«Hubo en un siglo un día que
duró muchos siglos».
Leyenda del Volcán. Miguel Ángel Asturias.
Prólogo
Cada vez que sueño que voy a Caracas, termino robada. Mi subconsciente, de unos años para acá, se ha convertido en una página de sucesos onírica. Lo cierto es que ni Morfeo se salva.
Siempre dos delincuentes en un semáforo en rojo, siempre a la luz del día, siempre obligada a no defenderme desde la ventana del piloto por una «bicha» y desde el parabrisas por una «pata larga». Con gritos, dos elementos a los que les pareció más práctico ganarse un bono diario con la flaqueza que dan la sangre y los escrúpulos ajenos, me sacan del automóvil y a velocidad luz-malandra me meten en otro que conduce un tercero. Luego, como explican con minuciosidad los testigos callejeros de mis sueños:
«Mielda panita, y ¿qué le pasó a esa jeva?» «Le tiraron un quieto, pero se comió la luz. Así que nada, la dejaron pegá y después le midieron lo que le quedaba de aceite». «¡Na güevoná e’ enfermos, chamo! Tan pasaos».
Y como es de esperarse en Venezuela, al rato de haber llegado los curiosos y de haber contaminado con su morbodependencia la escena del crimen, aparcan sus patrullas la policía municipal y científica. Mientras lo que una vez fue el conjunto de partes que me dio forma humana en este vida, yace sin ella, con las pantaletas abajo, después de haber dejado para otro día la depilación de mi entrepierna.
Todo esto debo decir, me ocurre en ese rincón donde el hipocampo lo almacena todo. Todo esto, para 155, 788 residenciados en el país, tuvo lugar en las heladeras, pisos, incluso en las bateas de las morgues en los últimos catorce años.
Por eso desde mi vigilia no hago otra cosa que preguntarle a Morfeo, ¿qué necesidad tiene de ir, de llevarme a la tercera ciudad más violenta del mundo?: «Tantos otros yo que podemos ser, tantos lugares que podemos conocer. ¿Cada ocho horas al día en estos cinco años? ¿Cuántas vueltas al mapamundi?»
Sin embargo él, el principal de los Oniros, insiste en mandarme –cada noche– a un sitio en el que luego de padecer cuarenta y cinco minutos de tráfico para poder llegar a un semáforo, termino siendo asesinada por dos especímenes a los que no les da la gana de pronunciar las erres.
Tsk, tsk…
Ah, la debilidad de este dios de ir volando por allí, dejando caer trampas de imágenes grisáceas. Sus maneras de hacerme entender que es mío el presente, pero de él mi futuro; que durante el tiempo en cual me entretengo disfrutando el ahorita de este lugar en el que quiero y creo que merezco vivir, él fragua en secreto el mañana, el regreso al país donde anhela se esparzan nuestras cenizas. Míos y del mundo son el noventa, noventa y nueve por ciento de mis días, suya, la última noche, puede que el último año.
Por eso aguarda a que me descuide para efectuar el truco de la amapola, para enviarme dormida y sin resistencia a Caracas; mostrándome el semillero noctámbulo de mi paranoia, que no es otro que el residuo diurno de aquel intento de secuestro. El percance que me hizo ver a mi país como la mayoría de la población siempre lo había visto, pero que yo, por una suerte que parecía inagotable, no podía verlo de esa forma.
No sé si recuerde el comienzo de aquel poema de Unamuno.
¿«Me destierro a la memoria, voy a vivir del recuerdo»?
Qué perjudicial sería para mi Morfeo llegar a añorar así. Ningún caraqueño debería hacerlo.
Tal vez una de estas noches tenga el detalle de regalarme un sueño reparador. Para ello sé que deberé vencer el miedo. Considerar que aquel incidente, los otros que mal han vivido mis familiares y amigos, los que les he leído a desconocidos, pueden ser coincidencias; que la Venezuela de ahorita no es una tarjeta de invitación con dos tipos en un semáforo apuntándote con una 9mm y un rifle, gritándote al unísono: «¡¿Qué pasó, becerra?! ¡Bienvenida al secreto mejor guardado del Caribe!»
Tendré que desapasionarme un poco del tema político y dejar de utilizar esas indignaciones para relacionarlas con mis temores, para sólo querer ver a esta distancia el bombardeo noticioso de los medios de comunicación venezolanos, que me consta, nada tienen de impar…
– ¡Viejo coño e’ su madre y ladrón!
