¿Qué nos acostumbró a ser tan pacientes y pasivos? ¿Las misiones neutralizaron la conciencia militante del bravo pueblo de Venezuela, tras sus gestas de independencia y emancipación de dictaduras?
¿Acaso las redes sociales y el internet lograron controlar la actividad política de la sociedad civil, concentrándola exclusivamente en la web, sin contacto con la realidad?
¿Es una consecuencia de los fracasos del paro y del once de abril? ¿Se trata de un efecto generado por la impotencia de perder tantas elecciones seguidas?
¿Tenemos miedo y nos dejamos amedrentar porque somos pacíficos y ellos violentos?
Las interrogantes me asaltan desde el diez de enero en la cabeza, cuando las condiciones parecían dadas para alentar el rebrote de la protesta nacional.
Un mes después, y con el regreso del presidente, el asunto no sólo sigue su marcha normal, sino además revela un estado de apatía aún mayor, solo compensado por el desahogo de la web.
Por lo visto, Twitter y Facebook consiguieron fabricar una polis paralela, donde el gobierno pierde de lleno y por paliza, pero con la ventaja de consolidar su hegemonía en el plano de lo oficial, de lo instrumental, del poder concreto, gracias a su eficiente estructura de censura y propaganda a través de medios tradicionales.
A lo sumo, dejamos a los chicos de la embajada hacer el trabajo sucio de salir a la calle a dar la cara por la oposición, para condenar y cuestionar las absurdas manipulaciones de la revolución. Nos guste o no, obtuvieron atención internacional, pusieron a sudar al proceso y forzaron dos escenarios: la publicación de las fotos trucadas de Hugo y el retorno silencioso del Comandante, como si fuese un guerrillero clandestino, infiltrado por los caminos verdes.
De ser cierta la charada, el Teniente aceptaría ceder protagonismo a sus apóstoles y reducir la monstruosa proporción de su dieta egocéntrica. Ambas opciones son imposibles y falsas. La verdad se cae de madura y no necesita explicación.
El chavismo corre la arruga, dilata el tiempo a placer, como en una película de suspenso, e instaura su universo literario de fantasía, de 100 años de soledad, apoyado en la alienación y el autismo de las masas.
En otro contexto y por menos, hubiese estallado una primavera árabe, una ola de indignación con presencia en plazas y avenidas. En Egipto desembocaría en jornadas de represión y batalla campal.
Por el contrario, Caracas luce fácil de domesticar, mandando a militarizar sus principales plazas y zonas residenciales. Allí vemos a los guardias nacionales tomando sol, buceándose a las menores de edad, fiscalizando el tráfico y matraqueando a los patineteros con pinta de fumones( aunque como ustedes saben, hasta la materia prima de los rastas brilla por su ausencia en el mercado negro).
Actualmente, y hablemos claro, muchos citadinos andan más preocupados por encontrar un porro que por organizar una manifestación para pedir pruebas fehacientes del estado de salud del caballero enfermo.
Otros siguen pegados en su nota individualista y egoísta, fingiendo demencia. Les preocupa ir de fiesta, combatir la inflación, descubrir una fuente nueva de dólares frescos, armar sus carpetas de Cadivi, ganarse el quince y último. Nada mal. Todos requieren subsistir. Aun así, con un país de gente ensimismada, no hay escapatoria y salida del círculo vicioso.
En dicho entorno, la pregunta es si algún día el colectivo despertará del sueño y la pesadilla, para avanzar, echar adelante, pasar la página y destrabar la cerradura de la cárcel criolla, de nuestro claustro voluntario.
Por lo pronto, el desenlace es distópico y culmina de vuelta a nuestro laberinto.
Ojalá vislumbremos una alternativa en el foro para materializarla con hechos.
¿Nos tocará pedirle asesoría a los Pemones?