Si en días pasados se le hubiese ocurrido a Cristo descender para atender a sus ovejas Sudamericanas, sin duda justificaría su desatención a Venezuela con la reflexión de Caraco: “¿De qué sirve predicar a aquellas miríadas de sonámbulos que van hacia el caos con paso uniforme, bajo la pastoral de sus seductores espirituales y bajo el bastón de sus patrones?”
¡Qué clase de seductores demócratas, éstos que van arreando a los nuevos “indignados” latinoamericanos repitiéndoles que hay un camino! ¡Y qué clase de bastonazos los que está propinando el nuevo ilegítimo patrón de los ya golpeados venezolanos! Cada vez que lo escucho hablar me asalta el horror. El tipo obnubila, de veras. Si las palabras son la expresión del pensamiento, Maduro no piensa. Si la palabra de un hombre es un documento, Maduro es una mujer sin firma. Si un discurso es la facultad de inferir unas cosas de otras, Maduro es una sola cosa y una cosa sola. Si lo que dijo el gran Emerson es cierto, lo que Maduro “es” habla tan alto, tan alto, que no se puede escuchar lo que dice.
¿Qué dice este hombre tan alto como su altitura física? Pues puras palabras mal dichas, inoglomóticas e increptíficas, todas cocinándose en una sartén llena de sartas discursivas, que para tragarlas tendríamos que apelar al Diccionario Analfabético de Lenín Sánchez: Palabras que dicen lo que en verdad dicen, o lo que el populacho quiere que le digan, pero no tienen correspondencia. Palabras que se comprenden a duras penas, y no sirven para nada excepto para eso.
Su disertación es irregular, contradictoria, desasosegante por momentos. Da la impresión de haberse saltado justo la etapa de madurez. Hay gravísimos errores (proponió y escribido), garrafales comparaciones (monaguillos con Hitler), muy mala dicción (entre otras, se come las eses, me refiero a la letra S) y enormes baches (como el que se encuentra entre los estados Margarita y Cumaná). Sabe discriminar a la perfección entre un socialista y un burgués, no así entre un telescopio y estetoscopio. De seguro toda encuesta que se le hiciese, contestaría el renglón: No sabe/No responde. Pero el peor de sus males es lo insípido, la falta de sabor que sobreabunda en él. Las dos únicas cosas de las que podrá alardear son la de su ornitomancia (arte adivinatoria de los antiguos griegos que profetizaban tras observar el comportamiento de las aves) y que sus palabras serán recordadas en la posteridad por rebosar brutalidad de la inolvidable. Ahora bien, como suele ocurrir en los casos de estos animales gubernamentales, el más grave error, el que los desnuda tal como son, o por lo menos levanta la peor sospecha, se encuentra en lo más hondo de todo ser político, y a veces, como un gas, se escapa; por tanto, casi siempre pasa desapercibido aún para los oyentes más críticos, y fue cometido por Maduro en las reiteradas veces que confesó lo inconfesable: “Soy humilde”. ¡Cuántas veces en la extensa historia de la humanidad se ha presentado con esta afirmación el mismísimo Demonio!
Maduro, quien presume ser obrero sin obra, ser conductor sin puños, ser encendedor sin llama, ser presidente sin serlo, es ciertamente un simple guardaespaldas ineficiente cuyo antiguo jefe no despidió nunca porque, al igual que pasa con los robustos sabuesos san bernardos, le cogió mucho cariño durante tantos años de abnegada entrega, y llegó a amar muy profundamente porque el cachorro consintió ser domado fácilmente (Maduro ha dicho, con lagrimas represadas en la garganta, que no hay un día que no piense en su amado amo desaparecido). En fin, psicológicamente Maduro no es un sicópata egresado de Harvard, es un “todopata” criollo que le mete el pecho a todo, nunca la cabeza; políticamente, es otro seudo socialista más que, a falta de ideas e inteligencia, lo que ofrece es un puño en alto tipo fascista… Ah, y mucha porquería por esa boca, tanta que cuando se emociona dan ganas de obsequiarle un cepillo con dentífrico mental para salud dental…, o al revés. Por su parte, la primera dama, que con su riguroso silencio obliga que se la critique más por su aspecto que por su habla, nos lleva a entrever una gran verdad: es la mujer astuta que muy bien sabe ocultar a los demás que somete al esposo. Resulta cómico contemplarla con forzadas expresiones en su rostro de orgullosa esposa (lo besa con el sentimiento de una tabla), y tragicómico contemplar las de complicidad de sus fieles acólitos y expertos actores de telenovelas que escuchan a su marido con el solemne sacrificio de un evangélico que espera recibir infinita prosperidad por el pago de sus diezmos. Con todo, ninguno de esos teatros faciales superan los episodios en que las cámaras captaron a la presidenta del Brasil desvelando en sus facciones la vergüenza ajena que le producía presenciar el baladí montaje de la juramentación (con burlador de los anillos de seguridad castristas incluido) y la abrupta retirada del presidente colombiano tras la desagradable metida de cuatro patas del in-maduro “perro de Cúcuta”.
