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Dos Venezolanos atrapados por la magia de los parques de Disney: La Revolución Bonita de Magic Kingdom

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Retrocedemos en el tiempo hasta la semana santa del año pasado, cuando visitamos Magic Kingdom por última vez.
Al contrario de diciembre, en verano la gente anda con ropa ligera y extraña al frío. El calor nos agobia desde la entrada.
Yo no puedo ocultar la emoción al salir del carro. Llevaba cerca de una década sin ir al parque. Claudia también luce contenta, pero para ella es un procedimiento de rutina, como ir en vacaciones a la playa.
Ella estudió en Orlando y se conoce la zona como la palma de su mano.
El primer encontronazo con la realidad, lo tengo al llegar al monorriel donde un señor con un acento hispano de la cadena Telemundo, afirma: “Manténganse alejado de las puertas”. Muero de la risa.
La estación nos recibe con la imagen del Metro de Caracas en horario pico. Son apenas las siete y media de la mañana y ya andamos metidos en una cola.
Respiro profundo, Claudia me ve y me dice: “Sergio, ten un poco de paciencia”. Practico varios de mis ejercicios mentales de evasión.
Cuento el número de venezolanos infiltrados, encubiertos y encaletados en la fila, con cara de sueño y lagañas en los ojos. Anoto unos quince. Luego enumero la cantidad de gorras con orejas de Mickey. Cerca de 82.
Claudia y yo repasamos nuestro itinerario de viaje. Nos abstraemos en nuestros clásicos juegos de palabras. Planificamos el menú del almuerzo: “iremos a comer hamburguesas”. Nos relajamos. Pasan veinte minutos y logramos abordar el colapsado método de transporte. Por la tranca, especulo al respecto.
Es Disney, una de las empresas más grandes y rentables del mundo. ¿Por qué siguen aferrados a su trencito obsoleto con un vagón de ida y uno de vuelta? ¿Les interesa ahorrar o crear un embudo para estimular la expectativa, filtrar y generar una operación tortuga del tipo CNE?
En la siguiente parada, estacionamos en el interior de un hotel de cinco estrellas, próximo al parque. Entran y salen docenas de familias con las mismas caras de póster de Coca Cola.
Echo un ojo adentro del complejo turístico y hago una nota mental: “alojarse aquí debe ser como de locos. Un manicomio, un geriátrico, un jardín de infancia, para brindarle atención a los fanáticos de la secta de las orejas negras”. Tengo pesadillas en estado de vigilia.
Imagino el lugar como una trampa del turismo, un crucero encallado y anclado en el medio de un archipiélago de islas del placer, canchas de golf, hedonismo al cien por ciento. La desconexión del sitio con la realidad, es bárbara.
Pero como supone el filósofo francés, envuelve una paradoja posmoderna.
Es toda la ciudad circundante, la empeñada en perder identidad y disfrazarse de colonia, de extensión del reinado de Disney.
Es la pura verdad de un capitalismo centrado exclusivamente en la explotación de los servicios y las emociones efímeras del público.
Alrededor, no se reivindica el valor del trabajo, del empuje del aparato productivo. La escenografía sustenta la fantasía de un mundo ideal de catarsis y esparcimiento, donde unos compran diversión a manos llenas y otros venden su espectáculo, su pan y circo, su carnaval por cómodas cuotas.
En la Misión Disney, como en las de Hugo Chávez, la única condición para disfrutar de las dádivas de la regencia, es la voluntad de esperar en una cola, por minutos y horas, para recibir el alivio a la ansiedad incrementada por la publicidad.
Somos perros de Pavlov condicionados por las galletas y los dulces del racionamiento científico del entretenimiento.
En Caracas y Cuba, es el manejo de la escasez con fines políticos. El electorado paga el favor del subsidio con embotellamientos, hacinamientos y líneas infinitas de miserables. La pobreza alimenta el control y viceversa.
En Disney, el atasco es la norma aunque tu lo avalas y consientes con tu bolsillo. Una pequeña diferencia.
Hablando del tema, es interesante dar un giro por Magic Kindgom para racionalizar el vínculo con la propaganda roja rojita.
Acá también se rinde culto al jerarca de una monarquía. Él es omnipresente y alabado como un mesías redentor, como el líder de una iglesia laica, conservadora y uniformada. Según su entorno, comanda una nave feliz dirigida hacia el futuro del mejoramiento de la especie. Un microcosmos de ciencia ficción animado con alegría por sus empleados, súbditos y leales, quienes al unísono anticipan el advenimiento del milagro consumado.
Magic Kindgom es el paraíso para los apóstoles del credo de Walt, así como Venezuela es el santuario, el hervidero del pensamiento revolucionario y socialista para los funcionarios del proceso.
El asunto guarda su conexión con los mecanismos de identificación de la masa y el caudillo, instaurados por las dictaduras fascistas.
Sembramos la duda para responderla en las entregas venideras.
En el siguiente capítulo, volveremos a Magic Kingdom para estudiar su tejido urbano y antropológico.
El corazón de mi patria late al ritmo de una love mark de Disney.

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