El día del cine nacional se celebra en medio de un panorama enrarecido, poco presto al festejo. El estado de derecho brilla por su ausencia y los sucesos de Uribana confirman las peores sospechas del gobierno.
Aun así, la maquinaría de propaganda y publicidad no renuncia a su idea de anunciar la conmemoración de la fecha entre bombos y platillos, como si el país fuese Suiza y siguiéramos enrumbados hacia un futuro de esperanza, resurrección y bonanza.
De manera conductista, la plataforma repite sus mentiras, una y mil veces, para convertirlas en verdades potables e ingenuas.
Por encima, nos hablan de cifras óptimas de recaudación y de una lista de espera de innumerables títulos por estrenarse. Todos supuestamente maravillosos e intachables.
Nadie comenta o reflexiona sobre la necesidad de recortarse la dieta y apretarse el cinturón. Menos se plantea la urgencia de someter a debate los contenidos desarrollados por el gremio, desde una perspectiva fría y analítica, despojada del ánimo glorificador y superficial del mercadeo.
Únicamente se eleva un discurso evasivo y ombliguista para justificar el apoyo irrestricto por medio de subsidios y dádivas.
La crítica es la enemiga, la señora censurada y el fantasma del cuento moral de los directores y productores hermanados por el aire de felicidad del 28 de enero.
Por debajo, la industria proyecta un perfil descolorido con pies de plomo.
Hemos cultivado un sistema paternalista y parasitario, dominado por una jerarquía política y una rosca dulce.
La misma transforma el ejercicio estético en un mero trámite burocrático, de conceder créditos a manos llenas y recibir a cambio productos estandarizados, donde la experimentación se la llevó el viento.
La taquilla es el norte para unos autores referenciados por el éxito comercial de Benjamín Rausseo.
Al final, hacemos telefilmes a diestra y siniestra, para luego invocar la bandera de la diversidad temática como característica de los tiempos actuales.
Por ende, la mentada pluralidad resulta siendo un espejismo, cuya forma encumbre la banalidad de los argumentos.
En consecuencia, queda un estrecho margen para la acción de los alternativos y los disidentes. Por lo pronto, asoman la cabeza por las redes sociales. Sin embargo, el aparato los eclipsa por completo y los condena a la marginalidad.
En último caso, lo mejor del cine nacional se gesta y cuece fuera de la cartelera, de los consensos, de los programas, de los esquema de la cultura oficial.
Vayamos al encuentro de lo diferente y divergente.
Basta de complacencia.
La imagen de hoy pertenece a Juan José Olavarria.