El tema me obsesionó por un tiempo. Mi conclusión es que la mejor anécdota sigue siendo aquel cuento rocambolesco sobre cómo Chávez mandó a cambiar el escudo nacional porque a su hijita de nueve años (para la epoca) le parecía que el caballo se veía como raro viendo pa’trás.
En realidad me sorprende que más nadie haya evocado el cuento, porque me parece elocuente. Quizás es por que remonta al 2006 y ya las loqueteras de aquella epoca se nos olvidaron: quedaron enterradas por siete capas geológicias más de loqueteras subsiguientes.
Pero el cuento del escudo es digno de análisis, y sobre todo hoy. Es como una píldora hyperconcentrada de chavismo en su estado más puro . Con aquel gesto, Chávez no sólo nos restregaba en la cara nuestra impotencia ante su poder imperial, no sólo se apoderaba para si mismo el capricho de una niña de 9 años y nos lo imponía como ley, sino que impregnaba a los símbolos más solemnes de la venezolanidad con su delirio ideologizante.
Esa determinación de tomar los símbolos de la unidad de la nación y convertirlos en cuñas para dividirnos encarna lo más profundo de su proyecto, su razón de ser. El caballito volteado de Rosinés – ahora sí galopando perennemente hacia una izquierda, como debe ser – probablemente resulte ser el legado más perdurable del chavismo, y su encarnación más completa.
Porque – será que ya se nos olvidó? – el cuento no termina ahí. Esta aquél posdata atroz en el que Laureano Márquez, razonando que si la carricita esta tenía tanto poder que podía cambiar los símbolos patrios pues quizás podría usar una parte de su influencia para apaciguar la escalada autoritaria, le manda una carta abierta a Rosinés, un texto impecable, cariñoso, paterno y al mismo tiempo estremecedor que bien vale la pena releer cada tanto tiempo. Y – se acuerdan lo que pasó después? – esa carta abierta le valió a TalCual otra dosis más de censura y persecución.
Ven? El cuento del escudo lo tiene todo: abuso de poder, cursilería, delirio ideologizante, dobles estándares, autoritarismo y una cuota de ridiculo que camufla, pero no logra encubrir completamente, el corazón autocrático de un ego hipertrofiado.
Y lo mejor de todo es que para recordarlo basta alzar la mirada a cualquier bandera, o cualquier documento con un escudo nacional. Está ahí, omnipresente, como para que sea absolutamente imposible olvidar a que extremos de degradación a los que nos llevó la autocracia chavista.
De verdad no entiendo por qué el cuento del escudo no salió en ningún otro obituario. Lo tiene todo.