Abróchese el Cinturón: El Cine de Avión

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Vuelo comercial de Caracas a Sao Paulo. Línea aérea: Avianca. Clase económica. Delante de cada asiento figura una micropantalla digital, por encima de la bandeja de comida. El cine es una de las tantas ofertas desperdigadas y diluidas dentro del menú de entretenimiento. Los adultos juegan «¿Quién quiere ser Millonario?».
Las parejas desesperadas optan por ver una comedia enlatada. Nada perdura. Todo se consume y olvida. Revisamos la lista de películas. Sorprende la selección de un ciclo sobre el género bélico. Despierta suspicacia la homogeneidad de origen de los títulos. Pasamos de «Gladiador» a «Troya» y de ahí a «Bastardos sin Gloria».
Muchas licencias se toman los programadores a la hora de hacer su trabajo. En la Universidad rasparían el examen de historia del séptimo arte. Seamos rigurosos. Las dos primeras cintas pertenecen a la tendencia del péplum, entre circos romanos y panes griegos prefabricados por Hollywood. La obra maestra de Quentin Tarantino es pura deconstrucción de la mitología de la segunda guerra mundial. Dándole el beneficio a la duda, podría entrar en la arbitraria muestra curada por la compañía. Pero mejor sería recordarla como una pieza inclasificable. Otro sistema de ordenamiento clásico mueve a la sospecha. Es el de los estrenos de la temporada. De nuevo, puros largometrajes de procedencia anglo.
Cero rastro de América Latina. El panorama es desolador. Una a una, se cumplen las tesis de Frédéric Martel, por razones económicas, políticas y culturales. En materia de difusión audiovisual, seguimos siendo una colonia, un territorio unificado por el mercado de la meca.
Basta con echarle un vistazo a la cartelera para corroborarlo, de México a la Patagonia. Así es la realidad de la globalización asimétrica. Derriba fronteras para concentrar nichos, pero el intercambio es desigual. Somos en tanto demanda cautiva. Pocas veces nos reconocemos en el espejo de las imágenes trasnacionales.
¿Quién tiene la culpa? Es sencillo limpiarse las manos y responsabilizar al imperio. La pregunta exige un respuesta consensuada y reflexiva, exenta de apasionamientos trasnochados de apocalípticos versus integrados. Mientras pensamos en una salida digna al problema, toca escoger la alternativa menos estereotipada del bloque de la semana, del mes, del día.
Volviendo a la incomodidad del avión, pulsamos el botón de play sobre «Stoker», el debut del genio asiático de «Old Boy» en el país de Nicole Kidman, cuyo semblante de mujer fatal protagoniza las acciones. Información de interés. Al sol de hoy, el vehículo para el lucimiento de la estrella femenina, brilla por su ausencia en Venezuela.
Entonces vale la pena disfrutarla en su versión mutilada, del tamaño de una caja de cereal. Los primeros minutos son un recital de poesía y ejercicio de estilo por cortesía de uno de los monstruos de la última ola de Corea del Sur.
Las promesas cogen cuerpo de homenaje retorcido y personal al terror psicológico de antes, a merced de una lolita cazadora, un tío esquizofrénico y una viuda misteriosa.
El final arruina los aciertos formales del inicio. El director falla en el experimento de adaptar sus triángulos de venganza al contexto de una familia disfuncional de serie de televisión. La pérdida de identidad tampoco es garantía de un buen aterrizaje.

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