40 microcuentos

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Era el país más feliz del mundo. Lo tenían drogado.

Llevaba años guardándole reproches y reclamos. Cuando por fin la vio de nuevo, no se atrevió a entregarle ninguno.

En la fiesta de reencuentro con sus compañeros de escuela, todos presumían su humildad. Él, que había visto lo lejos que podía llevarlo su ego, se esmeraba en ser insoportable.

El gato husmeó en el teléfono de su dueño. Entró a su perfil de Instagram. Vio todas esas fotos, y pensó: ¡este muchacho si es marico!

La mujer quería pelear. Él no tuvo forma de salvarse.

Confundió a un pitufo con el viagra, y en vez de cogérsela se pasó toda la noche haciéndole cariñitos a su mujer.

Luego de morir por quinta vez, el gato le dijo a San Pedro que se quedara con las vidas restantes y lo dejara descansar.

Le prestó mucha atención a su rutina, sólo así podría ignorarla con propiedad.

Se paseó por sus perfiles de redes sociales. Vio todas sus fotos. Leyó todas sus publicaciones. Hizo un mapa mental y se recostó en la cama para recorrerlo, pero nunca llegó a conocerla.

Supo que la había perdido y se encerró en su casa a escribir, para encontrarla de nuevo.

Fue roquero en su adolescencia, ahora atiende en el escritorio del Seniat con desdén y altanería. Es su forma de vengarse contra quienes crecimos primero.

Pasaba las noches en vela, imaginando sus noches.

Él fue un caballero: se guardó todo el dolor para sí mismo.

Luego de perderla, trató de encontrarse.

-¿No ves que te está chuleando?
-Sí, lo veo. ¿Y?
-¿Perdón?
-Algunos enamoran. Yo compro. ¿Cuál es el problema?
-…

La suerte estaba echada. Ella fue a despertarla.

Escuchó una horrenda canción de moda, pero no se indignó. Ya había madurado.

Dejó de pensarla. Comenzó a escribirla.

Augusto Monterroso no escribió un cuento sobre un dinosaurio, pero nadie pareció notarlo.

Es curioso: en el país par sólo se permitían dos mantequillas por persona, dos papeles por persona, dos leches por persona o dos aceites por persona, pero no se permitía ninguna persona.

Se afeitó con buen ánimo. Salió a trabajar feliz. Era lunes. Había Cola. Había marchas. Su novia lo había dejado. Estaban por despedirlo del trabajo. Llevaba una mini-uzi en la maleta del carro.

Él dijo que iba al baño a hacer pupú. Pero mintió. Sólo iba a expulsarlo. La mierda había estado haciéndose en sus intestinos desde hacía un par de horas.

Le rogó que no lo dejara, pero ella no era santa ni sacerdotisa. Así que se fue.

Sancochado por el calor del desierto, Jesús comenzó a sudar y deseó que el diablo, en su próxima tentación, le ofreciera algo más refrescante que la promesa de una mujer.

No es cierto que nunca le dijera que le gustaba. Siempre lo hacía. La piropeaba, le expresaba su deseo, la morboseaba. Luego le decía a su amiga que estaba bromeando.

El albañil le silbó a la mujer. Ella se volteó y subió al andamio, le agarró el güevo por encima del pantalón y le pidió que fueran a un hotel.

Al finalizar la última cena, el mesonero le entregó la cuenta a Jesús. Judas la interceptó y dijo muy canchero: Yo pago, hoy cobro un dinerito extra.

-No creo que sea buena idea.
-Yo tampoco.
-Bueno, hagámoslo.

La memoria de Ricardo estaba llena de amores imposibles. Cuando Luisa llegó a ella, Iba a buscarle un lugar distinto; pero estaba tan dolido que la dejó ahí, hacinada con las demás.

Después de todo había cumplido su sueño de ser actriz, pensó en el camerino, justo antes de salir al set. Se ajustó la falda azul y se chequeó el maquillaje frente al espejo. Le dio una señal al director, estaba lista para la escena. Siempre soñó con interpretar a Eurípides y a Madame Bovary; luego se hubiese conformado con ser Leonela, o al menos Marimar. Pero ahora era la niña y debía llegar del colegio y ponerse en cuatro paticas frente al obrero que trabajaba en su casa.

Un día le vio un mordisco en el cuello, y supo que nunca la tuvo.

-All you need is love.
-All you need is ron.
-All you need is both.

Ni siquiera le gustaba, pero estaba borracha, desnuda y echada en su cama, con las piernas y la voluntad abierta. Se le lanzó encima cuando vio que el recuerdo de ella también estaba ahí, en una esquina del cuarto.

Para lenguaeniple

Escribe una novela distópica. Que sea larga, aburrida y repetitiva. También muy mediocre y cuyo final sea patético, ordenó el editor. El joven autor se sentó frente a la página en blanco, y escribió: V E N E Z U E L A

Fue a la playa solo. Se echó en la arena y observó los culos atravesados por hilos dentales. Supo que ni penetrándolos todos alcanzaría un poco de sosiego. Vio el mar, y tampoco. Se regresó a Caracas.

Se la quitó a su mejor amigo solo para herirla. Bueno, y también para escribirle una canción. ¡Qué hijo de puta fue ese gran guitarrista!

Se compró una caminadora para poder levantarse todas las mañanas y correr rumbo a ninguna parte. Fue su forma más valiente de no huir.

El poeta genuflexo logró enamorar a la chica con aquel verso, pero no pudo acostarse con ella. Apenas lo besó, se vino en vómito. El poeta había besado tantos culos que sus besos sabían a mierda.

El artista conceptual se desnuda, se llena todo el cuerpo de manteca vegetal y rueda en el piso de la galería, evocando a un bello caracol.

Truco de magia: en este microcuento hay alguien escondido. Si lees con atención la próxima línea, lo verás. ¿Lo viste? Es un escritor pretencioso.

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