El dolor del ojo purulento me hizo despertar, eran las 6 de la tarde del aquel infeliz domingo, tan ingrato como cualquier otro. Sacando lagañas con mis uñas terrosas fui al baño dispuesto a lavarme, en uno de los tantos intentos diarios por purificar mi cara acnéica-sebosa y en esta ocasión mi ojo virulento, acreedor de una dolorosa pelota de pus situada bajo la carne, esa mierda que la gente se empeña en llamar orzuelo.
Por vueltas del destino y de mis intestinos terminé sentado en la poceta, recién despertado y desorientado sin saber aún cuantas horas había dormido, este momento casi sagrado me llevo como costumbre a ir de un pensamiento a otro sin lógica o racionalidad alguna… ¿por qué esa obsesión de meter mi negro pene en su blanca vagina con aspecto de rana albina? ¿Por qué me sentía tan atraído con la idea de chupar hasta desmembrar sus senos minúsculos e insípidos? Que testarudo soy pensaba en voz alta, ¿por qué todos insisten en la estúpida idea que dice; “el tiempo de dios es perfecto”? ¿Por qué, si la verdad está tan clara, siguen creyéndole al mismo pendejo? ¿Por qué casi todas las mujeres de mi barrio leen a Paulo Coelho? ¿Qué mierda tiene “nossa nossa” que todas las carajitas que lo escuchan menean el culito? ¿Por qué tuvo que salirme un maldito orzuelo en el ojo derecho? ¿Por qué existe el potro álvarez? ¿Para triunfar debo tener el bigote de Pitbull? ¿Por qué todos les molesta el largo de mi barba? ¿Será posible que mi hijo varón salga pelotero? Solo así podré admitir la existencia de dios y lo interpretaré como un castigo divino.
Y mientras mi culo soltaba trozos de mierda de manera intermitente, mi mente seguía vomitando preguntas; ¿por qué las Yuleisis se casan con los Wilkerman y ponen Yonaiker a sus hijos? ¿Cuando muera mis hijos me encerrarán en un ataúd con un sagrado corazón de Jesús estampado en la cara interna de la puertecilla y muchas cruces de alrededor? Bendito sea Onán y su milenaria tradición… ¿existe un mejor lugar que las nubes de su pelo para revolver las drogas con los versos? De existir ese lugar serian sus tetas, jalar perico en esas ricas teta, de lejos, es mejor que desperdiciarlo en su cabeza. ¿La profesora de francés que tanto quesillo me produjo, aún recordará mi acento neutro?
No pasaron 5 minutos cuando el ser conciente y racional que habita mi cabeza ordenaba detener la verborrea sin sentido, ¡a limpiarse el culo! que de seguir pensando a esta hora tendría un criadero de gusanos en el trasero. Aquello fue sencillo; enrollar, pasar, limpiar y tirar, una y otra vez hasta que mi culo, dudosamente limpio y herido gritó “ya!” y fue ahí cuando sentí ese olor a soledad y cartón viejo, dije; ¡Maldición! Comencé a mirar a todos lados, debía estar en alguna hendija, en algún rincón, quizás salió del sifón del baño o del techo por el extractor, ¡maldita cerda! Es probable que tenga rato pululando por el suelo, espiando mis pensamientos con sus antenas marrones, con la mirada escaneaba aquellas cuatros paredes que cercaban mi santuario temporal, el baño. Mi olfato nunca se equivoca cuando de ese hedor se trata, ¡era una cucaracha! y estaba frente a mí, sobre el borde del lavamanos, en posición de vuelo, con las alas extendidas e inmóvil, como perro que huele el miedo de su presa, mostrando sus alas translucidas de color marrón abrillantado, con un reflejo peculiar que las torna rojizas, si las cosas han de llamarse por nombre y apellido entonces debo decir que justo al frente, en mis narices, estaba una periplenta americana con mucha sed de venganza y queriendo cobrar el deceso de todas aquellas camaradas de su raza que fueron víctimas de la guerra química donde yo era un Sadam Hussein y ellas beduinas nómadas de un desierto hecho trinchera.
Los segundos a continuación de aquel entrompe, como diría algún funcionario del cuerpo de investigaciones científicas penales y criminalísticas, fueron de miedo e incertidumbre, sorprendido quedé por lo audaz que había sido mi enemiga, me tenía allí, indefenso, con el culo cagado, con los calzones a la rodilla, era yo el ser mas frágil del universo frente a un enemigo que no iba a tener piedad y que sin duda, de un segundo a otro iba a lanzarse como kamikaze japonés sobre mi cuerpo… impregnando con su asquerosa fetidez mi beata piel, dejándome sucio y traumado con su aleteo errático, ni la soda cáustica podría limpiar trozo de piel alguno que sea tocado por cucarachas.
No tenia tiempo, me urgía encontrar una salida que no me dejara a la altura de una marica que con 26 años grita por fobia a las cucarachas, el rifle de aire estaba lejos en la habitación bajo el catre, la lata de veneno estaba fuera del baño, vaya a saber el demonio donde, la cucaracha tuvo la suficiente inteligencia como para intuir que el ritual escatológico era a su vez mi momento más vulnerable ¡que hija de puta tan calculadora! Ella creyó haberlo planificado todo, pero no contó con mi espíritu guerrero, descendiente de indios tan sanguinarios como flojos y macilentos, piel morena playa sol y palmera que no se rinden a pesar de tener el tapa rabo en el suelo y la mierda colgada del esfínter.
Lo que pasó después dista mucho de ser una lección de autoayuda o superación personal. La única arma que tenía a mano era mi pene, flácido y reprimido en medio de aquella selva púbica, lo tome entre mis manos y sacudiéndolo me encomendé a Onán Urra, celebre pajero bíblico que es nombrado en el Génesis, comencé a pensar en Kim Kardashian teniendo sexo con un negro de mierda, pensé en el video porno de Katy Perry que aun no ha salido, pensé en Pitbull diciendo “i know you want meh” arrecostandole el paquete al ano húmedo de Jeilo mientras un Marantoni los espía desde un agujero, pensé en mis vecinas bailando nossa nossa, en las mujeres de mi barrio que de día leen paulo coelho y de noche son perreadas por sujetos que conducen toyotas, pensé en el buen corazón y ricos labios que tuvo la putica del pueblo cuando no dudó en mamármelo detrás de la iglesia, pensé en una pasmosa cantidad de videos cortos almacenados en youporn, poringa, efukt y brazzers cuya única manera de cuantificar es a través de su medición en terabyte, mi cerebro colapsó, estuve a punto de convulsionar. Mi pobre pene, lacerado por la fuerza de fricción ejercida a través de aquella paja quántica, terminó eyaculando chorros de semen cuya fuerza y cantidad sirvieron para reprimir aquella cucaracha alzada en rebelión. Ambos terminamos abatidos, la periplenta ahogada en una sopa de semen tóxico al fondo del lavamanos, y yo, pagando un alto costo por el triunfo, tirado en el suelo con fuertes espasmos.
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