Metamorfosis de una bofetada (2/2)

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2005: Diez años habían pasado en un abrir y cerrar de ojos desde aquel incidente que más que un mal sabor de boca dejó anécdotas, a veces exageradas a la luz de unos tragos, de unos jóvenes irresponsables entrando en aquella etapa en la vida en donde, como solía ser antes de la Revolución, el matrimonio, la hipoteca, la carrera y si llegan los mismos hijos, lo volvían a uno anal retentivo. “Tiempos aquellos en donde fumábamos monte en un mirador y si nos daba la gana arrancábamos para la playita con los culitos esa misma noche con la única preocupación de conseguir alguna licorería abierta en el camino”, solían retroalimentarse entre ellos en las escasas oportunidades en que se reunían, no sin un dejo de nostalgia o ansiedad quizás a sabiendas de que esos tiempos jamás volverían.

La vida para Juan había sido bastante lineal y prosaica a pesar de todo; en medio del caos y la anarquía de un país en barrena y de un padre venido a menos políticamente (por razones obvias) y reciclado como insigne profesor universitario en una institución de segunda, Juan logró preñar a su novia y casarse (típico) además de graduarse de piloto comercial con la ayuda financiera de la ultima raspadura de olla del padre (típico también) ya que ésta es, como sabrán, una profesión bien cara. Ni rico, ni pobre, ciertamente todo tiempo pasado fue mejor para Juan y su familia al menos económicamente. No se quejaba sin embargo, el negocio estaba boyante llevando y trayendo a la fauna boliburguesa en vuelos chárter a Miami, Panamá, Islas Caimán y demás jurisdicciones eficientes desde un punto de vista tributario. Sus padres habían sobrevivido a dos connatos de divorcio y además, cuestión que no es baladí, Juan se llevaba bien con su mujer a la que sin embargo le montaba el cacho ocasional con la respectiva azafata. Sobre todo adoraba a su chamo que ya estaba por cumplir 7 años. Pablito, como lo llamaba, era sus ojos.

Tenía vivienda propia, cuestión que lo ponía en lo alto de la pirámide socio-económica para una persona de su edad. Sin embargo, solo se la pudo comprar en una urbanización en la que hacía diez años ni siquiera se hubiera planteado tener una novia ahí por lo “tierruo” del área.

En fin, no podía comprarse la camioneta mas arrecha pero podía darse esos gustos con los que muchos en Venezuela llenan sus vidas. Gustos como comer en tal o cual restaurante, tener un iPhone, la segunda camioneta mas arrecha del mercado, ir a Korn o cualquier mierda fuera de circuito que va a Venezuela porque no tienen más a donde ir, vacaciones en Miami, sí. Irse un mes a Europa en un crucero por el mediterráneo con toda la familia, viajar un fin de semana a Aruba o a cualquier isla del Caribe y quedarse en un hotel cinco estrellas, tener una segunda casa en la playa o en la montaña como la tuvieron en su momento sus padres antes de venderla para pagar deudas, tener un bote aparcado en una marina en La Guaira, no.

Todo iba a cambiar esa noche sin embargo. Yendo ya hacia a Caracas desde el aeropuerto metropolitano lo llamo Roberto, su gran amigo.

–          ¿Donde estas bro? Tiempo sin saber de ti.

–          Vengo llegando de Saint Martin dónde fui a dejar a la sobrina de un ministro. No sé cuál es el ministro la verdad pero me huele que era la amante en vez de la sobrina, la tipa estaba podrida de buena. Una zángana la coño de madre.

–          ¿Cual ministro? ¿Cómo sabes que no era la sobrina?

–          Mejor no te lo cuento por teléfono pana. Uno nunca sabe y yo llevo a mucho bolijediondo así que probablemente me tienen el celular pinchado. ¿Te quieres echar unas birras en Daponte?

–          Para eso te llamaba de hecho. Nojoda esos portugueses ya me tienen arrecho. No te fían ni nada y cada vez que te ven andan ahí con un puje para que les pagues.

–          Jeje ¿de nuevo en la pelazón? Tranquilo que yo te invito.

–          No en serio que no. Vamos a esta que queda en la principal. A la que fuimos la última vez con tu mujer y mi ex.

–          Dale pues ¿nos vemos ahí tipo 8pm?

–          Fino

La mejor prueba de que un país está en decadencia es cuando jóvenes en la cúspide de sus habilidades productivas o están quedados persistentemente en el pasado (“te acuerdas de aquella vez con los tombos hueleculos…”) o cuando sus mayores aspiraciones en la vida son las de largarse del país.

Esa noche Juan se enteró de las intenciones de Roberto de irse del país. Nunca había sido tan serio ni determinado con nada en la vida cuestión que no solo impresionó a Juan sino que hizo que se hincara con más fervor en el alcohol que fluía generoso esa noche. Su mejor amigo, quizás su único amigo en esa jungla de concreto, se iba para el coño.

–          Mira pana date un tiempo. Aquí hay mucho rial. Lo de la inseguridad es un problema de estrategia, mas nada. Joden es a los huevones.

