Esta publicación es mi comentario extendido al post https://www.panfletonegro.com/v/2013/07/17/el-nuevo-modelo-economico-del-licenciado/
Yo también ando en una de «emprendimiento» y aunque apoyo la idea de fondo quiero colear este fragmento de una novela en curso:
23 de octubre de 2009
Hace cuatro viernes que vengo a almorzar a La Granja. Con mis nuevas comisiones del instituto me alcanza para darme estos lujos, además pude reconectar el cable y la Internet en la casa de mi mamá y la semana pasada me quedé para ver una película en el cine. Incluso me alcanza para invitar a alguien más, lamentablemente Claudia está en España y Belén no me contesta ni los mensajes de texto. Debería invitar a mi mamá, a lo mejor así se le borra cara de angustia de verme cada día consumir lo que me queda de juventud en un trabajito sin futuro. “Seguro esta semana aparece algo bueno.” Suele decirme en las mañanas mientras prepara el café.
Cuando llego a La Granja procuro ubicarme en la misma mesa en la que vi a Claudia por última vez. En realidad, la verdadera última vez fue en la casa de sus padres, en agosto. Pero es una de esas ocasiones que uno prefiere arrojar a la curva del olvido: todavía siento la quemadura de tercer grado en el corazón cuando saludé a Claudia y por un arco reflejo casi le beso en la boca, ella lo esquivó como un peso mosca y luego me dijo: “¿Cómo está tu mamá? Me la saludas, puedes sentarte donde quieras.” Después se mantuvo a unos prudentes dos metros de distancia. Luego llegaron sus amigos y la rodearon para decirle lo bien que le iba a salir todo y que le echara piernas y consiguiera una buena pasantía y siempre apuntando con todas sus fuerzas a quedarse allá, porque volver ni de vaina, y que si se ponía nostálgica que leyera las noticias por Internet para que se le quitara y que extrañar a la familia se entiende, pero debía enfocarse en hacer su propia familia y lo de los amigos es pura paja, para eso está el Facebook. Y las risas forzadas y los brindis que se repiten a cada rato y la música cada vez con mayor volumen, lo cual hace la celebración de lo más deprimente, no sé si es porque verdaderamente extrañaremos a Claudia o porque no podemos irnos con ella. Yo era del segundo grupo.
Por otro lado está lo que hice tratando de aliviar esa quemada con alcohol. Luego de beberme unas quince Solera verde, me subí a un banquito y di un discurso pretendidamente romántico que inicié con el único poema de Neruda que me sé: puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero cambié escribir por decir, así que dije los versos más tristes hasta donde recordé y luego hice un popurrí agregando: porque en la calle codo a codo somos mucho más que dos. Y así seguí hasta que se me salió una lágrima y dije (o grité) “te amo, no te vayas” y alguien se rió y unos carajos comenzaron a cantar: en un puerto italiano. Vive nuestro amigo Marco… y de ahí brincaron a ¡No te vayas mamá! ¡No te olvides de mí! Y todos se rieron a carcajadas y enseguida mi numerito pasó al olvido.
Pero Claudia se dio cuenta que lo decía en serio, logró percibir mi ruego entre el barullo, o así lo quiero recordar. No puedo quedarme sólo con su palmada en el hombro cuando me fui, con la reja que cerró apenas le di espalda, con el hueco que dejó su silueta en el aire cuando me di vuelta y ya no la vi.
Como también lo es venir por quinta vez a esta feria de comida, a comerme dos platos de sushi (el favorito de Claudia y cualquier otro) y decirle a la gente que quiere llevarse las sillas que pueden tomar dos, pero que la tercera está ocupada. Y cuando llevo el segundo roll por la mitad y me siento saturado, caigo en cuenta de mi locura y asumo que Claudia es una página que debo pasar, entonces sale el nombre de Belén a tomar el testigo y su fantasma reemplaza al de Claudia.
Mi papá escuchaba una canción de Silvio Rodríguez en la que le cantaba al fantasma de una mujer. Le pedía agua, café, masajes para la espalda y eso era en los días buenos, porque en los malos no le iba a creer. ¿Y yo qué le puedo pedir al fantasma de Claudia o al de Belén? ¿Qué le puedo pedir a las promesas incumplidas de mi futuro prometedor? Aunque a mis grandes expectativas eso de ser un espectro le queda grande, ellas son más bien zombis; monstruos hambrientos que deambulan por el castillo de mi existencia, dándose cabezazos contra las paredes y cuando tienen la suerte de encontrar algo vivo lo muerden para convertirlo en otro de su especie. Hay algunos tipos con suerte que pueden reemplazar esos delirios con su trabajo, con el alcohol, los deportes, el sexo, algunos hasta pueden buscarse a ellos mismos. Qué dichosos, si yo me encontrara a mí mismo no sabría qué respuestas darme.
