Desahogo y registro personal de lo que significó Chávez en estos 15 años para mí y lo que considero nos conviene tomar como lección a su partida.
Varios meses pasamos en esa incertidumbre de lo que sucedía con la salud de Chávez. Después de la cadena más impactante de todas, donde, aludiendo a la posibilidad de una ausencia definitiva, el presidente aconsejó a sus seguidores confiar la continuidad de la Revolución Bolivariana a Nicolás Maduro, el ánimo aprehensivo se hizo constante en voceros del Gobierno para tocar el asunto. La información se administró a cuentagotas revelando pocos aspectos del tema y dejando otros en absoluta oscuridad.
Bajo ese clima tan inestable, la discrecionalidad y reserva informativa se disfrazó de escuetos boletines. Muy difícil resultaba mantenerse al margen del hervidero de rumores con que, lógicamente, muchos comenzaron a llenar esas ausencias. “Que Chávez no está tan enfermo como dicen”; “Que está muriéndose en Cuba y tampoco lo dicen”; Y cuando, por fin -con una Navidad y Año Nuevo marcados por la suspensión de celebraciones, que sugería un luto nacional a medias- , anuncian el intempestivo regreso del llamado Comandante en Jefe, se divulga en un traslado que, una vez ejecutado, mostró evidencias muy poco convincentes. “Dicen que se lo trajeron al Hospital Militar, pero nadie ha visto más que una foto” fue la reserva con que muchos recibimos la noticia.
Lo cierto es que entre una cosa y otra, mi sensación y, estoy segura, la predominante en el país, era de incertidumbre, de suspensión indefinida en un vértigo colectivo donde lo que se revelaba no era suficiente para conservar certeza alguna sobre lo que sucedía.
Llegó el 5 de marzo, y luego de una cadena donde la enumeración de convocados, el lenguaje y contenido, ya daban un cierto adelanto de lo que se esperaba, surgió el anunció que había flotado como probabilidad durante todos los meses anteriores: Murió Chávez.
Allí estaba la corroboración de lo inevitable. Tibio, sin alegría ni tristeza, sentí el alivio de un desenlace cierto revelado ante ese juego trancado que ya mostrábamos como estatus de país. Digo yo que tantos días de preparación mental, contradicciones, avances y retrocesos sobre el asunto, no me permitieron conectar con emociones más profundas.
Me asomé al balcón, y lo que podía verse era muestra del temor que traíamos inoculado en el cuerpo como reacción para ese día. La prudencia del ser querido diciéndonos: “Mosca en la calle, que la gente está sensible y no sabemos cómo puedan reaccionar. Si ves que la cosa se pone fea, evalúa bien si te vienes corriendo a la casa o te quedas donde estés”.
Todos parecieron irse por la primera opción. Automáticamente la mayoría de los comercios comenzaron a cerrar sus puertas. La premisa silenciosa y desesperada de quienes aún estaban en la calle parecía ser alcanzar el resguardo de sus hogares, a la brevedad posible.
Lo que pude percibir en mi zona y mis herramientas sociales, es que en un momento tan delicado los inescrupulosos fueron minoría. El comedimiento en el discurso, por respeto al dolor de quienes le profesaban afecto, fue la reacción asumida por muchos, siempre con sus vergonzosas excepciones. Con los dos o tres desatinos de quienes confían sus malestares al aparente alivio de la venganza.
En casa, comenzó el cruce de llamadas. Las preferencias políticas de los que nos comunicábamos poco influyó en el ánimo de cerciorarse de que todos los seres queridos y cercanos estaban bien. Mi mayor preocupación estaba con mi papá, quien se encontraba fuera de casa trabajando, y cuyo dolor ante la noticia muy bien podía anticipar. A mamá ya la había visto asumir lo irreversible del estado de salud de Chávez. Mi hermano estaba en su casa, y mi hermana ya se había ocupado de advertir que venía en camino.
Así nos tomó el punto final (para muchos suspensivo) de quien, durante 15 años, se mantuvo casi omnipresente en nuestras vidas. Del candidato que sacó a muchos familiares de un abstencionismo casi crónico. Que los apasionó lo suficiente, a favor o en contra, como para que un madrugonazo y una cola de horas para votar, valiera la pena.
En mi balance personal, Chávez engloba los vericuetos de mi madurez política. Fue el primer político cuya labia me deslumbró, al que escuché proponer reivindicaciones y luchas de las que sólo había oído hablar en casa, tocar temas por los que mis compañeros del colegio y liceo parecían no interesarse, y que a los profesores tampoco parecían incumbir mucho. Fue el primer político que vi enfrentado a la negación casi enfermiza del venezolano común para asumir sus sombras y complejos; que, consideré, se atrevía a descuidar las formas para mostrar el fondo, a señalar vicios que el tiempo y la desidia ya habían tornado tradiciones. Fue el candidato con el que decidí inaugurar mi derecho al voto, y el primero por el que en mi casa se celebró un anuncio de triunfo electoral. Posteriormente, el único presidente por el que me pareció necesario marchar, por el único que llegue a ver a tanta gente movilizada, interesada en temas de incumbencia general que yacían enterrados en nuestra anomia ciudadana, tanta gente hablando de nuestra Constitución, atenta a un anuncio político o económico, sintiéndose protagonistas de su destino. También fue el primer presidente por el que sentí dolor. Dolor por sus flaquezas, por eso que poco a poco fue tornándolo tan inconsistente en lo que había representado para mí, por esa brecha de desconocimiento de todo lo que había constituido su valor e importancia, por el atrevimiento de asumirse diferente permitiendo la repetición y empeoramiento de viejos vicios, por el sinsabor de traicionar tantas expectativas y dejar a muchos, nuevamente, suspendidos en las ilusiones vanas de la politiquería.