– ¡¿Pero qué le pasa, mija?!
– Que ¡¿qué coño me pa…?!
«Ladies and gentlemen, as we start our descent, please make sure your seat backs and tray tables are in their full upright position. Make sure your seat belt is securely fastened and all carry-on luggage is stowed underneath the seat in front of you or in the overhead bins. Please turn off all electronic devices until we are safely parked at the gate. Thank you».
Es obvio que hoy mi problema se ha expandido, que mi consciente me ha traicionado. Estoy a treinta mil pies de altura y no estoy soñando.
Una bandada de chemises, zapatos tipo Sebago y plataformas de más de diez centímetros, cabellos, uñas, pestañas, senos, traseros sintéticos me circunda; los signos inequívocos de un avión que hizo escala en Miami. Conjunto de más de ciento setenta personas de ansiedad silente que viajan a Venezuela para que su voto cuente.
– ¡Esto es un abuso! ¡Ya voy a llamar ya mismo a alguien de la tripulación para reportar este abuso!
– Mija, ¿pero de qué abuso habla si yo soy una persona de 84 años?
– ¡A mí el güevito de los 84 años no me lo va a meter! ¡Qué todo el mundo escuche que este viejo que está tras mío me estaba robando! Estaba dormida, metió la mano entre los asientos, me abrió el bolso y cuando me desperté tenía mi Samsung Galaxy S4 en su mano! ¡Un Galaxy S4! ¡Está agüevoniao!
Es la primera vez que veo un avión de American Airlines convertido en camionetica. Pero lo más extraño es, que estoy sola en el asombro. Miro a mi alrededor y todos los pasajeros se han reintegrado con naturalidad al sueño, a sus computadoras portátiles, a los audífonos que bloquean al mundo exterior y que sólo dejan entrar a la ficción cantada de Les Misérables.
La señora sentada a mi lado izquierdo, junto a la ventana, a la que le serví de intérprete para que la aeromoza le sirviera todos sus vasos de agua con poco hielo, no deja de causarle una gracia educada la libertad de expresión de mi desconcierto, esa que ha ocupado mi rostro.
No va a poder contenerse. No quiere hacerlo.
–¿Cuántos años tenías sin venir?
Suspiro.
– Cinco.
La señora, con su timbre de voz pausado y andino da una risotada corta, de las gentiles, al unísono que las ruedas del tren de aterrizaje tocan bruscamente la pista:
– ¿Estás preparada?… Bienvenida a la realidad.
«Ladies and gentlemen, welcome to Simón Bolívar International Airport. Local time is 3:34 p.m. and the temperature is 91 degrees…»
Imagen: Vacuum Packed Body de Byungho Lee.
Nota de la autora: De Mesopotamia a la 5ta. y media es la crónica de mi viaje a Venezuela luego de una ausencia de casi 6 años. El prólogo de seis relatos que describen el reencuentro con una Caracas postnovenario presidencial. Del cómo una población víctima de una larga violencia física y emocional, debe volver a depositar su esperanza de papel en una caja que tiene escritas las siglas del CNE.
Chapeau! Bravissima! Artículo duro y bello a la vez. Qué alivio, qué descanso leer algo así en el panfleto.
¡Excelente, Irina!
Además, me doy cuenta, que los venezolanos estamos escribiendo cada vez más críptico, más en clave…
¿Esta crónica será por entregas?
saludos
Gracias por esas palabras tan amables, Santiago.
Adriana, no sé si estemos escribiendo en clave, con tal que dejemos de ser cursis… No miento cuando digo que últimamente, cada vez que escribo, debo hacerme un leonardopadrónexorcismo para expulsar de mis frases ese legado genético de metáforas, símiles empalagosos… Y sin embargo, no sé si lo logro.
Respondiendo a tu pregunta: sí, será por entregas.
De nuevo, gracias a ambos.
Amiga.. te aplaudo de pie
Excelente!!!
si estoy de acuerdo con Adri, los venezolanos estamos escribiendo no se si en criptico pero si en un venezolano o caraquenho, que son esas metaforas que solo entendemos nosotros…
felicitaciones…!!!!
Los psicólogos sociales aseguran que los lugares marcan a las personas. Tal vez por ello, porque esta nueva Venezuela nos está dejando una llaga, se esté dando un renacimiento del ¿regionalismo literario? en una versión más metropolitana.
Gracias, Tarzan.