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Mi vida, a través de los perros (XLIX)

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Resultó ser cierto: el médico nos confirmó que Helga ostentaba un embarazo de 7 semanas. Como a todo padre primerizo le debe suceder, la euforia inicial fue trastocándose en ansia y preocupaciones; después de todo, ¿quién ha dicho que se tienen las competencias necesarias para criar a un ser humano? Es demasiada presunción asumir que se puede llevar a buen puerto un proyecto de esa envergadura; sin embargo no tenía otra opción que intentarlo y hacer la tarea lo mejor posible. Por su parte Helga no podía esconder su dicha, y se la pasaba cantando todo el día, con una cara de felicidad absoluta. Cuando le dejaba saber mis preocupaciones, se burlaba de mí, diciéndome que las cosas salen por sí solas, y que me ocupara de echar adelante el proyecto de la tienda más bien. Creo que tenía razón: si Byron había podido con los Beatles, que eran cuatro y su madre una perra tarada, no había por qué temer.

Con respecto a eso, habíamos cerrado el trato con el anciano Don Joseph, y ya teníamos las llaves del local. A pesar de no tener experiencia alguna en el ramo que habíamos decidido explotar, mi trabajo previo me permitió organizar las cosas de manera tal que en unos tres meses ya la tienda estaba adecuada a su triple fin: en la planta baja, perfectamente delimitadas, las secciones de música y de libros. Los discos organizados en unos muebles diseñados a la medida para permitirle a los clientes la visualización de la oferta de manera cómoda, los libros en las clásicas estanterías. Y en la mezzanina, un espacio totalmente pintado de blanco, con iluminación especial, para exhibir los cuadros tanto de Helga como de otros pintores amigos.

Tuve que tomar una decisión con respecto al material musical que iba a ofrecer: el formato CD comenzaba a despuntar tímidamente en el país, pero tenía conocimiento de que en el exterior ya estaba desplazando al LP. Por lo tanto decidí montarme en esa ola, y fui de los pioneros en ofrecer casi exclusivamente discos compactos. Lo hice un poco a regañadientes pues el disco de vinil tenía una significación y una calidez irremplazable, con sus grandes carátulas que eran auténticas obras de arte muchas veces. Para los nostálgicos como yo dejé una pequeña sección de LP emblemáticos, en una zona privilegiada de la tienda.

Con la parte de la librería tuve menos vacilaciones, pues allí si podía decir, modestia aparte, que me movía como pez en el agua. Mi biblioteca particular, allá en casa, pasaba ya de los dos mil volúmenes, y tenía un conocimiento aceptable tanto de los clásicos como de la vanguardia y pude armar una oferta bastante balanceada.

Por supuesto que no me iba a dar abasto yo solo, ya que Helga en cualquier momento ya no iba a poder acompañarme, por lo que decidí contratar a dos empleados, uno para cada sección de la tienda. El proceso de selección fue muy divertido, pues me llegó cada espécimen que no les puedo describir: creo que toda la fauna que deambulaba por el bulevard que quedaba una cuadra más abajo de la tienda se acercó a ver si le daba empleo. Recuerdo uno en particular, una especie de iluminado que me propuso vender en exclusiva libros de alguna religión oriental, y fundar un templo allí mismo. Era tan interesante dentro de su extravío que no tuve corazón para despacharlo de prisa y estuvimos conversando largo; lo convencí de que la situación geográfica de la tienda atentaba contra su propósito pues la concentración de comercios alrededor iba a generar una energía negativa que ahuyentaría a los acólitos, amén de los campos magnéticos producidos por la construcción del metro; en fin, me divertí un rato a expensas del aspirante a santón quien se fue convencido por mi perorata.

Después de muchas entrevistas logré dar con un par de personas que me inspiraron confianza: Héctor, un estudiante de letras en sus últimos años, y Juan Carlos, que no tenía estudios formales pero era un melómano  empedernido. Eran dos personajes, cada uno en su estilo. Héctor se especializaba en literatura europea y me sugirió varios autores que todavía no eran muy conocidos por estos lares, Kundera por ejemplo. Creo que mi librería fue la primera en exhibir en su vitrina un ejemplar de «La broma», que mandé a traer por encargo. Pero no era su única afición, pues se movía a gusto entre escritores norteamericanos y latinos. En un primer momento decidí enfocarme en libros de narrativa,  y si acaso en el futuro comenzar a incursionar en otras ramas del conocimiento. Y Héctor fue parte importante en esa decisión pues sabía que con él tenía garantizada la atención necesaria a los potenciales clientes que iban a ser habituales en la tienda. Juan Carlos era un rockerito, tenía una melena desarreglada y no vestía sino franelas de bandas clásicas. Pero era un catálogo ambulante, conocía cada integrante de cada agrupación importante y no tanto que se hubiera montado alguna vez sobre una tarima. Con él la cosa no fue tan fácil, pues si hubiera sido su decisión la tienda no ofrecería más que rock. Tuve que ponerme duro, y obligarlo a expandir sus horizontes musicales. No todo es rock, le decía, y le prestaba cassettes mezclados de jazz y música académica para que se le acostumbrara el oído. Creo que no los escuchó nunca, sin embargo. Su pasión ya estaba definida. No obstante se aprendió los nombres más importantes en cada género para poder guiar a los clientes.

Por fin llegó el día de la apertura. Organizamos una exposición de los cuadros de Helga, una retrospectiva que mostraba pinturas de todas sus etapas. Hasta el cuadro que Lucía había «intervenido» con el cuchillo hizo parte de la muestra, ya que Helga lo reparó con un cordel rústico y lo puso en el lugar más importante de la sala, todo un símbolo. Tuvimos una nutrida concurrencia, gente del mundo de las artes en su gran mayoría, y logramos varias reseñas favorables en los periódicos. El concepto, a no dudar, era muy novedoso para ese momento. Rompía los moldes de lo establecido y generó gran impacto en una sociedad ávida de propuestas diferentes.

Esa noche fuimos a casa felices y emocionados, pues se prospectaba un futuro muy prometedor para la iniciativa que habíamos emprendido. Tuve que darle las gracias a Helga, pues su visión fue la que nos abrió las puertas a esa etapa, que significaba un renacer en el plano laboral luego del fracaso que fue mi anterior negocio. Me dijo que no fuera tonto, que lo único que había puesto fue una idea, pero yo sabía que sin ella hubiera sido difícil comenzar un nuevo proyecto.

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