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También creía en utopías

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También tocaba guitarra, me dejaba el cabello largo y no me afeitaba. También escuché rock hasta quedar sordo. También leí algo de Bakunin, de Malatesta, de Prokoptin. También soñaba con otro mundo. También creía en utopías.

Por un momento, en mi temprana juventud, también seguía con interés al Che. También levanté mi puño izquierdo. También creí que otro mundo es posible, con la lucha armada y con la revolución.

Luego leí más, pensé más, y me decepcioné más. Pero seguía siendo rebelde, seguía con mi cabello largo y mi barba. También me negaba a ser un asalariado, a seguir patrones, a ser una máquina de este «sistema de mierda».

Pero luego hubo el sacudón, el tipo y mi madre se divorciaron, el tipo se desapareció y ni vivo ni muerto, quedamos sin casi nada. O hacíamos algo ya o nos quedábamos en la calle. Y tuve que doblegar mi rebeldía, tuve que cortarme el cabello y mi barba, tuve que meter un currículum, tuve que ponerme un uniforme, seguir un guión y decir «sí, señor». Tuve que ser un asalariado.

Las utopías, las rebeliones, las revoluciones, nada de eso me sirvió. Tuve, y tengo que salir cada día para llevar algo a la casa, no podía, no debía, llegar con las manos vacías.

Ya no soy un asalariado, soy, en cierto modo, mi propio jefe. Pero no puedo rebelarme, no puedo romper con esquemas de nada, debo hacer lo que debo hacer y luego ir a supermercado para que podamos comer, y que para los cinco primeros días del mes se pueda pagar el alquiler.

La realidad, eso que está afuera de las paredes, no tiene nada que ver con las utopías, no se parecen en lo más mínimo, pero existe, es real, y a esa realidad debo enfrentarla, debo vivir y convivir con ella. Es fea, sí, no es agradable, sí, pero está ahí, este presente no puedo evitarlo.

Ya no pretendo cambiar el mundo porque sé que el mundo está cambiando a cada instante, así actúe o no, el mundo, todo, está en permanente cambio. Es como si dijera que quiero que el agua del río fluya. No tengo que hacer nada, el agua del río fluye.

Pretendo cambiarme a mí mismo, romper con mis propios esquemas, no con los que esquemas que me rodea, no de quienes están a mi alrededor, sino los que no me dejan liberarme de las ataduras de los hábitos, de la soberbia, del afán de querer ser, permanente, inmutable. No puedo pretender querer que el mundo sea ordenado si no soy capaz de ordenar mi propia mente.

Las utopías, en fin, son los sueños que vivo en este instante, aquí y ahora, y no en nebulosas que no existen.

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