En septiembre de 1938, Francia e Inglaterra firmaron el Acuerdo de Múnich, en el cual aceptaron que Alemania se anexara una parte del territorio de la antigua Checoslovaquia. Entonces se justificó la decisión como un intento por mantener la paz y evitar que Europa fuera arrastrada nuevamente a la guerra. La tesis que se impuso fue que si a Hitler se le daba lo que quería podía ser “pacificado”. Cincuenta millones de muertos después entendieron cuán equivocados estaban, las negociaciones nunca tuvieron la más remota posibilidad de modificar las pretensiones del nazismo.
Ahora, no estoy comparando al chavismo con el nazismo, aunque está de moda, ni estableciendo paralelismos entre ambas situaciones porque son muy diferentes. Utilizo el Acuerdo de Múnich porque me permite ilustrar un punto importante: para evitar un conflicto todas las partes involucradas deben estar comprometidas con la paz. Si un sector elige la violencia y la ejerce, el otro no tiene la capacidad de evitar la confrontación, si acaso podrá retrasarla.
En Venezuela no existen instituciones independientes, todas funcionan como extensiones políticas del chavismo con la Fuerza Armada Nacional como brazo armado. Esto significa que la disidencia no tiene ningún tipo de representación institucional ni reconocimiento político. No hay árbitros, no hay balance de poder. Por eso Diosdado Cabello se atreve a arrancar micrófonos y quitarles el sueldo a los diputados opositores, por eso los rectores del CNE se niegan a revisar los cuadernos y proponen una auditoría ficticia, por eso el ejército grita consignas a favor de Chávez y reprime brutalmente manifestaciones pacíficas, por eso Maduro se robó las elecciones. No hay estado de derecho, no hay camino legal. Las purgas de las instituciones, posteriormente ideologizadas y politizadas, constituyen uno de los ejes principales del chavismo porque le permite utilizar el marco legal democrático para legitimar su autoritarismo. De otra manera no habría podido sostenerse ni consolidar su hegemonía.
Es por esto que la estrategia de Capriles es esquizoide: no reconoce al gobierno de Maduro pero sí a las instituciones que lo llevaron al poder y lo legitimaron. Es absurda porque actúa como si el CNE, el TSJ o la Asamblea Nacional pudieran funcionar con imparcialidad y hacer justicia cuando sabemos que no es así. Es contradictoria porque trata a los rectores del CNE y a los jueces del TSJ como si fueran distintos a Maduro cuando no lo son. Son chavistas y militantes del partido político que lo llevó al poder por medio de abusos e irregularidades.
Es lógico que Capriles quiera agotar todos los caminos legales, aunque se sabe que son inexistentes, e involucrar a organismos internacionales, pero esto no puede tomarse como algo más que un formalismo. Hay que hacerlo porque es lo que toca, pero ninguna institución venezolana va a declarar ilegítimo a Maduro y ninguna entidad internacional puede obligarlas a hacerlo. Tiene que haber otra estrategia, Capriles tiene que entender que lamentablemente esta crisis no puede resolverse en los términos que él quisiera. El chavismo ya eligió la radicalización política y la violencia, la MUD no está en posición de evitar la confrontación, a lo sumo podrá retrasarla.
El gobierno de Maduro cerró todas las vías legales porque sabe que cuando crece la tensión aparece la sombra del miedo. Hasta ahora la diferencia es que ellos sí están dispuestos a matarse y la oposición no. En este escenario hay distintas alternativas para enfrentar la estrategia del gobierno, pero llevar papeles al TSJ y tocar cacerolas encerrados en las casas no es una de ellas. El chavismo juega la carta de la violencia porque la oposición siempre retrocede. El miedo y la autocensura contribuyen a consolidar el autoritarismo. El régimen tiene tanto poder como la población está dispuesta a otorgarle.
La pregunta obvia es: ¿Qué hacer entonces? Al menos durante esta crisis que desencadenó la muerte de Chávez, las redes sociales han sido un arma efectiva para contrarrestar la hegemonía comunicacional del gobierno. Las denuncias, el debate y la participación deben mantenerse y masificarse para luchar contra la desinformación y la propaganda ideológica que el chavismo transmite sin descanso a través de todos sus medios. En un principio puede parecer un recurso banal e intrascendente, propenso a distorsionar la información, pero cuando se utiliza eficazmente los resultados son incuestionables. En este momento Capriles tiene más de tres millones de seguidores en Twitter, si a esto sumamos a los periodistas y a los activistas ciudadanos, constituyen una red que conecta de forma permanente e inmediata a millones de personas dentro y fuera del país. La mayor prueba del impacto que tiene en este momento son las declaraciones que Mario Silva y otros voceros del gobierno han realizado sobre la red apuntando hacia la creación de una plataforma nacional para controlar Internet.
Sin embargo esta no puede ser la única estrategia. En la crisis actual es imposible seguir sosteniendo una aproximación bipolar que por un lado desconoce y ataca a Maduro, pero acude a su plataforma política para exigir justicia. Es necesario asumir la realidad en el discurso y en los hechos. Ninguna institución va a reconocer el fraude, nadie va a convocar a nuevas elecciones, Maduro no va a entregar el poder por un escándalo electoral. Es una ingenuidad creerlo. Sin violencia y sin miedo, la disidencia tiene que construir un movimiento de resistencia activa que incluya manifestaciones pacíficas en la calle. Solo la presión de la gente puede revelar las verdaderas intenciones del chavismo, la disidencia tiene que obligar al gobierno a mostrar su identidad frente al país y el mundo. Un millón de personas acostadas en la calle exigiendo una auditoría completa, que incluya la revisión de los cuadernos. No existe poder que pueda negarse frente a una manifestación masiva sin perder lo poco que tiene de legitimidad.
Existen innumerables ejemplos en la historia que pueden servirnos de espejo en distintos escenarios: Cuba, Egipto, Checoslovaquia, Yugoslavia, entre tantos otros. Si el miedo y la resignación triunfan, este proceso tiene el poder de perpetuarse por varios años. Si la resistencia activa se masifica, es probable que las denuncias sean reconocidas y procesadas aunque el gobierno de Maduro no quiera hacerlo. Las posibilidades están abiertas, pero en las condiciones actuales es innegable que la violencia ya forma parte de la ecuación. En este sentido el chavismo ha sido consistente y ha dado demostraciones contundentes, con la golpiza en la Asamblea Nacional como último referente.
Uno de los mayores peligros de la izquierda marxista es que no solamente justifica la violencia, la necesita. Es parte de su dinámica y estructura ideológica, es algo que ni Capriles ni la mitad del país que se opone a Maduro pueden cambiar. Hay que reconocerlo, asumirlo y actuar en consecuencia. No hay peor error que desconocer la naturaleza de tu adversario. No queda mucho tiempo.