Venezuela enfrenta una de sus peores encrucijadas.
La popularidad del presidente cae en picada, las cifras de la economía acompañan el deslave institucional, no hay perspectiva de futuro para el país.
La historia luce detenida, estancada y frenada por el poder de un gobierno usurpador e ilegítimo, rechazado por la mayoría de la población.
Sin embargo, la apatía y la resignación impiden el desarrollo de una actitud vigilante y cívica por parte del pueblo, para exigir cambios, como en Brasil y Egipto.
La apolítica es la reina de la temporada, del mes y del año. Los grandes partidos son tan aborrecidos como los liderazgos de la izquierda y la derecha. La gente no cree en las instituciones.
Crece el escepticismo y la desconfianza.
Así hemos sido derrotados por una curiosa trama conspirativa. Un complot del miedo, la represión y el control social a través de los castillos de arena de la sociedad del espectáculo.
Compartiendo la tesis de Morozov, Caracas es presa de una cárcel dispótica diseñada según el esquema de Orwell y Huxley, mitad «1984», mitad «Mundo Feliz».
Por medio de un ferreo sistema de censura, la revolución nos ha robado el derecho a opinar en los canales del estado. Internet se abre como válvula de escape y sirve para clasificar a los disidentes. Twitter y Facebook neutralizan el descontento, mientras distraen a la masa ociosa y desempleada, brindándoles la ilusión de pertenencia y protagonismo.
Junto a ello, la inseguridad es el mejor mecanismo de apaciguamiento colectivo, aterrorizando a la clase media como en una dictadura sureña de secuestrados, desaparecidos, ajusticiados y asesinados con total impunidad.
A la violencia de la mafia del hampa, se le suma ahora la agresión indiscriminada de la Guardia Nacional en la tradición de «dispara primero y averigua después».
Luego se quejan, hipócritamente, de los contenidos explícitos del nuevo video de Famasloop, cuyo retrato de la realidad es sutil ante las iniquidades vistas en la página roja.
Todo es parte de un plan orquestado para tumbarnos la moral y dominarnos a placer. De tal modo, arrojan la carnada del SICAD, como a un campo de concentración de Perros de Pavlov. Ya nos inscribimos en la subasta y esperamos la hora de nuestra suerte, como en la lotería del domingo.
Caracas debe ser sede de «Los Juegos del Hambre».
La inflación se traga nuestro salario, la pobreza cunde. Nadie sabe si llegará vivo a fin de mes, por falta de plata o por caer víctima del hampa seria.
La última ficha del rompecabeza lo constituye la explosión del entretenimiento barato, del circo carente de pan.
La revolución chavista lo aprendió de China y Rusia, infestada por sus consumidores empedernidos de evasión y distracción.
Aquí nadie se va a levantar cuando, a la disposición de un click, puede disfrutar de una película de gratis. Aquí nadie se va a levantar porque la piratería manda y es apoyada tácitamente, pues inhibe a los inadaptados.
La oferta es inmensa en teatro, cine, televisión basura y redes sociales. La revolución no va a venir por youtube o por la web 2.0. Yoany no es popular. Acá lo popular es comprar una entrada para la obra «Orgasmo» de Norkys Batista. Acá lo popular es chismear y revisar pornografía. Acá lo popular es emocionarse por la vuelta de Mayte Delgado, por el concierto de La Vida en el Teresa.
Sáquense de la cabeza la mentalidad utópica y libertaria sobre el venezolano. Hoy el venezolano está programando el viaje de su próximo puente, de las vacaciones de agosto. Si el venezolano fuese un tipo resteado e indignado, ya hubiese echado a Maduro a la calle.
Pero el venezolano de a pie está muy quieto, a pesar de las condiciones adversas.
Ojalá me equivoque. Ojalá el paro universitario sea el éxito monumental que glosan y del que se ufanan sus organizadores.
Ojalá recuperemos la vía democrática.
Ojalá Venezuela se ponga las pilas y reencuentre su brújula.
Ojalá no sea demasiado tarde.