La juventud socialista fue víctima de la brutal represión en Francia, durante mayo del 68. Era el tiempo cuando cobraba sentido el documental de Marker, «El Fondo del Aire es Rojo».
Sabíamos distinguir a la derecha de la izquierda. Una quería detener la historia a punta de palazos. La otra encendía hogueras y hacía piquetes para protestar por sus derechos humanos.
Es curioso pero la misma experiencia se repitió en Chile. Los militares de Pinochet masacraron a los partidarios de Allende e instalaron una dictadura sangrienta.
De nuevo, los camaradas condenaban los atropellos sufridos por la fuerza de las armas.
Lo propio sucedió en Argentina y los progresistas tampoco perdieron la ocasión de denunciar la siniestra lista de desaparecidos por los gorilas y dinosaurios de Videla.
Luego en 1989, el marxismo leyó el Caracazo como una luchas de clases entre la masa desposeída y un poder corrupto, envilecido por la violencia contra seres indefensos.
Tuvimos un saldo de mil muertes y contando.
En todos los casos anteriores, el esquema ideológico nunca cambió.
Pero entonces llegó el chavismo a trastocar y manipular el escenario a su antojo.
Verbigracia, la grosera campaña de criminalización de la disidencia, impuesta desde los órganos de propaganda del estado.
Los ejemplos son bastante claros.
Ahora los jóvenes no pueden salir a manifestar su descontento a la calle, so pena de ser detenidos, encarcelados, torturados, molidos a palos y hasta fusilados a quemarropa.
No nos los contaron. Lo vimos en diferentes videos actualmente circulando en red.
Las imágenes hablan por sí solas. La guardia nacional se comporta como un ejercito de ocupación en Argelia e Irak, aterrorizando a la sociedad civil y aplicando una dóctrina de shock en la población.
Idéntico al formato de la seguridad nacional en los tiempos de dictadura de Pérez Jiménez.
Es un guión calcado del libreto de las Primaveras Árabes, aunque del lado de las tiranías al borde del colapso. El presente de Siria nos alcanzó. El pasado de Tian’anmen es el 2013, tras el fraude del 14 de abril.
Delitos así no prescriben.
Irónicamente, Hugo Chávez juró jamás dispararle o echarle los militares al pueblo. Una promesa hipócrita pues concibió la idea de activar el plan Ávila y dar un golpe de facto.
Por vueltas de la historia, Maduro comenzó por donde acabó Gadaffi, rugiendo en cadena, satanizando a la oposición y purgando a sus filas. Medidas de un radicalismo contraproducente.
Le pasan factura a corto plazo.
De ahí el confinamiento de Yendrix y la amenaza de Iris Valera.
Por su parte, VTV sirve de aparato de intoxicación y guerra psicológica, demonizando a Capriles.
Son síntomas del miedo y del ocaso de un sistema hegemónico.
Carece de futuro.