Según las estadísticas, el 10% de la población es zurda, es decir, por ser zurdo, pertenezco a una minoría. Por pertenecer a esa minoría he tenido muchas veces que lidiar con objetos fabricados para derechos: tijeras, abrelatas, escuadras, pupitres (cuando era niño), y un largo etcétera. He tenido que obligatoriamente adaptarme una dictadura de derechos.
También pertenezco a otras muchas minorías, de las minoría que preferimos seguir nuestro camino sin «líderes» terrenales. Mi líder no pertenece a este mundo. Soy de la minoría que no sigue ideologías, ni «ismos», de la minoría que no se adapta a un grupo, a una tendencia. Pertenezco a la minoría que no calzamos en una etiqueta.
Prefiero ser minoría, por eso muchas veces desconfío de la democracia, porque no siempre, o rara vez, la mayoría escoje a un buen gobernante. Es una dictadura de la mayoría. La mayoría no siempre tiene la razón, ya lo dijo alguien por ahí, no porque todos crean en un error no quiere decir que este error sea una verdad. La mayoría no siempre acierta. La mayoría es proclive a ser manipulable, a ser conducida, y los que no queremos ser manipulados, conducidos, nos vemos obligados serlo, y si no lo somos, estamos en contra de la mayoría, somos antidemocráticos.
Muchos prefieren escojer lo que la mayoría escoje, por miedo a lo desconocido, por miedo al ostracismo, a la soledad, a ser señalados, prefieren seguir la ruta de los borregos, es más cómodo, más sencillo. Ese sentido gregario del ser humano hace que busquemos compañía, y hace que la tendencia sea a donde la masa vaya.
Lo confieso, no soy democrático.