Por eso y más, hoy tengo conciencia vivencial de muchas cosas que en casa había escuchado mencionar, pero que sólo se fortalecen como convicciones personales ante la potencia decisiva de las circunstancias. Mi experiencia en estos quince años me enseñó a saber tomar distancia de los apasionamientos en materias que requieren la aproximación más sesuda posible, de rechazar el influjo ruin de los resentimientos, a no desmedrar el valor del respeto y empatía por el otro, y a no olvidar, bajo ninguna condición, aquel dicho que reza: “el diablo está en los detalles”.
Sin duda, no somos los mismos después de Chávez. Pero sólo de cada uno de nosotros, los venezolanos, dependerá que eso que ahora somos, y que en un futuro queremos ser, sea mejor que aquello que lo precedió. Y aunque los llamados “Zorros y Camaleones” de este país nunca falten, y hagan todo lo posible por cercenar nuestras esperanzas paralizándonos en el miedo, lo que ví el 7 de marzo en el velorio de Chávez me mostró de forma descarnada todo eso que hoy nos destruye, pero también todo eso que, debajo del ruido de la generalización, podemos pulir y hacer nuestro mayor potencial.
Ese día, madrugué y acordé con un grupo de amigas asistir a la capilla ardiente a palpar el impacto histórico que la ausencia de un líder político con la trascendencia de Hugo Rafael Chávez Frías, tiene en sectores poblacionales que, aún después de muerto, continúan profesándole su más acérrima devoción.
Con algo de temor por lo que, en nuestra estampa, pudiese aludir al imaginario que extremistas del proyecto bolivariano interpretan por “escuálido”, nos encaminamos hacia El Valle, zona en que queda ubicada la Academia Militar donde, en una procesión multitudinaria, fue trasladado el féretro el día anterior.
Arrancando en Bellas Artes, todas las estaciones del metro mostraban un conglomerado de gente que con franelas rojas, gorras o consignas, ya dejaba entrever su ruta. La afluencia en la superficie no fue distinta. Todas las calles mostraban grupos de gente caminando hacia un mismo destino. Cruzando las calles de forma caótica, nos topamos a unos “compatriotas” que nos comentaron venir de Guatire. Viejitas, jóvenes, gorditos, flacos, y hasta discapacitados, iban decididos a rendir los últimos honores a su líder.
Ya en las afueras de la Academia, nos recibió un maremágnum de gente que nos brindó un marco referencial de lo que nos esperaba a lo largo y ancho de todo el paseo Los Próceres y sus alrededores. Colas de personas que comentaban venir de diversas regiones del país, y que aseguraba llevar hasta más de 9 horas de penurias, esperando su turno para pasar a agradecer alguna atención brindada por el llamado proceso, a enfrentar y llorar la última imagen de quien aprendieron a admirar y amar como a un ser muy cercano.
Casi 40 minutos de caminata rápida e ininterrumpida nos llevó alcanzar el final de la cola. Prácticamente pudimos habernos ahorrado dos estaciones de metro, pero también percepciones que sólo obtuvimos caminando desorientadas entre la confusión de colas que iban y venían conteniendo la inmensa masa de dolientes. Un ejemplo de eso, fue cuando se nos ocurrió preguntar a un señor dónde estaba el fin de la cola y nos dio una indicación que no coincidía con la lógica de las más orientadas del grupo. Al repreguntar a otra señora, se preocupó en señalarnos la ruta correctamente y en indagar sobre quien nos había brindado la información errada, pues, de acuerdo a su concepción de comportamiento bolivariano, “un chavista JAMÁS debe engañar a otro chavista”.
Ya en la cola, comenzamos a desesperarnos por el poco avance que mostraba ante el paso de los minutos. A todos nos preocupaba la falta de previsión con respecto a baños y puntos de hidratación, la ausencia absoluta de autoridades que dieran un sentido de orden a las filas y la constante oportunidad que tal desorden representaba para quienes deseaban ahorrarse el esfuerzo de hacer la cola correctamente. Las marejadas de gente nunca pararon de llegar. Haciendo cálculos optimistas, contrastando con informaciones de periodistas en twitter, concluímos que 13 horas de aguante, como mínimo, podría exigirnos la meta.
