Hace un mes salí al trabajo y como todos los días lleve a Sarah al preescolar, era un día martes y por eso le tenía que dejar el carro a mi mamá para que pudiera llevar a los niños del preescolar a la clase de natación, así que dejé a Sarita con sus amiguitos, las llaves de la Fiat Verde con un ligero golpe en la trompa (por culpa de instagram) y me fui a esperar el Metrobus con libro en mano.
Desde hace tiempo un libro siempre me acompaña, es mi defensa contra el fastidio de las colas, los retrasos, el bululú, el caos que impera en Caracas y buena parte de Venezuela y el estrés. Luego de un tiempo, el Metrobus llegó y me dejó en la estación Antímano, entro al vagón y me ubico lo más alejado de las puestas, no suelo sentarme porque una vez que empiezo a leer me desconecto y no me entero si un abuelito, una embarazada o alguien necesita mi puesto (es la mejor solución para evitar miradas acusadoras/hipócritas); abro mi libro y empiezo o a leer.
A una estación de la terminal y transferencia Zona Rental, escucho a un abuelito decir:
– “Gracias hijo por el puesto… Dios te bendiga…”
– Oye que bueno… Todavía hay gente buena… (me dije)
– “De verdad joven muchas gracias… ¿Sabes a quien le diste el puesto?”
– Me llamo la atención y voltee a ver…
Dos puestos a mi derecha estaba sentado un abuelito de brazos y manos anchas, se veía fuerte y robusto, producto del crecimiento inverso de todo abuelo, vestido con un pantalón de kaki, una guarda camisa y una guayabera azul abotonada hasta arriba pulcramente acomodada y planchada, tenía una carpeta plástica transparente de ligas en sus piernas y una gorra multicolor que no combinaba con su ropa.
– “De verdad joven muchas gracias… ¿Sabes a quien le diste el puesto?”
– “Yo fabriqué el Metro…”
– Guaoooo (me dije escuchando el chisme)
– “Yo estuve aquí, en estos túneles, con mis amigos ayudando a construir el Metro de Caracas…”
– “Este es mi tesoro…”
– Agarra la carpeta transparente y muestra su contenido sin abrirla
– “Este es mi tesoro… El primer plano de las estaciones, lo han cambiado un poco… antes tenían números y…”
– (Estación. Terminal. Zona Rental…)
Al llegar a la estación las puertas se abrieron y la gente empezó a salir desaforada, el bululú típico de la hora, cada quien rumbo a su trabajo, a sus quehaceres; el abuelito se paro continuó contando su historia mientras caminaba pero ya no lo oía, me deje llevar por la marea de gente buscando la forma de ubicarme cerca del abuelito pero a la final se me perdió.
Luego de un mes estoy aquí, pensando en el Abuelito del Metro, imaginando las pocas cosas que contó pero más aún imaginando lo que dejó de contar. ¿Cuantas cosas pudo haber hecho o vivido trabajando en los túneles? ¿Cuantas personas habrá conocido? ¿Que anécdotas tendrá? ¿Habrá conocido el amor con una “Abuelita del Metro”? ¿Donde bebían cuando salían del trabajo?. No es que sea un Stalker pero quería más… más historias… más cuentos… más aventuras… más momentos… y me di cuenta de algo…
Me hacía falta escuchar las cosas buenas de la historia de mi país, historias de su gente, de viejas costumbres y los andares jóvenes de nuestros abuelos y padres, épocas donde era más importante ser buena gente que buscar a los “culpables” de las desdichas; parece que las buenas memorias han sido arrancadas de la mente y recuerdos de los más adultos y sustituidas solo por los momentos más difíciles. ¿Desde hace cuanto no te ríes con tu papá o tu abuelo con una sus anécdotas en una Plaza Bolívar? ¿Desde hace cuanto no haces reír a tus hijos o nietos contando historias de amor tras ventanales de antaño?. No todo ha sido malo en estos años de Cuarta y de Quinta (República). A tu generación le hace falta recordar lo que a mi generación, la nueva generación y a las futuras nos hace falta saber.
A todos nos hace falta escuchar… Las Historias que Faltan.