Los Hermanos Rodríguez estudiaron cine en la UCV. Desde entonces, cultivaron el gusto por la política de autor. Ello redunda de manera positiva en sus investigaciones audiovisuales como documentalistas y cortometrajistas. Así fueron ascendiendo en el medio alternativo, hasta labrarse una fama de realizadores comprometidos.
De hecho, dedican piezas de no ficción en homenaje a grupos trascendentes(El Techo de la Ballena) y a personajes olvidados del entorno plástico(el maestro José Castillo). En sus imágenes descubrimos la impronta de referentes patrios e internacionales del séptimo arte. Por tal motivo, despierta la atención el estreno de su ópera prima Brecha en el Silencio, ganadora además de innumerables premios dentro y fuera del país.
De momento, las críticas hacia la cinta son benévolas y entusiastas, salvo la contada excepción del colega John Manuel Silva. Según su punto de vista, el largometraje no ofrece nada nuevo bajo el sol de la clásica receta de la Villa, al adoptar un molde progresista de reivindicación de la otredad en función de los resortes oxidados del melodrama vernáculo.
Para el escritor y periodista, la película parece una versión criolla de la independiente Precious, así como Cheila, una casa pa’Maita era una réplica tardía de Transamerica.
El film describe el estado de alienación de una adolescente sordo muda, condenada por el entorno hostil de una familia disfuncional. De ahí la conexión con el precedente de César Bolívar, Más allá del Silencio.
Por tanto, el título expresa una declaración de principios en lo estético y moral. El objetivo es narrar una historia sin la pesada carga de diálogos redundantes y explicativos. En tal sentido, hay una distancia del cielo a la tierra con la dieta convencional de la industria local, aferrada al lenguaje de la radio.
Debemos reconocer el esfuerzo técnico de la música, la fotografía, la interpretación y la banda sonora, para traducir el desamparo de una joven sumida en un espiral de violencia, acoso y explotación.
También valoramos el cariz poético de varias secuencias con montaje intelectual(la de la gallina degollada, por ejemplo).
Aun así, el conjunto no acaba de cuajar en una propuesta convincente.
El guión carga las tintas y las culpas sobre la madre bruja y el padrastro abusador. Ambos resumen el trazo grueso de un par de estereotipos huérfanos de humanidad. Ilustran prejuicios sociales de vieja data en el imaginario colectivo de la televisión populista.
El interés económico y sexual los castiga, los sienta en el banquillo de los acusados. Una tendencia puritana e izquierdista de caricatura, propia de un capítulo de Archivo Criminal con pretensiones experimentales.
A diferencia de la posguerra italiana, la realidad se diluye y desdibuja entre postales de la miseria y visiones utópicas del paraíso caribeño. Pero la Venezuela de los problemas y contradicciones actuales, queda excluida de la denuncia. Lo mismo pudo contarse en menos tiempo.
Al final, la huida es la única resistencia posible de las generaciones de relevo ante la opresión de representantes y patrones. Se apuesta por un autoexilio incierto en la línea de El Chico que Miente. Paradójico mensaje de escapismo bucólico. Un desenlace feliz para una pesadilla todavía por resolver.