No pudimos salir de la casa en un par de días, mientras se aclaraba el panorama. La incertidumbre nos embargaba, ya que el recuerdo del sacudón estaba todavía muy fresco en nuestra memoria y temimos una repetición. Por fortuna, esta vez salimos con bien: la tienda no sufrió ningún daño, ya que no hubo conatos de saqueo por esa zona en particular. No pasó de ser un gran susto, en apariencia, y pronto pudimos volver a una relativa normalidad. Aurora sin embargo andaba nerviosa, y cualquier ruido la sobresaltaba.Ya estaba en condiciones de entender más, y la sensación de peligro estaba latente todo el tiempo. A pesar de que conversábamos largo tiempo con ella, tratando de tranquilizarla, en su pequeño entorno social formado por los compañeros de clase se comentaban y amplificaban los sucesos. Los juegos infantiles se veían perturbados por esas conversaciones, y eso tenía impacto negativo sobre la psiquis de la niña. Tuvimos que extremar nuestros cuidados, y variar un poco la rutina: ya no nos íbamos juntos a la casa cuando tocaba la hora de cierre de la tienda, sino que Helga la recogía a la salida del colegio y se iba directo en la Range, mientras yo lo hacía después en el Bel Air junto con Byron, que ya se estaba acercando a la ancianidad pero todavía era buena compañía. Después de todo había sido una buena idea no deshacerme del vetusto vehículo, que estaba destinado a acompañarme en los momentos más significativos de mi vida.
Ese no sería el único intento de golpe de estado de ese año, sin embargo. Después del de febrero, en el cual se le dio tribuna televisiva al líder de la rebelión (de una manera bastante torpe, como lo demostrarían los acontecimientos posteriores) en noviembre hubo otro levantamiento, del mismo signo que el primero. Era evidente que las fuerzas armadas habían sido infiltradas.
Ya nos habíamos acostumbrado a mantenernos alerta, y esta vez no nos agarró tan de sorpresa el evento. Se estaba esperando una repetición, ya que el gobierno daba cada vez mayores señales de debilidad. Esta segunda intentona tuvo carácter mediático: los golpistas tomaron la estación televisiva del estado, de manera cruenta, y a sangre y fuego lograron salir al aire, buscando soliviantar a la población para que se sumara a la rebelión, tomando las calles. Esa invitación sin embargo cayó en saco roto, y no logró su objetivo. Los habitantes de la capital se pusieron a buen resguardo, y observaron los acontecimientos desde sus hogares. Se desarrolló una pequeña batalla aérea, ya que algunos de los alzados pertenecían a la Aviación, y los capitalinos tuvieron el discutible privilegio de asistir a unas persecuciones entre aeronaves justo sobre sus cabezas.
En algún momento de la jornada un ruido indescriptible retumbó en el valle. Yo tomé a Aurora en brazos y junto con Helga nos encerramos en uno de los baños, que era la pieza más protegida de la casa, puesto que en un primer momento pensamos que se trataba de un bombardeo. Cómo es lógico pensar, los gritos y los llantos no faltaron: veíamos venirnos el mundo abajo. Luego supimos que había sido la estúpida ocurrencia de uno de los alzados, quien rompió la barrera del sonido justo encima de la ciudad, provocando aquel aterrador estruendo.
Las fuerzas leales al gobierno pudieron volver a sofocar el alzamiento. Los conjurados principales tomaron un avión y se refugiaron en el exterior. Sin embargo el daño estaba hecho. La semilla de la insurrección había prendido en suelo fértil, en una población que compró la idea de la necesidad de un cambio.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Helga me encaró muy duramente, y tuvimos una conversación definitiva.
-Tomás, tenemos que hablar. Esto ya ha llegado demasiado lejos. No me importa por mí, sino por la niña. En sus siete años no ha vivido sino en un sobresalto constante. Y no quiero eso para ella.
-¿Y qué pretendes, separarla de mí?
-Claro que no, tonto. Quiero que nos vayamos todos del país.
-Sabes que no puedo hacer eso.
-¿No puedes o no quieres?
Esa era la pregunta crucial. En el fondo Helga tenía razón: no había nada que me imposibilitara la partida, salvo mis miedos y mis comodidades. No supe responderle de inmediato, y titubeé antes de contestar.
-Es complicado…
-Lo será para ti, yo ya tengo mi decisión tomada. Por favor, si todavía me quieres no me hagas hacer algo en contra de mi voluntad. Este país se está volviendo invivible, y tú lo sabes bien. Me he carteado con mi padre, y estaría más que feliz de tenernos allá. Él nos ayudaría a comenzar algún negocio, tiene muchas amistades influyentes.
-¿Ah, estabas obrando a mis espaldas? ¿Por qué nunca me habías mencionado eso?
-Porque no había encontrado el momento propicio, y le estaba dando largas al asunto. Tenía la esperanza de que todo se tranquilizara, pero ya es obvio que no va a ser así. Esto va de mal en peor, y si no nos vamos ahora perderemos todo lo que tenemos, incluso la vida.
-No seas dramática, por favor.
-¿Dramática? No lo soy, más bien tú pareces inconsciente. ¿No te das cuenta de lo que viene?
-Todavía es muy temprano para preveerlo, la verdad. Ya el gobierno tomó control de la situación, verás como todo va a mejorar…- fue mi débil defensa, era evidente que ella tenía la razón pero yo no quería ceder tan rápido.
-Vamos a hacer algo: mañana mismo comienzo los trámites para sacarle la nacionalidad y el pasaporte a Aurora. Si, como dices tú, las cosas se componen, entonces no ha pasado nada y nos quedamos. Pero si esto sigue así, ella y yo nos vamos, y si tú tienes el menor sentido común nos vas a acompañar.
Ese ultimatum me puso de un humor terrible, aunque en el fondo supiera que la actitud de Helga era razonable. Ella estaba velando por el bienestar y el porvenir de la niña. Sin embargo no quería dar mi brazo a torcer, por lo menos no sin luchar un poco.