Hace un tiempo atrás, recibí una información confidencial de un estimado colega, quien aseguraba conocer la vida licenciosa y dispendiosa de Mario Silva.
Por voz de un conocido, el comunicador supo de la construcción de un estudio de televisión exclusivo para el uso del conductor de «La Hojilla». Quedaba en su búnker, bajo el resguardo de varios guardaespaldas, pagados por el gobierno.
Tenía tres cámaras y un fondo verde de pantalla. Yo solo pregunté por las pruebas. Resignado, el periodista dijo carecer de ellas. Por ello, jamás hablé públicamente de la especie. Me parecía posible, pero un poco exagerado.
Hoy me arrepiento de no haberlo comentado, aunque sea por acá. Pero nunca es tarde, para una última reflexión sobre el caso.
Ahora con los archivos abandonados por el propagandista de la revolución, encontramos las fichas definitivas para armar su rompecabezas ético, moral y estético.
Empecemos por desmontar la estrategia de la ilusión. VTV, con el dinero de todos los venezolanos, consentía transmitir una cadena diaria de odio, desde la cueva de un chivato, de un delator, de un inquisidor tarifado por el gobierno con un salario de magnate.
Alrededor de 200 palos mensuales, recibía su grupo de manos del Banco de Tesoro. Con la plata, él mantenía un tren de servicio compuesto por hombres armados, entrenados para disparar primero y averiguar después. Un nido de alacranes. De ahí salen precisamente las filtraciones y papeles de Silva. Su ingenuidad lo sepulta.
En un último intento de manipulación, el canal 8 desestima la denuncia y la oculta, cambiando su programación. No existe un pedido de disculpas a la audiencia, un mínimo atisbo de mea culpa y autocrítica. Todo se resuelve en secreto y con arrogancia. Así pasó y te la calas. Lo mismo ocurrirá con el TSJ y los demás poderes secuestrados. ¿Condenarán al chivo expiatorio? Lo dudo.
Por lo pronto, asiste con su cara de tabla a los tribunales, montado sobre una moto de alta cilindrada, cual rico y famoso. Olvídense del cuento del pobre Mario, víctima y mártir del proceso, obligado a refugiarse en una caleta, a merced de sus enemigos.
Al caballero lo tienen escondido en una concha de lujo, bien alimentado, afeitado y vestido.
Hugo, el benefactor de la humanidad, es responsable por la corrupción de Mario. También la red nacional de emisoras oficiales, por permitir su crecimiento como monstruos de mil cabezas.
¿Cómo era el espía? ¿Un tipo con un cierta dignidad como el protagonista de «La Vida de los Otros»? ¿Un emblema humilde del hombre nuevo, negado al exceso del consumismo capitalista? Al contrario. El señor fue y es un ejemplo de la mentira fresca del socialismo bolivariano. De la boca para afuera, juraba seguir la doctrina de Marx, el Ché Guevara, Allende y los barbudos de la Sierra Maestra. Un ícono del progresismo de izquierda, rodilla en tierra. Sus incondicionales lo imaginaban cultivando un huerto organopónico y preparando su propia comida, con hábitos austeros de monje.
Pontificaba y sermoneaba montado en una cumbre de intelectual de principios y acciones coherentes. Apenas una galería de Facebook, de instagram, de su intimidad doméstica, desarmó su castillo de naipes.
En realidad, es un clon chapucero de Wilmer Ruperti, una mezcla de Playboy decadente a lo Carlos y de viejo verde kistch, rodeado por prepagos, jaladores de mecate, mujiquitas, soldados y muchachos de mandado.
En su profunda banalidad, le encantaba ser lamido por perritos falderos, irse de viaje con una chica explotada, sentirse joven por siempre y almorzar con sus peones como el dueño de una hacienda.
Reparemos en los banquetes babilónicos de Mario. Silva sufría de gula y abría el pico para degustar platillos enormes de «The Man versus Food». Observen sus raciones «Super Size Me». Inconscientemente, jugaba con su salud y se inducía un paro cardíaco. En su dieta figuraban kilos de plátanos fritos, ensaladas de restaurante y bandejas de filetes.
Al león enjaulado, principal atracción del circo rojo, se lo debía mantener alegre, feliz y satisfecho, a punta de carne fresca.
Mario viajaba en primera con aviones de PDVSA y jamás soltaba a su compañera de menor edad. La diferencia generacional recuerda las postales de la Habana, con dinosaurios en plan de turismo sexual.
Es un presente de comunismo caviar, con jineteras y gastos pagos por cuenta de la chequera del estado. Así es sabroso construir la patria del chavismo.
Mario jamás tuvo que hacer cola de tres horas para pasar por la aduana de Maiquetía.
La patraña es asumirlo como una excepción a la norma. No se confundan. Se trata de la regla de su corte aristocrática. Por tal motivo, no es difícil pronosticar su futuro. Terminarán echados por su pueblo, cansados de la estafa, del fraude y de la farsa. Es cuestión de tiempo.
No aprendieron la lección de María Antonieta, de los Zares.
Excelente artículo. Aunque creo que lo único flojo es la foto, debiste poner la de Mario comiendo langosta… Hubiese sido perfecta.
y es que aquí sólo escriben oposetas descerebrados y sin oficio?
Aprende a escribir, Door. Perdon, «Juan».
Oposeta será la reputa de tu madre.
Sí.
«…No aprendieron la lección de María Antonieta, de los Zares….»
Pues que aprenda de primera mano, a ver si asi aprende para la proxima vida.