Varias veces ante focos de desorden en las colas, escuché la premisa: ¡tengamos disciplina! en boca de quienes no tardaban en asegurar que ese sería el deseo del Comandante en esas circunstancias. Mucha camaradería y solidaridad pude percibir de quienes se sentían hermanados por su obra. Si a alguno le faltaba agua o comida, otro le indicaba cómo conseguirla, si alguno se quejaba de que tenía que irse a trabajar, otro se ofrecía a guardarle el puesto hasta que pudiese regresar. Sin embargo, aproximadamente después de unas 6 horas de permanencia y un par de intentos de coleo por parte de grupos de personas identificadas con chemises de la Unefa y Pdvsa La Estancia, llegó el temido punto en que los ánimos se desbocaron, se rompieron las filas y todos comenzaron a correr en desbandada hacia el lugar que albergaba el cadáver presidencial. Al parecer un rumor de cierre de acceso al féretro, propició la reacción masiva. Mientras corríamos agarradas, tratando de no separarnos ni perdernos el rastro, pudimos ver cómo el fanatismo sobrepuesto a la prudencia, hacía que madres y abuelas con niños muy pequeños se arriesgaran a cruzar la apretujada masa de gente, tras la meta de glorificar en conjunto al ídolo fallecido.
Muchas reflexiones me vinieron a la mente con todo lo que pude ver antes de darme por vencida por el agotamiento y el caos de la jornada funeraria. La primera, está relacionada con la necesidad de acercamiento entre los sectores sociales que conforman a la Venezuela actual. Necesitamos mayor convivencia, espacios donde nos mezclemos con eso que consideramos diferente para poder, desde la empatía, percibir valores, motivaciones, potenciales y terrenos comunes. Hay mucho prejuicio, demasiada descalificación, actitud defensiva y miedo hacia el otro. Los vicios o actitudes antisociales no son exclusividad de un sector, aquí hay corruptos, delincuentes y malvivientes de todos los colores, posiciones y orígenes. Necesitamos atrevernos a desmontar esos estereotipos negativos que tenemos respecto a la otra mitad del país, ver el lado humano de lo que nos hemos acostumbrado a englobar como amenazante y ajeno. Saber que sí hay extremistas de lado y lado, que mucho agreden y dañan, pero que no son la mayoría que, algunos interesados en sacar ganancia de la polarización, nos quieren hacer creer. Que incluso detrás de esa violencia que concentran y manipulan sus discursos, hay una fragilidad, un dolor que se hizo arma y una herida que debemos procurar sanar en lugar de hacer más profunda. Comenzando por nosotros mismos, no caigamos en el error de potenciar furias o manipulaciones que brinden plataforma a políticos inescrupulosos. Si las buscamos, en estos 15 años de agresiones a mansalva, siempre habrá algo para justificar la continuidad del resentimiento. Conciliar es indispensable y en ello la coherencia personal y la comunicación con el otro es primordial.
Asimismo, compartiendo toda esta experiencia con familiares y amigos que también asistieron a las exequias, coincidimos en el asombro ante la persistencia y disciplina que muestra un amplio sector de los llamados “revolucionarios” cada vez que se trazan un objetivo. Durante mis años afines al chavismo, fueron múltiples las historias de travesías auto motivadas de las que tuve constancia cercana por parte de algunos seguidores que asistían a sus marchas multitudinarias, o que sencillamente decidían participar o dejar sentada su posición en algún asunto relacionado con este proyecto político, sin el incentivo de la dádiva que en múltiples oportunidades Chávez popularizó como “recompensa” a sus simpatizantes y que muchos interpretan erradamente como única motivación del chavismo. Por supuesto, este adiós a Chávez no fue la excepción. Muchas personas de pueblos muy remotos del país, con posibilidades económicas muy precarias, y la suma de incomodidades que sirvió como marco al velorio, se vinieron y mantuvieron bajo riesgo propio en la zona, sólo por el impulso de expresar o manifestar el dolor por su muerte. Ya quisiéramos muchos la misma tenacidad y compromiso de metas para quienes hoy representan ese otro bando político que pugna por el poder, tomando lo positivo del ejemplo y comprendiendo que es imposible lograr cosas importantes sin sacrificios ni esfuerzos que rebasen la propia comodidad e interés.
Por eso, aunque muchos aspectos del convulsionado panorama social de nuestra nación sirvan más para atizar el pesimismo, que para motivarnos, bueno es recordar que la evasión de realidades y el retraso de soluciones sólo perjudicará a todos los que aquí vivimos.
Nadie más que nosotros tiene el deber de luchar por la recuperación de nuestra ciudadanía e instituciones, así como por la defensa de cada derecho que la restituya a su estado ideal. Lo que “se nos venga” en lo sucesivo, igual que todo lo que podemos mostrar hoy, es resultado de nosotros mismos e implica necesariamente nuestra participación. Dejemos de sentirnos víctimas de las circunstancias y procesemos las lecciones que en todos estos años se nos han mostrado muy claramente. Asimilemos los aspectos útiles que nos cohesionan y enfilemos nuestras energías en un sentido positivo para todos, entendiendo que TODOS engloba tanto al que no extrañará ni un poco a Chávez, como el que lo llorará inconsolablemente por muchos años más.
Foto: Rossel Yakary Prado @MrsYaky