Venezuela: danzando entre la incertidumbre y la desesperanza.

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  “La Mano Arriba / Cintura Sola
Da Media Vuelta / Danza Kuduro
No Te Canses Ahora / Que Esto Sólo Empieza
Mueve La Cabeza / Danza Kuduro”
Don Omar

Venezuela es un país donde los reggaetoneros ocupan el lugar de los intelectuales y los artistas, son los que realmente tienen la capacidad de inspirar a las masas, ocupar las mentes de la mayoría y dejar un registro simbólico que marca la subjetividad gran parte de una sociedad. Cuando toda la lógica desaparece solo nos queda perdernos en nuestro estilo de personalidad selvático y bailar, ya no evocando una maravillosa conexión con la naturaleza esperando que caiga la lluvia o como un ritual de socialización claramente definido, sino bailando en el reino de la negación mientras nos convertimos en algo que no está escrito en ningún manual de psicología. Seguimos siendo los hijos de la chingada, en el sentido estricto de la expresión, con una identidad frágil y maleable, con aspiraciones superfluas de grandeza y víctimas de nuestra historia. Nos encontramos con la postmodernidad y la globalización que nos aplasta y no sabemos cómo responder ante esta con una mente que está compuesta por dosis desiguales de pensamiento mágico, altercentrismo y soberbia infantil, y un cuerpo que nos grita por satisfacer las necesidades básicas.

Somos un país adolescente, con todo lo que esto implica, desorientación, angustia, impulsividad, búsqueda desesperada de identidad, dificultad con el manejo de los límites, conflicto entre la dependencia e independencia, poca tolerancia a la frustración, etc. Y ante todo esto nos perdemos haciéndole zapping a la vida, de hecho el zapping se vuelve una filosofía de vida, nos comportamos la mayor parte del tiempo como esa persona obesa frente al televisor que busca y busca sin encontrar, se ríe de un comediante, y al siguiente segundo se horroriza ante un cadáver en la acera, y luego vuelve al chiste, o al melodrama novelesco, o al reality show. Los lugares para la reflexión se van agotando, las librerías se van vaciando y los teatros verdaderos se van cerrando, cambiamos cultura por Enterteiment.

Vivimos entre sueños y pesadillas, algunos tratando de soñar y construir un país paralelo para no quedarnos en el vacío (como diría o citaría Manuel Llorens) otros atrapados en la pesadilla con un nuevo tipo de Freddy Krueger acechando. La Revolución Bolivariana y el Socialismo del siglo XXI se vuelve una especie de monstruo temperamental que fluctúa entre sus mentadas buenas intenciones y su resentimiento destructivo, entre sus acciones orientadas al progreso y al beneficio de las clases desfavorecidas y la devastadora corrupción. Los líderes de oposición se pierden en su ambición por el poder sin ser capaces de estructurar algo medianamente parecido a un proyecto de país que sea congruente con el contexto social en el que nos movemos, se unen para sumar poder pero no para sumar ideas. Y entremedio de esto los ciudadanos, los venezolanos todos, con nuestra personalidad folklórica que pasa de la amabilidad, a la confianzudes, que se vuelve cada vez más hostil con quien piensa diferente, o quien se resiste a los límites y las normas porque estas vienen dictadas por una autoridad cada vez más desvalorizada. Donde se agota la ley, florecen los linchamientos.

Revisemos brevemente un capítulo de nuestra historia reciente: ¿Cómo es que pasamos de ser un país en el que la institucionalidad de hace una década hizo que fuera posible sacar del poder judicialmente a Carlos Andrés Pérez por sus delitos de corrupción, a ser un país en el que un Tribunal Supremo de Justicia hace de un vacío legal en nuestra constitución una oportunidad para que quienes gobiernan se mantengan en el poder antiéticamente? Sí, porque quizás no pueda catalogarse como ilegal o ilegítimo, ya que precisamente está siendo validado por la máxima institución rectora de la justicia en el país, pero si como antiético. La explotación política de la enfermedad de un líder, el manejo inescrupuloso de los bienes de la nación y la instauración de una lógica torcida de “El fin justifica los medios” que en nada se diferencia de la que usa Estados Unidos, el criticado imperio, en su política de estado belicista.

Somos un país en el que los trabajadores cada vez tenemos más derechos y menos deberes, derechos que no podremos gozar porque cada vez tendremos menos empleos formales o si los tendremos serán en una institución pública manejada desde una lógica militar autoritaria, en la que nos emplearan sin respetar muchos de los mismos. El país donde las contradicciones se vuelven la norma, donde no somos ni lo uno, ni lo otro, ni todo lo contrario, donde cada vez se vuelve más difícil ser optimista.

Rafael Cadenas nos dice “la cultura es cosa de tiempo, paciencia, lentitud. En este terreno se estrellan las velocidades modernas”. Me pregunto qué más tiene que pasar en el país para que llegue el momento de equilibrar la balanza de las prioridades, trabajar por lo que es urgente y por lo que es importante al mismo tiempo. No es lo mismo bailar solo las canciones que nos piden que bailemos, a que nos organicemos para danzar en conjunto permitiendo que las acciones individuales se sincronicen en una gran coreografía de la cual nos sintamos orgullosos de formar parte. Es hora de que decidamos si queremos seguir bailando reggaetón para esquivar las balas o queremos participar en un país que se parezca más a la fiesta del Sistema Nacional de Orquestas.

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