En un país serio, el resultado del CNE abriría el espacio para una profunda reflexión por parte del supuesto candidato ganador, Maduro, a quien por cierto nadie reconoce.
Sin embargo, ayer hizo el peor papel de su vida, el de un mentado heredero de una legado arrasador y aplastante. Pero es otra falacia de mentira fresca.
Ayer se le hundió todo el engranaje político a su campaña, donde nadie esperaba la derrota del domingo pasado. Su discurso fue el de un militar desconociendo la voluntad popular y dando un golpe de estado técnico avalado por los piratas del Consejo Nacional Electoral. Semejante a la pataleta del borracho de Canal I, Wilmer Ruperti.
Por ello, Capriles contrastó con la imagen de su adversario y ofreció una arenga para la historia. De ahora en adelante, el panorama es incierto como el futuro. Hay ambiente de guerra civil no declarada, la polarización se acrecentó y los bolivarianos atomizaron su escasa legitimidad bajo un manto de sospechas y dudas razonables.
Ojalá la sangre no llegue al río, las cajas se abran y se pueda comprobar el punto de la MUD. Por lo pronto, es necio comparar a Hénrique con López Obrador. La situación de aquí es distinta y el margen de error resulta mínimo e ínfimo como una cachetada a la sociedad civil. Toca mantenerse activo y vigilante.
Tampoco aceptamos el cuento chino del Zar Nicolás, respaldado por sus gorilas. Por mi parte, analistas sesudos y encuestadoras criollas deberían pedirle perdón a la nación por su falta de equilibrio y objetividad. Me los imagino ya escribiendo o preparando sus guiones para justificar la pírrica victoria del chavismo. También salieron derrotados el día de ayer. Ni hablar de los típicos flojos de la abstención. Cero complacencia con ustedes, holgazanes. No se vengan a quejar ahora. Para el recuerdo, las caras largas y desencajadas del comando usurpador, tras recibir el gol en contra y la hackeada más humillante de la historia vernácula. Síntoma de los tiempos. La tendencia es reversible. Auditoría ya.