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La Cantante Sigue Calva

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Cuando se habla de producción musical en este país, se piensa en eruditos sociales, pulpos del networking entrenados para conocer a la persona indicada en el momento preciso, pero también se piensa en vampiros chupasangre que extinguen la individualidad y originalidad del talento. Se imagina uno que ellos son los que se ‘roban’ los créditos del trabajo y bajo astuta corruptela, se quedan con la mejor tajada del pastel. Grandísimo error. A continuación, mi historia corta, de la vida real, como productor.
A primera vista, es un cantante como muchos que abundan en este país. Cuando lo escuché, creía que tenía talento, sólo que -como muchos- no había tenido los medios para surgir, masificarse, «llegar», como se dice. Así que le propuse ayudarlo. Como tengo un trabajo regular de 8-5pm, y sin conocer el negocio de la producción, ni mucho menos el mundillo underground, me puse a la orden para asistirlo inicialmente en los posts de su página web, y pensar en maneras de mercadearlo como producto. En este punto no hablamos de costos. Primer error.
Al principio, se inició un «préstamo» para pagar el hosting y el dominio del sitio web. Es tu responsabilidad, pensé. Y me hice cargo. Luego, año siguiente, solicitó el mismo «préstamo», y de igual manera, lo pagué de mi bolsillo, confiando en que en el momento indicado, sería al menos agradecido por el gesto. Segundo error.
Por último, me pidió apoyo para traducir un texto a enviar a un festival internacional, para concursar por un puesto. La inscripción tenía un precio en dólares. Y sí, lo hice. Lo pagué con mi diminuto y preciado cupo. Pero resulta que la inscripción permitía optar al talento en otros festivales. Dichos festivales tenían inscripciones independientes -también en dólares- y sí, lo volví a hacer. Volví a pagárselas. Algún día será famoso, pensé. Y ahí sí veremos «llover café en el campo».
Pero este tercer error fue el más caro de todos. Lo eligieron en uno de los festivales, y decidí pagarle el pasaje y la estadía. Obtuvo su primera gira en norteamérica, y su primera entrevista con una periodista del «imperio». Compró equipos, Ipads y se le olvidó lo mucho que le costó al «productor» conseguir ese dinero con un «fiao» que todavía está pagando. Pero resulta que el «productor» no es el responsable de llevarlo, sino sus quince años de vida artística. Resulta que está acostumbrado a que las cosas salgan porque «alguien las hará», y yo, en mi absoluta ignorancia, debía dar gracias por trabajar con un cantante que ‘vocalizaba mentalmente’.
Nunca le dije que tengo más de diez años de experiencia en el mundo musical coral, y he trabajado con grandes directores y montajes musicales. No soy un completo ignorante, pero a veces es mejor parecerlo, para descubrir a los mentirosos. Y me di cuenta de que mi talento no era talento, en realidad, y que el talento que tenía, aunque suficiente, se diluía con la soberbia y el desagradecimiento. Entendí por qué tiene más de quince años en una tarima a poca luz. Pero lo más decepcionante, es aceptar que tendrá quince años más en la misma situación.
En una relación, si solo uno se beneficia, la fecha de vencimiento es corta. Esa es la lección -creo yo- número uno del negocio de la producción, y que me tocó aprender por las malas. Por eso, los productores no solo deben, tienen que llevarse la mejor tajada: son los que arriesgan dinero. Ellos son los que invierten en un ser humano como producto. Un talento es mucho más que virtuosismo; también es humildad y agradecimiento. «Cuando el zapato calza, la gente se olvida del pie», dicen por ahí. Pero si el talento está derramado en un ser mezquino, no sólo perderás tu dinero, sino también el respeto entre tus colegas, por permitirte apoyar a un talento que no valora lo que haces.
Aún y cuando doy por perdida mi inversión -diez mil bolos y mil verdes aproximadamente- no pierdo la esperanza. Creo fervientemente que, quienes puedan, deben apoyar a sus talentos locales a que surjan. La vida, y ellos mismos, se encargarán de demostrar quién tiene el alma de superestrella y quién se debe quedar cantando para sus familiares. Mientras tanto, la Cantante, como en la ópera, sigue calva, de tanto gritar un absurdo.

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