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Embalsámame, que tengo miedo de morir

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-¿Usted es Jorge Luis Borges?
-Así es.
-¡Vaya! ¡Usted es inmortal!
-Ay, no sea pesimista.

Una sonrisa macabra, cubierta de un manto negro, portando en unas manos esqueléticas una guadaña. Su imagen es siempre terrorífica, la muerte es siempre temida por todos.

Muchas de las religiones han querido dar una esperanza después de la muerte, una vida “eterna”, en el paraíso si se ha sido bueno, en el infierno si se ha sido malo, pero en el fondo existe un miedo surgido por la duda, “¿Será verdad? ¿Y si luego que muera no hay más nada?”, el miedo al aniquilamiento, a que luego del último aliento sólo haya un blackout.

Culturas antiguas han usado la momificación, o el embalsamiento, con el fin de intentar mantener una vida eterna, que no haya muerte, no haya aniquilamiento. Ciertas culturas enterraban a sus semejantes con todo tipo de objetos, hasta los marinos, como los vikingos, los enterraban con todo y barco, mujer, caballos, esclavos y hasta el perro, porque creían que todo eso lo necesitaría en el “más allá”.

Embalsamar a alguien es con el fin de intentar de perpetuar en el tiempo su recuerdo, que no muera, que esté siempre presente. En otras culturas, como en la India, se opta por la cremación, dejan flotar al cuerpo quemándose sobre una balsa sobre el Ganges, y lo que no se queme por completo será arrastrado por el río. No queda nada, ni el recuerdo, ya no pertenece a este mundo y no vale la pena conservar nada, porque no queda nada, sólo su atman, o alma, que se dirigirá al Absoluto, o Brahma. O en otros sitios, como en el Himalaya, a los restos lo pican en pedazos para facilitarle el trabajo a los buitres, no se toman la molestia ni de enterrarlos.

Tratar de conservar recuerdos, objetos, o hasta el mismo cuerpo, es reflejo de un apego al cuerpo, un apego a lo que representa. En las culturas orientales se opta por el desapego absoluto, por eso no dejan nada que sea del muerto.

Un hombre que ha sido líder de un proyecto político, o de una revolución, deja de ser un hombre para ser un símbolo, imagen de esa revolución o proyecto político. Su recuerdo es garantía de la perpetuidad de esa revolución, conservar su cuerpo garantiza su eternidad, tanto como hombre como revolución que representa. En el imaginario colectivo este hombre no ha muerto, sino que descansa, y al exhibirse se garantiza su culto, y el ideario se conserva en la mentalidad de una sociedad. Es inimaginable pensar en aniquilar su cuerpo, cremarlo, ya que eso significaría no sólo la muerte del imaginario, sino la muerte de la revolución, la conservación de su cuerpo garantizaría su devoción, y por tanto la devoción y perpetuación de la revolución, eternamente.

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