Pero he aquí el fondo de esta punta de iceberg: Por estos días, mientras en Venezuela tantas y tantas injusticias repetidas y repetidas se suscitan a diario, los cabecillas de los poderes del estado y del “chabismo masduro”, tras moldear cual plastilina la Constitución a su antojo, llevan a cabo una especie de juego cursi y macabro en el que todos, sentados alrededor de una mesa con el mapa del país en el centro, van poniendo una cosa transparente sobre otra gelatinosa para pretender ocultar algo que se ve por todas partes: FRAUDE. Sus respuestas y argumentos frente a las pruebas que despliegan la opinión pública y la oposición, no satisfacen ni siquiera a un dirigente estudiantil de escuela primaria. Por ejemplo, mientras Maduro y la Rectora Electoral botan lo único creíble que ha salido de sus labios, “Estas son las elecciones más tramparentes que se han realizado”, los diputados oficialistas desfiguran los rostros de quienes denuncian un golpe al Parlamento, y los bien llamados “enchufados” (33 ministros del gobierno) lanzan dardos venenosos contra los numerosos grupos de ciudadanos que emprenden todo tipo de actos de protestas y acciones legales para develar la verdad. Acto seguido, estas serpientes ofrecen alivio a sus camaradas del partido (convencidos ya de que ganaron perdiendo) con una rara especie de antídoto benévolo surgido de sus propias fauces: “gobierno de calle” y negación descarada de todas las pruebas categóricas de sus desmanes. Como ángeles (de los caídos) hablan de paz y amor, pero al hacerlo se parecen al padre alcoholizado que mientras destruye a toda su familia grita a todo pulmón que la adora, y, al ser echado de casa, se va con sus buenas intensiones a atender su mal de amores en el quirófano de un prostíbulo. Si es cierta aquella conocida sentencia de que América Latina es la prostituta del Norte, que, por sobre todas las cosas, anhela cerros de dólares, los dirigentes políticos de Venezuela ya han alcanzado el estatus de Madame.
Si se me preguntase qué es lo que creo de todo el esfuerzo que realiza la oposición por recuperar la “democracia” (tarea en la que Cristo no perdería ni un segundo de su tiempo), diría que, de alcanzar su cometido, indudablemente lograrían clonar el reciente cambalache suscitado en el Vaticano, donde se cambió un “insípido mentira fresca” por un “cara fresca sazonado”; acontecimiento que, a pesar de dar la impresión de un positivo cambio, en nada cambiará lo que jamás cambiará: el hecho irrefutable de que en el mundo existieron, existen y existirán siempre cuatro amplios grupos de individuos que viven del dinero de los demás: los hijos, los ladrones, los sacerdotes y los políticos (Venezuela cuenta con una superpoblación de los cuatro; pero el último grupo no lo hace para vivir, si no para híper ultra súper enriquecerse). Y si se me preguntase qué pienso de esa retahíla de “enriquecidos discípulos” que dejó el comandante eterno diseminados en todos los Poderes del Estado, respondería que representan la plétora del político vandálico del siglo XXI; que encarnan la ruina del alma; que son esa clase de seres que nunca han experimentado un remordimiento de consciencia; que en sus retinas tienen tatuada la frase “lo Mío”; que la ignorancia, la falta de escrúpulos y la codicia que secretan por sus poros, les cubren de una especie de pastoso aceite corporal que los hace inmunes a los rayos del sol, a la Luz, a la claridad; que con la muerte de Chávez la hora de ellos ha llegado, la hora de las sombras, que con su oscuridad se comerán todo.
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