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¿Por qué Prodavinci nunca publicó mi comentario?

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Estamos acostumbrados a darle clic a cualquier enunciado o link interesante de entre las listas que se presentan en la infinidad de redes sociales a nuestro alcance. Sitios como La Patilla son famosos en eso de prepararnos a la contemplación de Beyoncé, Cameron Díaz a los 40 años o el destape sin tapujos de Diosa Canales. Otras páginas como Pijama Surf, menos sensacionalistas, iluminan de manera muy colorida y particular los argumentos de buena parte de los más recalcitrantes teóricos de la conspiración. En este sentido, un buen ejercicio de revisión de la prensa diaria ha resultado para mí el accionar el retweet de manera automática, no solo para compartir informaciones con los amigos sino también como una manera útil de construir un banco de lecturas pendientes. Pero pareciera hasta ridículo iniciar esta discusión citando solo un par de ejemplos del ciberespacio, cuando la obviedad de su grandeza se pierde de vista. Es verdad, aunque los primeros que me vinieron a la mente también responden a una obviedad: la de mis intereses, los que se enfocarán ahora en una tercera muestra que alude al título del post.

La nota que llamó mi atención fue una pregunta: ¿Por qué Bebo Valdés nunca volvió a Cuba? En Facebook viene acompañada de una foto del legendario pianista, fallecido en Estocolmo hace dos semanas, en el muro de la revista Prodavinci. Al contrario de la multitud de imágenes que dieron la vuelta al mundo luego de su muerte –en muchísimas de las cuales nunca faltó la sonrisa o el gesto del cubano dicharachero, como cuando posa al frente del puente de Brooklyn o al lado de su hijo Chucho Valdés o de su compañero de aventuras Diego el Cigala–, la foto que encabeza la información del portal de cultura libresca nos muestra al mulato pensativo y tenso, mirando fijamente, hasta con cierto dejo de desilusión. Posiblemente la expresión del artista preocupado ante la complejidad de la partitura. En todo caso, muy adecuada para el tono con que Prodavinci nos invita a adentrarnos en la nota.

Fieles a su costumbre, los editores del site caraqueño colocan un extracto de la entrevista concedida por Bebo a Carlos Galicia en 2008, aparecida en El País Semanal. El brevísimo fragmento, a mi parecer más escueto de lo acostumbrado y de lo que uno esperaría de un titular tan contundente, consta de otras dos preguntas. Bebo responde ambas correctamente, y como dicen en Hollywood: fin de la historia. Para conocer el resto de la entrevista, Prodavinci coloca un link al final de la cita, al lado de otro que accede a tres videos representativos, maravillosos y precedidos por lo que parece un texto editorial con una sucinta reseña acerca de la vida del maestro.

Pero al abrir el primer link, surgen dos sorpresas: la fuente es un blog llamado La esquina del son que transcribe, ciertamente, la entrevista de marras (aquí tiene fecha: 5 de octubre). Ciertamente también, la conversación de Bebo Valdés con Carlos Galicia es extraordinaria. Extensa y prolija en anécdotas de un sencillo trotamundos, que además de exiliado de Castro también fue objeto del racismo y de la leyenda negra comunista, así como latin lover y esposo de larga data, “actor” de cine, protagonista de una biografía (Bebo de Cuba, Mats Lundahl, 2008), inventor de la batanga y sobre todo músico versátil, un artista de cuya intensidad hablan profusamente las sesiones –incluso algunas desaparecidas– con Celia Cruz, Beny Moré, Pérez Prado, Cachao, Nat King Cole, Lucho Gatica, Paquito D’Rivera, el mismo Chucho Valdés y hasta Ernesto Lecuona. Segunda sorpresa, pues, a la que podemos añadir una fotografía del director-fundador de Irakere donde aparece aplaudiendo a su padre.

A diferencia de Prodavinci, los amigos del blog cubano solo nos dejan la referencia de la fuente original, sin link. No hay problema: para eso está el copy/paste. Así llegamos al punto de partida, ubicado (recordemos la cita) en El País Semanal, del 5-10-08. Otra “omisión” (más bien se trata de un ¿cambio?), esta vez de Prodavinci, es el título de la entrevista, una frase de Bebo que La esquina del son se dignó reproducir: “Yo quiero tocar hasta que me muera”. Mientras la imagen es un perfil estupendo del prieto de Quivicán, gracias a la cámara de Jordi Socías. En esta oportunidad, la brillante sonrisa pareciera refrendar las palabras del cineasta Fernando Trueba, quien en la presentación de la biografía cuenta que, cuando fue a buscarlo a Estocolmo para su filme Calle 54, Bebo Valdés “vivía con una modesta pensión del Estado sueco, sin lamentarse de nada, sin nostalgia alguna y sin ningún rencor”.

