Todo puede suceder en la peluquería de Cuidado con lo que sueñas, el equivalente a un corte de cabello pasado de moda, rapado al gusto de las tijeras de la plataforma del cine. Verbigracia, la película juega a lustrarle las botas al culto bolivariano, amén de un guión caprichoso, pretendidamente simpático.
Al principio asoma la cabeza un guiño de crítica social y política hacia la infancia abandonada, la divinización de los íconos patrios y la gestión demagógica de una Alcaldesa de Chacao con el look de Julie Restifo pero el corazón frívolo de una reina de belleza.
Al final, le hacen la cruz a la doble de Irene Sáez, para luego consagrar en lo alto del pedestal a la religión del padre de la independencia, benefactor del pueblo y cumplidor de milagros, al parecer de la arbitraria conclusión de la cinta. Semeja el cuadro de una caricatura del gobierno, a favor de la mitología del proceso y en contra de la imagen de los referentes de la oposición.
Sin temor a caer en el ridículo, el filme utiliza la oreja de una estatua del libertador, para unir las existencias de dos personajes separados al nacer, mientras una carta dedicada a Manuelita Saenz sella el destino bonito de la pareja principal.
Es un misterio si se trata de una alegoría de la época, del discurso honesto de una autora o de una manera oportunista de conseguir apoyo oficial. En último caso, la moraleja al rescate del prócer de la nación, luce tan impostada como la narración pedagógica del niño, a la forma de un libro de texto, por no hablar de otros detalles inverosímiles de la historia.
Cuesta creerse el cuento romántico de los protagonistas y la presencia decorativa de los secundarios. Marisa Román come chicle, pegada en una nota de María Suspiro, y apenas si emite una palabra. Con su barriga de mentira y su peluca de carnaval, consuma una interpretación para el olvido. Mero gancho para vender la moto.
En el mismo plano de banalidad teatral, Pastor Oviedo ocupa la casilla de la típica “loca” de televisión, explotada por la comedia criolla de reciente data. Un chiste homofóbico descolorido y quemado. Subiendo de rango, Ana Fernández y Norma Leandro intentan reparar el daño estilístico con su buen oficio de damas de la actuación.
Aun así, las limitaciones del libreto y la puesta en escena, atan a las estrellas de pies y manos. Alexander Leterni, a pesar de su naturalidad y frescura, tampoco logra superar los escollos del acabado plástico y el argumento. Cursi su revolcón erótico en la pintura, cuando quiere ser artístico y poético. Forzados los diálogos, los encuentros azarosos en la calle, los predecibles desarrollos de la trama.
La de cuarenta conquista al del veinte, ambos vencen sus barreras melodramáticas y viven felices por siempre. El desenlace es una mezcla entre Eva Habana y La Ley, en el sentido de apostar por el futuro del país bajo el manto sagrado del emprendimiento individual. Discutible solución salomónica para la crisis.
Por defecto, el tono de la música es redundante, al compás de una canción de Evio Di Marzo. El tema lo colocan, cual disco rayado, en cada secuencia de conato amoroso. Las fallas de sonido y fotografía son recurrentes. Nos sentimos en el ambiente de una pieza vernácula de los setenta. Es un retroceso técnico y conceptual.