–          Sí seguro como a mi primo. Bicho mas pila que él no había e igualito lo jodieron. Anda decirle a la mama que lo mataron por huevón.

–          Mira, mira a mi me parece que tu estas burda de paranoico. Tomo más riesgo yo volando en avioncitos que viviendo en esta ciudad y ¡eso que yo vivo donde vivo! En fin bro vámonos a terminar la botellita que tengo en la casa. Maga estará durmiendo así que no empieces con tu gritadera y aspavientos, jejeje

–          Juan ya es muy tarde y ya hemos bebido que jode. Vamos a darle calabaza.

–           Coño chico pero nojoda te vas a ir pal coño, te veo una vez a la cuaresma y ¿me vas a rechazar una botella de Master’s? ¡Nojoda ahómbrese!

Abriendo la reja manual del complejo donde vivía Juan llego una patrulla de la PM. ¡Wowww! sonó la sirena del peñero gigante.

«Ciudadanos párense ahí» gritó el policía abriendo la puerta de la patrulla. El compañero se quedó en la patrulla.

–          ¡Contra la pared! ¿Andan armados?

«¿Bueno pero que es esto?» Protestó Roberto

–          ¡Contra la pared dije ya!

El policía empezó a requisar a Juan quien totalmente ebrio le reclamaba.

–          Coño pero ya te dijimos que no estamos armados ¿porque me sigues apuntando en la nuca nojoda?

–          Tú te le das del sabrosón, ¿no?

–          ¡Verga que no estoy armado nojoda deja de apuntarme!

En eso Roberto sale corriendo hacia la calle y el policía hace un disparo que yerra. Juan aprovecha y sale corriendo como puede en dirección contraria. El policía hace otro disparo que da en el suelo y de rebote le da a Juan en el tobillo.

El policía raudo va hacia la patrulla y arranca creyendo que acertó mortalmente en Juan ya que este yacía en el suelo inerte.

A los segundos los gritos de dolor de Juan en aquella noche unánime reverberaban con fuerza en todas la ventanas de todos los edificios aledaños. Roberto, al rato, cuando percibió que había cierta seguridad se acerca y se lo lleva al Hospital.

Fue al cabo de tres años de ese incidente cuando lo vi luego de dos operaciones y un tratamiento intensivo con antibióticos. Cuando entró en mi casa no lo reconocí. Estaba gordísimo, fofo mas bien y andaba con un bastón. Parecía un tipo de cincuenta años, es decir como quince años más de los que tenía, con sus tres papadas, su barriga caída, ni de cervecero ni de arepero sino de enfermo y un color nada saludable en la piel. Estoy hablando de un carajo que lo llamábamos perro de rancho por lo flaco y ágil que era.

Además tenía un tubo de plástico conectado a la vena del brazo.
“Estoy jodido Gordon”, me dijo.

–          El balazo fue lo de menos, lo que ha sido una cagada es la bacteria que agarre en ese puto hospital. Luego de dos operaciones y el tratamiento hace tres años creíamos que ya estaba curado pero hace un par de meses me entraron unos dolores muy arrechos en los huesos de la pierna, tu sabes la tibia y esas vainas y la bacteria volvió parece que con más fuerza. Parece que el volar hace que las infecciones prosperen quizás por la falta de oxigeno. El hecho es que tengo que tener tratamiento con antibióticos por seis meses de ahí este tubo de mierda. No me puedo apoyar mucho porque el dolor es insoportable pana.

Me enseño la herida. Se veía la cicatriz por donde me imagino entró la bala. Era pequeña, me esperaba algo más grande de hecho. La textura y el color de la herida sin embargo parecía el fondo de un pipote de basura donde una vez vaciado queda siempre una especie de fluido asqueroso.

–          Coño esa mierda no se pega, ¿no?

–          No tranquilo. Eso es signo de que el antibiótico está haciendo efecto. Lo peor es que no puedo volar pana. Llevo ya meses sin volar, sin producir, y estoy un poco asfixiado económicamente.

“Estoy un poco cagado. En el peor de los casos me tendrían que amputar la pierna”. Me dijo sin mirarme a los ojos.

“Mira y Roberto, ¿qué es de su vida?” Le pregunté tratando de cambiar la conversación.

–          Roberto se fue pal coño. Se fue para Londres. Parece que tenía un abuelo o una vaina así italiana, sacó sus papeles gracias a una nueva ley y se marchó. Me escribo con él de vez en cuando. Está encantado, tiene una novia polaca que es EL culo, parece que esa mierda está llena polacos.

¿Te acuerdas cuando íbamos a los miradores con los culitos a beber caña y bailar?. Tú fuiste coño de madre el que me enseñaste la técnica de los dos dedos en el culo. ¡Rata peluda!

–          Sí claro que me acuerdo. Tranquilo Juan que de ésta vas a salir bro.

–          No se huon tengo peos también con mi mujer. Estamos separados de hecho. Creo que todo el peo económico le pasó factura a la relación. Me da burda de vaina con Pablito.

Me agarró el average pana. Me agarró el average.

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