A 14 años de panfletonegro sólo queda algo que admitir: no somos los más arrechos, ni los más subversivos, ni los más irreverentes, ni los más críticos, ni los más nada.
En tiempos de redes sociales es absurdo que una página se proclame con el monopolio de la crítica, especialmente cuando la irreverencia y el cinismo son el lenguaje cool de nuestro tiempo. La “irreverencia” fue cooptada y estandarizada, domesticada y convertida en el lenguaje dominante. Incluso, es probable que ante cualquier comentario zanahoria que hagas por ahí, te caiga la horda de los policías de la irreverencia a insultarte. Y es que ahora son los cínicos los que ponen cara de oh my god ante cualquier comentario ajeno, incluso aunque sea una tochada dicha sin ninguna intención. Vivimos en la era de las monjitas de la posmodernidad, las doñas del lenguaje sagaz, los pures del comentario ingenioso. ¡Ay de ti si te atreves a contrariarlos! Prepárate para sentir el peso de un montón de moralistas de segunda que, para colmo de males, se creen de avanzada.
Éramos arrechos antes, cuando le alborotábamos el peinado a las doñas del cafetal de la cultura caraqueña. De eso, hoy se encargan otros, y lo hacen mucho mejor que nosotros. Tampoco somos una banda de enfant terribles que van por ahí destruyendo al mundo.
Los que fundaron esta página ya están llegando a los cuarenta años, están casados/divorciados/con hijos. Y ni crean que se arrepienten o avergüenzan de ello, mientras contemplan con nostalgia sus fotos juveniles. ¡Para nada!
Los que llegamos después, estamos pisando los treinta y andamos más pendientes de nuestros desaciertos amorosos, o de estabilizarnos profesional/económicamente, que de cambiar al mundo con nuestras agudas observaciones. La ironía se nos agota, el cinismo ya no necesariamente es un refugio, ya no tenemos muchas ganas de pintarle palomas a las cámaras fotográficas y todo va adquiriendo una velocidad distinta, más apacible (burguesa, dirá el izquierdista trasnochado). Trabajamos, sobrevivimos y tratamos de vivir en un mundo cada vez más incierto, en un país que se nos borró hace mucho, con miles de dudas encima y alejados de aquella arrogancia autosuficiente que en algún momento nos llevó a pensar que descubrir la contradicción de algún tótem impuesto por nuestros padres era algo similar a haber encontrado la verdad y saber cómo era realmente el mundo.
Creo que todo se resume en algo que me pasó hace poco, cuando se cumplía un aniversario más del suicidio de Kurt Cobain y estaba en mi casa bebiendo con una amiga. Escuchando los discos de Nirvana admití, sin mucho problema además, que no eran tan buenos; tuve una de esas revelaciones horribles, y esto ya me lo había advertido el ex-editor de esta página: ese pana no sabía un coño de la vida, era sólo un carajito malcriado que se suicidó por idioteces; debieron matarlo por estúpido y güevón, o debieron secuestrarlo y sodomizarlo un rato para que supiera lo que es tener problemas de verdad. Incluso: ¡qué bueno que se murió y le abrió paso a Foo Fighters y a Dave Grohl, un músico mucho más talentoso que él! (por cierto, entre estos días volví a ver Requiem for a Dream, y mientras la veía me preguntaba cómo es que ese videoclip moralista se convirtió en un film referencial para nuestra generación).
Escribo esto mientras tomo un café y escucho Un viaje, el magistral disco en vivo de los cafetas. No me inyecto heroína mientras pienso en la muerte, ya no suelo empericarme y últimamente los porros disminuyen cada vez más. ¿Y saben algo? Es lo mismo con todos los autores de la página que conozco. Entre mis planes futuros no está el suicidio ni la autodestrucción, sino echarme unos cuantos viajecitos, muchos polvos arrechos, enamorarme, escribir mucho… Estoy convencido que ese mito barato de la autodestrucción que nos sembraron a nosotros, los que llegamos un poquito después de la generación X, y cuya estrella de rock más rutilante fue, ¡qué bolas!, Fred Durst, nos convirtió en idiotas cuya verdadera representación no es Cobain o cualquier otro niñato de esos, sino Mauser y Pirulo, esa acertada versión del joven perdedor venezolano que duró un escaso tiempo en las pantallas de RCTV.
Ahora hay una camada de nuevos autores en panfletonegro, con los bananeros a la cabeza, que pueden ponernos en aprietos con sus argumentaciones, cuyas ironías nos causan a nosotros tal vez lo mismo que le causábamos a quienes en 2006 nos leían a escondidas en las oficinas de un organismo burocrático cultural de nuestro petro-estado populista (es en serio, me lo confesó una vez alguien que trabajó allí). Hemos visto con alegría (al menos yo) que unos carajitos con ganas de entender mejor todo este peo de país que (¿les?) heredamos, han hecho de panfletonegro su casa. ¡Bienvenidos! esta página merece estar en manos de gente que tenga esa arrechera vital quemándole las manos todos los días, eso es lo que siempre fue y lo que debe seguir siendo este espacio.
Finalmente, ¿es este otro de esos pedantes artículos de panfletonegro que anuncia la muerte de panfletonegro para restregarnos en la cara que hasta ellos mismos se critican? ¡Pues claro que sí! Pero también no. Es, básicamente, la pausa necesaria que se hace cuando se cumple un año. Y, sobre todo, es un llamado sin pretensiones a que sigan escribiendo en esta, su casa. Panfletonegro seguirá en línea no porque sea un espacio para la crítica, o porque vayamos a destruir al stablishment (whatever that shit means), sino porque seguimos publicando lo que otros no publican, seguimos siendo el espacio de esos que, aunque después sientan vergüenza de haber escrito aquí, tienen aquí un lugar que no tienen en otra parte.
Así que sigan escribiendo, esta página es de ustedes. Sean sus propios editores y digan lo que sea, al final, sus palabras no valdrán nada, como seguro no valen mucho las miles que he escrito aquí durante más de siete años
Felices catorce años. Nos vemos el viernes.
PD: este artículo se lee mejor si esto suena de fondo.