Entiendo que la reproducción parcial o total de contenidos forma parte de la libertad de expresión, así como su presentación. De igual manera, entiendo el derecho que me asiste a la hora de cuestionar las acciones de los comunicadores sociales en torno a la manipulación (bien entendida) de dichos contenidos. En el caso que nos ocupa, el parte acerca del fallecimiento de un artista famoso, convertido gracias al interés particular de un grupo de divulgación y opinión en la indagación de un aspecto de su vida a partir de una fuente que dedica más del 80 o 90 por ciento del texto a historias, si bien relacionadas, en realidad muy alejadas del motivo en que se las cita. Por ello, me parece que la opción del link de acceso a la fuente no pasa de hacerle un flaco y hasta “mezquino” favor al lector. En este orden de ideas, es importante recalcar las expresiones en el rostro de Bebo Valdés que intentan contextualizar este recorrido.

A tal efecto, me permití dirigir al foro de Prodavinci una misiva que, como dicta su política de comentarios, pasó previamente por el filtro del moderador, a quien en principio le interesa 1) que no insulte ni agravie a nadie y 2) que resulte pertinente con el tema en cuestión. El texto de opinión reza así:

Qué lástima por Prodavinci. Si nos molestamos en leer la entrevista completa, no tendremos dudas en que a la presentación de la información no le cabe el menor elogio, así nos brinden la «amabilidad» de colocar el link de acceso [de paso, a una fuente secundaria]. Una lástima, repito, porque se trata de una entrevista extraordinaria. Pero, bueno, cada quien anda en lo suyo.

Las cursivas representan fielmente la forma en que el moderador mantiene en stand by cualquier comentario, fuera de la vista del resto de los lectores, antes de darle su visto bueno, luego de lo cual colocará el texto en el foro de comentarios, con letras redondas.

Pero las redondas no aparecieron. De hecho, el texto citado tiene algunos cambios (que atendieron repeticiones en las formas utilizadas del verbo caber y algún otro no significativo) debido a su escritura y envío inmediato a la plataforma de Prodavinci, lo que me obligó a intentar recordarlo de memoria para alojarlo en su foro de Facebook, con esta introducción:

Disculpen la intromisión, pero Prodavinci censuró este comentario en su portal

Vaya que se trataba de una intromisión. Hasta el momento en que escribo, la nota en Facebook había sido compartida 225 veces. Nada mal para un extracto leído con toda la intensidad que inspiraron un titular y su respectiva foto, lo que se desprende además del tono de los comentarios, tanto en el foro del portal como en el de la red social. Ni más ni menos: la intromisión de un aguafiestas.

Estoy consciente de lo habitual que resulta esta costumbre periodística en mi país. Trabajos de veintitantas páginas, sobre todo entrevistas, que versan acerca de cuestiones como, por ejemplo, el sexo entre las hormigas en el llano venezolano, a los cuales se les titula con citas textuales que apuntan a un aspecto, por nombrar alguno, de la polarización política, señalado en tres líneas y media de alguna página del medio, con poca o ninguna vinculación con el resto y, por tanto, con el motivo del reportaje. En anteriores oportunidades, Prodavinci ha reproducido más de la mitad de las entrevistas u otros textos citados. Esta vez, sin llegar al ánimo de rasgarme las vestiduras, francamente me molesta el hecho de transformar un acontecimiento como el deceso de Bebo Valdés –de hecho convertido urbi et orbi en la celebración de una existencia que entregó todo lo que tuvo y pudo (murió a los 94 años y padecía Alzheimer), así como rodeado de innumerables muestras de cariño y reconocimiento por parte de gente de todas las edades– en un parco “homenaje” a su condición de exiliado. Como si no supiéramos que alguien como Bebo, quien se retrató con artistas de la disidencia cubana y no aparece ni por asomo asociado al movimiento de Buena Vista Social Club, es un claro ejemplo de distanciamiento de la tierra natal que no requiere este tipo de “mutaciones” en la presentación de la información veraz. Como si no bastara, además, con las confesiones de Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, con el sufrimiento de Heberto Padilla y Armando Valladares, entre muchísimos otros, para entender el grave rictus en el semblante de Bebo promovido por la página literaria. Por qué mejor no haber esperado hasta el día siguiente de su muerte para reproducir el hermoso texto de Sigfredo Ariel, «Bebo no existe en Cuba», un título más elegante y sin tufillo a chisme de resentidos, aparecido el 23 de marzo en El País“Yo quiero tocar hasta que me muera” Por lo que refleja esta frase así como las imágenes que continúan ilustrando por estos días la memoria de un hombre que parecía feliz, tengo la impresión de que el verdadero aguafiestas es otro. Preguntémosle de nuevo a Fernando Trueba.

No dudo que tanto los medios de la oposición como del Gobierno continúen con estas prácticas discursivas, generadoras de solidaridades múltiples y automáticas. Con todo, el título de mi escrito parece una cucharada de la medicina comunicacional que he denunciado. Pensaba darle el nombre de Prodavinci o las mutaciones en la información veraz. Pero no. Demasiado Prodavinci, en verdad.

Que siga pareciendo un chisme.

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