“¿Esta silla está ocupada?” Preguntó alguien y yo me volteé para soltarle con todo desprecio que sí estaba ocupada, pero al virarme me encontré al sonriente de Roque. “¡Epale! No vale, siéntate.” “¿Cómo está todo, chamín?” Chamín, me dijo y él apenas me lleva un par de años. Le conté lo de mi nueva carrera docente, del sueldo miserable, de cómo también la cagué en ese trabajito porque me enredé con una alumna, de la partida de Claudia, que aún vivo en casa de mi mamá. Pero todo estaba mejorando porque ahora estoy en la administración a cargo de las compras y los proveedores me sobornan sin pedírselos y ahora cada viernes puedo comer en La Granja. “¿Y a ti cómo te va en Global Tools”? “Renuncié, chamín.” “¿Y esa vaina?” “Bueno, esa era el proyecto ¿no te acuerdas? Empecé a vender herramientas de la competencia por mi cuenta.” “¿En serio? ¿Pero y cómo?” “Cuando visitaba a un cliente, le ofrecía los productos de Global y si les parecía muy caro, entonces me preguntaban si no tenía otras marcas, preferiblemente chinas. Y uno les salía con el cuento de la calidad y la durabilidad y un taladro Global era como comprar el Mercedes Benz de los rotomartillos, que la vida útil era de diez años y etcétera. Pero los carajos me decían que ellos no querían un aparato para diez años, porque no sabían si el próximo año iban a tener trabajo, querían un taladrito para esa obra nada más, si se quemaba pues compraban otro, pero que fuera barato, eso sí. Y si les salía otro proyecto, pues con el adelanto pagaban las herramientas de ese trabajo. Así que empecé a comprar aparatos chinos y a vendérselos por mi cuenta cuando los de Global no salían. Luego empecé a usar el cupo de los dólares CADIVI para traer vainas desde Panamá y los dólares no me alcanzaban, así que empecé a comprar cupos de viajeros para poder seguir comprando y así apareció un segundo negocio: comprar y vender dólares. Y manejando las dos vainas empecé a ganar el doble que en Global y con un tercio de la responsabilidad, sin presiones, sin metas qué cumplir, ni cuentas que presentar, así que renuncié. Registré mi empresa y ahora también les compro, pero sólo cuando algún cliente me lo pide. Eso de registrar la empresa no estuvo fácil, pero como ya tenía algo ahorrado me bajé de la mula en el registro mercantil y me dieron los documentos de mi empresa, que en realidad es un ejército de un solo hombre. Estaba pensando para el año que viene alquilar un localcito. De repente puedo darte chamba ahí si la cosa de las clases no te gusta.”
«Gracias. Cuando lo tengas listo lo hablamos, aunque yo espero de aquí al otro año ya estar trabajando en lo mío. Soy ingeniero y me desvié de la ingeniería a las ventas porque se suponía que el billete estaba ahí y me fue de la patada. Yo quiero es ejercer mi carrera. Me gustaría trabajar en proyectos.”
“¿Y para ganar cuánto? ¿Y en dónde vas a trabajar de ingeniero? Abre los ojos, chamín: en donde sea que trabajes nunca, pero nunca vas a ejercer la ingeniería en Venezuela. Si eso es lo que te parte el culo tienes que irte a un país que diseñe vainas, puentes arrechos, represas, que mande cohetes a Marte. ¿Tú no ves Discovery Channel? Ayer vi uno tipos que diseñan y construyen prótesis que se conectan al sistema nervioso. Tengo unos panas que hicieron posgrado en Europa y se quedaron allá trabajando con paneles solares. ¿Qué hace un ingeniero aquí? Si tiene suerte entra en una de las cuatro plantas ensambladoras para pelear con los obreros y armar unos carros con casi todas las piezas importadas, te sacan la chicha, el sueldo no te alcanza y esperas por el carro que te toca al año para venderlo y redondearte. Aquí no hay verdadera ingeniería, hermano. Si acaso eres un instalador experto, pero hasta ahí. No te comas ese cuento. ¿Tú sabes quiénes sí están claros de cómo se bate el cobre?” Hizo una pausa. “¿Quiénes?” “Los buhoneros. Los tipos no pagan impuestos, no necesitan permisos, ni RIF, el gobierno no los fiscaliza, pero los matraquea, y venden al doble o triple de lo que compran. Yo tengo varios clientes que son buhoneros de herramientas, están en una esquina con una mesa y venden vainas de ferretería. Esa vida no es nada fácil, pero hacia allá vamos todos. ¿Cuántos ingenieros hay manejando un taxi? ¿Cuántos doctores son visitadores médicos? El ingeniero que hace en su casa unos planitos de Autocad para llegar a la quincena no es muy diferente al buhonero de herramientas. Y un día verás al ingeniero con su mesita, en la acera, robando corriente de alguna tanquilla para su computadora y con el letrerito: SE HACE PLANOS. Olvídate de esa paja, salta la talanquera de una vez.”
Me quedé sin palabras, probablemente boquiabierto, algo en mi cara le dijo a Roque que yo no estaba listo para su revelación. En seguida cambió el tema preguntando por mi mamá y luego hablamos de cosas que ya no recuerdo. Nos levantamos, fuimos al estacionamiento, nos dimos un abrazo y nos despedimos. Camino a casa, pensé en lo que me dijo y concluí que él también se había marchado, se había ido a un país que yo no conocía, a uno en el que estaba dispuesto a vivir escapando de las redadas de la policía y del fisco. Roque vivía como un inmigrante ilegal en su propio país, usó los mismos argumentos de Claudia y saltó un charco invisible sin siquiera tomar un avión. Al menos podré verlo seguido y nos salvó a todos de una pavosísima despedida como la de Claudia.
Cuando llegué a la casa le conté todo a mi mamá. Ella no juzgó a Roque, le pareció que hacer tienda propia siempre era lo mejor. “La plata está en la calle, hijo.” Yo pasé el resto de la tarde en la biblioteca de papá y miré sus títulos universitarios: el de licenciado en educación (mención castellano y literatura), dos maestrías, una especialización. Rebusqué entre los estantes y encontré el mío, en su tubo, lo abrí, lo leí y supe que tendría que buscar otra silla para el próximo viernes; a mi vida había llegado un nuevo fantasma.