El hombre yace, cadavérico, en su lecho hospitalario. Su cabellera hirsuta susurra alguna posibilidad de mejoría: atrás han quedado las imágenes del Presidente calvo e hinchado, especie de Lex Lutor petropopulista. Sin embargo, las fotografías, más que aclarar, oscurecen. El rictus de sus labios, conato de sonrisa digno de Sheldon Cooper, enmascara el sufrimiento obvio.
La conversación en Venezuela ha mutado; en el 2013, se encuentra en las fronteras de Hades. Atrás han quedado las preguntas relativas al plan económico, al proyecto de nación, al futuro del país. Después de sesenta días desaparecido, el abanico de preguntas en torno a Hugo Chávez (¿podrá terminar su mandato? ¿Regresará al país? ¿Se juramentará frente al TSJ?) han sido limitadas a una sola: ¿está Hugo Chávez vivo?
Pero la respuesta –un rotundo sí, sí está vivo–, viene acompañada del amargo sabor de boca de ver al líder enérgico y estrafalario reducido a lo que bien podría ser un muñequito de cera del Museo Madame Tussaud’s en Londres.
¿Hace falta enviar una comitiva aprobada por la Asamblea Nacional para decretar la falta permanente de Chávez? ¿No nos basta y sobra con la foto del hombre-piltrafa, guiñol lector del Granma, con la elasticidad del señor Burns y la visión 20/20 de Mister Magoo ?
Seré el primero en decirlo: Chávez va a morir. Maduro et al., deberían tener el mínimo de decencia, un grano de compasión y solidaridad, para dejar que este señor fallezca tranquilo, rodeado de su familia y sus seres queridos. Mantenerlo vivo a cualquier costo con el simple fin de sacarlo a pasear como perro de competencia para entretener al público forma parte de los espectáculos más grotescos que haya visto. Recuerda las asquerosas maquinaciones de Jerry Masucci empujando la silla de ruedas de un Héctor Lavoe, acabado y afónico, a la tarima.
Las fotos han barrido con todas las dudas: Chávez no puede, ni podrá, gobernar Venezuela otra vez. Decir lo contrario es ser un necio.
Porque hay otro problema que asoma su cabeza mefistofélica en todo esto. Una sombra que opaca la curvatura de los labios del Presidente. Chávez sigue vivo, pero las fotos han demostrado que el chavismo ha muerto. Incapaz de crear una generación de relevo en 14 años, Hugo Chávez construyó un laberinto de espejos que sólo reflejaba su imagen. Los sicofantes y teruferarios se babearon a sus pies, los críticos fueron eliminados; el chavismo no es más que un castillo hueco, una torre de arena construida con el verbo incendiario y escatológico de nuestro lobo feroz del siglo XXI. Neutralizada su única pieza, su sola raison d’être, el chavismo muere, agonizante.
Ha llegado el momento de pasar la página. El chavismo nos legó un país endeudado, improductivo, que se desangra y se desmorona poco a poco. Sus consecuencias serán analizadas por los especialistas en las décadas por venir.
Por ahora, ha empezado la transición.