La mejor película venezolana de la temporada comienza con imágenes caseras de material encontrado. El archivo familiar dota a la proyección de una sensibilidad rústica y analógica, a la vanguardia del género en el país. El llamado found footage presenta a un grupo de niños hermanados por el descubrimiento del deporte extremo del windsurf.
Desde entonces, serán los protagonistas del largometraje de no ficción, El Yaque, un viaje iniciático sobre el ascenso de cuatro amigos en el ranking mundial de la disciplina. Afuera los tratan como embajadores de buena voluntad y los elogian por sus aportes al desarrollo de la competencia. Lastimosamente, adentro de su patria los relegan a la condición de figuras invisibles.
De hecho, uno de ellos debió salir del circuito global por falta de apoyo público y privado. Por tanto, el film es un llamado de atención a las instituciones del estado para velar por la preservación y el mantenimiento de los patrimonios individuales y colectivos.
El mérito de la cinta radica en sacar a la luz la experiencia de éxito de los héroes anónimos de un pueblo de campeones internacionales.
Ante la ausencia de patrocinio y respaldo gubernamental, los personajes hacen de tripas corazón, emprenden una búsqueda personal y encuentran el reconocimiento de sus pares en el extranjero. A su modo, la pieza expone el drama de ídolos criollos obligados por las circunstancias a tomar el camino del exilio para garantizar la supervivencia de su arte.
Parece un fantasma recurrente del cine nacional. No olvidemos la tragedia de Un Sueño en el Abismo, cuando a raíz de la crisis de los ochenta se popularizó el tema de la fuga de cerebros. De igual manera, existen los precedentes audiovisuales del Proyecto Cumbre, cuyos alpinistas quieren expandir sus límites al margen de la geografía vernácula.
Por último, cabe destacar el logrado trabajo de Malena Ferrer, Yo Mismo Soy, estelarizado por un increíble bailarín de hip hop ignorado por las autoridades de la cultura criolla, y aun así, abocado a dejar en alto el nombre de la nación en los principales concursos de danza alternativa del planeta. En suma, se reivindica el empeño sobrehumano de una sociedad civil destinada a construir un legado con el sudor de su frente.
En el mismo sentido, El Yaque pasa a la historia del género por tejer un contenido profundo, alrededor de un desempeño técnico de altura. La música, el diseño gráfico, la edición y los impresionantes tiros de cámara hilvanan una sólida propuesta de índole experimental. Javier Chuecos sabe conjugar las dosis perfectas de ritmo, emoción y esperanza, para ofrecer un espectáculo digno de ver en la sala.
Mención aparte para los mosqueteros de la cruzada: Ricardo Campello, José «Goyito» Estredo, Cheo Díaz y Yoli Freites de Brend. Ellos derrochan carisma y una agradecida incorrección política. Ella es la síntesis de palabras en desuso como humildad, calidez y compañerismo.
De regreso a su playa querida de Margarita, se lamenta por el deterioro de un mural supuestamente consagrado a recordar la gesta de sus colegas. La pared ejemplifica, con su estampa de ruina, el problema de nuestra falta de memoria. Celebramos el valor de El Yaque para invitarnos a reconstruir nuestra identidad perdida. A toda vela hacia el futuro.