Llevamos tiempo queriendo analizar a la figura del “stalker”, ícono tristemente célebre de la internet, quien hace vida en Twiter, Facebook, redes sociales y páginas como internet, donde busca asentarse para acechar a sus futuras presas.
Las herramientas de última generación facilitan su labor de vigilancia, conspiración, manejo de información ajena y delincuencia cibernética. Parte de los problemas del llamado Big Brother 2.0.
Es básicamente un acosador virtual, potencialmente peligroso, cuyo objetivo radica en traspasar al campo de la realidad con sus víctimas. Nace de la envidia, de la frustración, del complejo, de la soledad y del ocio mal canalizado. Puede adquirir diversas caretas para conseguir sus fines.
A veces, adopta el disfraz de cordero, de mansa paloma, para establecer el primer contacto con su blanco de ataque. Antes lo estudia por múltiples canales, desde Google hasta Instagram. Después le solicita amistad por la plataforma de Mark Zuckeberg, bajo una serie de trampas y engaños retóricos.
Se ofrece para prestar ayuda, alabarte de gratis, darle like a cualquiera de tu status, comentar tus foros. Así espera saciar su necesidad, su principal beneficio del vínculo forzado.
Sus intereses varían dependiendo de la edad, la condición social, el género y el grado de instrucción. No sólo abundan los aberrados sexuales en pos del chance de su vida, sino también los cazadores de promesas culturales, de nichos intelectuales.
De hecho, el estimado John Manuel Silva fue sorprendido en su buena fe por uno de ellos, al someterlo a la obligación de leerle y revisarle un texto. Silva lo rechazó y entonces el “stalker” inicio una campaña de difamación en su contra, pasando de lo íntimo a lo público.
Es cuando el perseguidor deviene “bully”, “troll” y “paparazzi” al mismo tiempo, sin medir las consecuencias. La mayoría acoge un patrón de cambio similar. Ahí se transforman en fieras indomables, en lobas heridas, en supuestos mártires de la incomprensión, el sectarismo y la exclusión. Los otros son los villanos y ellos se limpian las manos, denunciando de forma sensacionalista. Es el mundo al revés.
En su locura moral, el “stalker” sueña con dos escenarios de pesadilla: ganarla o empatarla como producto de su terrorismo psicológico dirigido a enlodar el honor y la dignidad de una persona, a través de las técnicas del hombre de paja y el ad hominem.
El “stalker” es el típico pedigueño de la calle, la clásica sanguijuela ahora con el poder de lograr sus artimañas al alcance de un click.
Según él, debes aceptar las condiciones de su chantaje y complacerlo en sus demandas. Por tanto, te someterá a presiones y juegos de palabras por correo electrónico, inbox y compañía. Te invito a no caer en su juego, a ignorarlo.
Libérate de tus lealtades falsas y tóxicas, centradas en la plusvalía y la explotación de tus valores. Si a cambio de su “compañerismo” te exigen trabajo, favores y cosas, pues no te convienen y llegaron para utilizarte.
Aprecia los afectos verdaderos, duraderos, humanos y sinceros.
Ahórrate, en casos extremos, el trauma de una violación, de un secuestro express, de una estafa, de un altercado innecesario con un individuo molesto y celoso de tu tranquilidad, de tu felicidad, de tu humildad, de tu éxito, de tu estabilidad, de tu don de gente, de tu fama, de tu belleza, de tu dinero, de tu lugar en el espacio.