gente que lloraba por Santa María Lourdes Afiuni, patrona de los presos políticos venezolanos. Se les olvida que el posible malandro apaleado o el posible inocente acribillado por Globovisión, por la Guardia Nacional, son parte del Pueblo y que muchos de los presos dentro de nuestras cárceles llevan tanto tiempo esperando juicio que Afiuni estaría legalmente obligada a liberarlos si siguiera como jueza, así que supongo que según ellos Santa María Lourdes Afiuni será otra contribuyente más a la violencia, impunidad y decadencia del país.
Lo más espantoso de esta desesperación es que ha eliminado todo vestigio de pensamiento racional Así, este gobierno incompetente, totalitario y enemigo del pueblo no va a solucionar el problema de las cárceles (y en serio, no lo va a hacer, no nos caigamos a coba, que ya está viejo el cuento de echarle la culpa a Globovisión), así que por lo tanto, hay que… darle al gobierno (o a sus agentes, que es lo mismo) licencia para matar y torturar. Es el non plus ultra de la desesperación, es no darse cuenta que la pena de muerte en una sociedad como la nuestra, con un sistema judicial al mejor postor y una aplicación caprichosa y arbitraria de las leyes, es una ruleta rusa, que la bala te puede tocar a ti, o a un familiar, o a un conocido. No darse cuenta que incluso en países con mejores laboratorios y cortes, la justicia comete errores, ¿Cómo no los va a cometer acá en Venezuela?. El Juez Dredd no es una opción válida ni deseable en la vida real.
Entonces, los que se oponen fieramente al control del Estado en sus vidas claman por darle el derecho de tomar las de los demás. Precisamente allí radica mi oposición a la pena de muerte: El estado jamás debe tener esa atribución, primero, porque no podemos asegurarnos 100% de la culpabilidad de un acusado, y segundo, porque nadie puede asegurarnos que, aunque los juicios sean perfectos hoy día, que en 50 años no llegue un demagogo y use la pena de muerte para sus fines. La pena de muerte es una opción que no debe estar sobre la mesa. Pero ese no es el tema de este artículo, sino el resaltar la barbaridad y el desprecio por la vida ajena de quienes tienen estas posiciones mientras afirman que este gobierno no sirve para nada. Porque del otro lado son más que conocidos los autoritarios que no sólo creen que el gobierno tiene ese derecho, sino que ellos tienen el deber de ejercerlo en nombre de la revolución.
Estamos jodidos. Llegamos al llegadero. Los que abogamos por soluciones sensatas (no, la no-violencia absoluta no es tampoco una alternativa válida), somos una minoría y apenas expresamos nuestra posición se procede a callarnos con una lluvia de argumentos ridículos y distorsionando nuestra posición. Pero hay tal nivel de cerrazón mental que no se ve que defender los derechos de esos criminales es defender los derechos de todos.
Por supuesto, la falta de empatía de la que adolecemos no se limita a la desesperación sentida y a refugiarnos tras las botas militares y que se jodan los derechos ajenos, sino que también permea nuestra vida diaria. En los próximos artículos de esta serie seguiremos explorando el tema a través de la ventana que nos da nuestra República Bananera.