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Silver Linings Playbook y Plan Perfecto: Régimen de Autoyuda

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La comedia saca de aprietos a la economía del cine. En la época de la Grecia antigua, aplacaba las carencias del pueblo ávido de distracción.

A falta de pan, siempre fueron buenas las tartas de crema lanzadas al rostro de las estrellas del humor de la depresión.

El fascismo italiano, asegura Román Gubern, prefería la dieta del vodevil censurado a la ofrenda de un menú de propaganda oscura.

De las cenizas del World Trade Center, germina y florece el ramillete de la nueva risa enlatada para la exportación, cuyo caldo de cultivo se expande con las secuelas de la quiebra bancaria. Las hipotecas basura son el abono para el reciclaje actual del filón.

Naturalmente, las películas se reproducen como hongos tóxicos y benignos después de la tormenta, dependiendo del dueño de la cosecha.

Si la cartelera es como una casa de bolsa, las acciones de Plan Perfecto deberían cerrar en números rojos. Por algo, su lanzamiento coincide con el anuncio del paquetazo.

Ella misma es como un viernes negro con actuaciones descoloridas, malos chistes, giros de manual y un final pretendidamente agridulce.

Ya lo saben: tener hijos fuera del matrimonio, acaba con la familia y la amistad. Es la moraleja ortodoxa del equivalente de un dólar devaluado para el género.

Ahora cuando la lechuga verde cuesta el doble, Silver Linings Playbook le devuelve el color esperanza al mercado oficial y paralelo. Tres factores garantizan el éxito comercial y creativo de la cinta.

El reparto conjuga las interpretaciones logradas de figuras veteranas del método y talentos emergentes de la meca.

Bradley Cooper y Jennifer Lawrence recuperan el encanto de las parejas clásicas de Hollywood, secundados por Robert De Niro, Jaki Weaver y Chirs Tuker. Juntos protagonizan una trama coral sobre la rehabilitación del sueño americano, dentro de la típica familia disfuncional.

Al director le corresponde el mérito de hacer de un guión escasamente original una obra de madurez, autoconciencia y revisión crítica de una serie de fórmulas agotadas.

El autor juega con los elementos y claves del dispositivo narrativo para satisfacer las expectativas de la audiencia masiva, y a la vez, guiñarle el ojo al receptor despierto.

A viva voz, el protagonista descarta el pesimismo de la literatura trágica, mientras abraza el proceso curativo de los cuentos de hadas.

La fotografía, al estilo de Medianoche en París, ilustra la consumación de la fantasía del personaje central. Por su parte, la danza de la pareja principal resucita el baile de la victoria de los perdedores redimidos de El Artista.

De tal modo, el realizador independiente David O. Russell regresa al cuadrilátero sentimental de su anterior golpe certero al corazón de la academia, The Fighter, oda neorrealista al renacimiento de los ídolos crepusculares de los barrios bajos.

Silver Linings Playbook prosigue sus investigaciones en la periferia de los suburbios de clase media, venidos a menos por las circunstancias conocidas.

En consecuencia, la película sirve de terapia para los hombres desesperados, delante y detrás de las cámaras.

No en balde, David O. Russell sufría de ataques de violencia como el Bradley Cooper de Juegos del Destino. De seguro, su ejemplo también brinda una lección de cómo controlar la ira y no morir en el intento.

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