Crónica de Dos Venezolanos Atrapados por la Magia de los Parques de Disney: El Simulacro de Sea World

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Nos preparamos para entrar a Sea World. Hace un frío de padre y señor nuestro. Yo voy con protección de neopreno, franela, camisa y chaqueta. Igual siento la influencia del clima de invierno. Por ser el parque marino de la Disney, los turistas de Orlando prefieren evitarlo y posponerlo para el verano.
Personalmente lo desconozco, estoy intrigado y me empeño en asistir. Claudia ha ido desde niña y lo recorrió en su época de gloria.
Hoy, me advierte ella, sufre un proceso de desgaste y perdió parte de su encanto, tras el incidente de “Shamú”.
Antes la ballena asesina jugaba con los simpáticos guías, y de hecho, se dejaba tratar como otra especie domesticada por el látigo dulce del ratón Mickey.
Un día de furia, la bestia se obstinó de su papel de peluche y ahogó a su pareja del show en una salida trágica, propia de un documental de Werner Herzog.
Atónito y aterrorizado, el público presenció una secuela femenina de “Grizzly Man”. Fue la peor crisis de la historia en el recinto. El mito de la convivencia entre la especies, vendido por el boleto, se derrumbaba a pedazos.
A partir de entonces, un aura maldita se apoderó de la instalación. En paralelo, la atracción cambió su dinámica.
Ahora las ballenas asesinas nadan y bailan solas, mientras los atentos orientadores aguardan en los bordes del estanque.
Las aguas del reino animal volvieron a su cauce y Disney debió reconocer la victoria territorial de sus inmensos obreros rayados de blanco y negro.
Frente al espectáculo, diviso el desarrollo de un ritual de elegante hipocresía, donde se oculta el pasado, se olvida el desliz y todos fingen seguir su rol trazado, como si nada hubiese ocurrido. Algunos se tragan el cuento y sonríen.
Los escépticos celebramos con cautela, gozamos del encanto artificial del evento, y aprendemos a experimentar una de las formas de suspenso controlado, vislumbradas por el entorno.
Captamos lo mismo en el espacio de los delfines y los tiburones blancos, recluidos en una pecera gigante, donde los vemos por debajo en su estado menos salvaje, sacando los dientes por reflejo, aunque circulando como hologramas vivientes, fantasmas y zombies de un diorama falso y kitsh, despojado del ángulo impredecible, salvaje y darwinista de la realidad.
Los escualos no atacan a sus semejantes, los obligan a llevar una dieta balanceada y los condenan a una muerte larga, lenta y programada como exhibición de tintes supuestamente verdes.
Al respecto, el especialista en la materia, Juan Requena, me confía una reflexión.
Él es casualmente hermano de Claudia y nos orienta el sentido de la expedición. Juan Requena es artista plástico y parte su obra gira en torno a la debacle de los sistemas de representación del medio ambiente.
Según su punto de vista, la prédica ecológica de “Sea World” peca de deshonesta y sirve de coartada para su negocio.
El parque alimenta un consumismo exacerbado en los niños, no cultiva prácticas de preservación como el reciclaje, y encima, fomenta el secuestro y el tráfico de animales, de especies en extinción. Vaya una reflexión última sobre el caso. Las investigaciones de Juan Requena arrojan datos y resultados duros.
El proceso de adaptación de pingüinos y peces en acuarios, es traumático y desolador. A menudo, contraen enfermedades producto del hacinamiento, la parálisis y el encierro.
Científicamente se deprimen, quedan amputados psicológicamente de por vida y difícilmente retornan a su auténtico hogar. Por supuesto, el parque les brinda asistencia, abrigo y afecto. Pero el daño ya se hizo.
En consecuencia, la felicidad empiece a borrársele a uno de la cara durante la visita. Unos flamingos carecen de movilidad en un reservorio mínimo y cantan desesperadamente. A lo mejor piden auxilio, atención o comida. Provoca liberarlos con la cuadrilla de la película “Doce Monos”.
Entramos a una película 3D sobre conservación de tortugas. Los efectos son impecables, aun cuando la historia acaba con un desenlace optimista de emancipación, abolido por el contexto.
Afuera, las tortugas de Disney no vuelven a su hábitat natural, sino continúan atadas a su grillete de 24 horas de montaje teatral. Cadena perpetua para el regocijo de padres y chicos.
“Sea World” te plantea un dilema ético muy fuerte. Festejar el simulacro o desnudarlo como Baudrillard.
Terminamos en Manta y el Kraken, las dos montañas rusas del parque. A pocos instantes de abordar la primera, los técnicos la detienen para darle un respiro de mantenimiento. Inspeccionó su estructura y noto un ligero descuido en pintura, diseño, control de calidad.
Por el uso, la máquina descubre un rostro ajado necesitado de barniz. Tengo mi momento de “Final Destination” y anticipo una catástrofe con nosotros adentro.
La curiosidad me vence, me quito el drama de la cabeza y me entrego al disfrute con Claudia. Manta se gana su fama en dos minutos.
Claudia y yo gritamos como locos, nos sobreponemos al vértigo y nos desahogamos. Son las siete de la noche y emprendemos la retirada, muertos de frío.
En la cámara guardamos los instantes Kodak del encuentro con las focas, los leones marinos, las belugas y el manatí.
Salimos del parque con emociones encontradas.
En el próximo capítulo las ampliaremos.

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