Con toda justicia, Deborah Castillo debe ser la artista venezolana más contestataria, arriesgada y valiente de su generación.
Hace tiempo se ganó nuestro respeto y admiración. Ahora concibe su canto del cisne, su obra maestra. Me refiero a la exposición «Acción y Culto» curada por Lorena Gónzalez con toda la complicidad del caso.
Desde la entrada hasta el despligue de medios, asistimos a una de las mejores muestras individuales de la década. Pasará sin ningún problema a la historia.
Cada pieza deja en ridículo un concepto como incorrección política.
Lo de la creadora va más allá de una etiqueta.
Podríamos llamarlo «épica del desencanto», aludiendo al texto de Tomás Straka.
Pero es superior a una interpretación cerrada y previsible.
Un penetrable con machetes nos da la bienvenida a una relectura del infierno contemporáneo, donde no queda títere con cabeza.
Un cincel le cae a martillazos a una efigie de Bolívar.
Unos mariachis le cantan «El Rey» a una estatua del Libertador. Todo adquiere el tono de una crónica negra, subversiva y satírica contra el santuario del poder en ejercicio.
El conjunto brinda una lección de compromiso y rigor conceptual en un tiempo de autocensura y evasión.
El humor, la caricatura y el perfomance son armas utilizadas por Castillo para desafiar a los lame botas, a los robadores de lingotes de oro, a los besadores de ídolos patrios.
En el ámbito criollo, descubrimos nexos directos e indirectos con la obra de Juan José Olavarria, Carlos Castillo e Iván Candeo.
Hacia afuera, reconocemos el estudio de una tradición de video a la vanguardia de kamikazes como Marina Abramović, Vito Acconci, Bruce Nauman y el salvaje Paul McCarthy.
La guinda la aporta la fotonovela del secuestro de la ministra. Género también dominado por ella, empleado aquí con el objetivo de cuestionar al sistema de la estética oficial, la burocracia de estado y el robo de la Odalisca.
En la lista del 2013.
Ejemplo de una auténtica demostración de resistencia y creatividad al servicio de los temas importantes de la agenda.
Olvídense de homenajeas fatuos a la modernidad fallida y a la geometría.
La recomiendo con los ojos vendados.
Golpea como reflejo de la alienación nacionalista, ideológica y militar.
Cobra vigencia en el marco del funeral del presidente.