Bolívar es una imagen difusa e intermitente en el cine venezolano. Usted busca información sobre el tema en la web y no la consigue. Debemos agradecer a Ricardo Tirado el hecho de publicar su libro, “Memorias y Notas del Cine Venezolano”, donde encontramos las primeras referencias autóctonas de un género biográfico dedicado a glorificar las hazañas del libertador de la patria.
De tal modo, cabe citar el film “Simón Bolívar” de 1940, dirigido por Miguel Contreras Torres bajo un sistema de coproducción entre México y Venezuela.
Al respecto, el crítico Alberto Posse Rivas describe, en tono profético, uno los lastres del largometraje, desarrollado por la posterior obra centrada en el mito: “es una figura descolorida y amorfa. Un Bolívar así, hubiera sido incapaz de emancipar un continente: apenas pasaría a ser alcalde de San Mateo. Esa producción destinada a glorificarle, no pasa de ser una mera película educativa para alumnos de escuelas primarias. Son páginas ilustradas arrancadas de un libro de Historia elemental”.
Así fue la concepción del personaje durante mucho tiempo. Ello sentaría las bases futuras del entendimiento audiovisual de la leyenda, del prócer de la nación, despojándolo de cualquier defecto para erigirlo en un panteón mediático, cuya aura se limpiaba con el objetivo de transferir su magnetismo político y económico a los encargados de ensalzarle.
Es el mismo proceso analizado por Pino Iturrieta, Carrera Damas y Straka en sus estudios del tema.
Gobierno y empresa privada suman voluntades a objeto de darse un baño de legitimidad, al venderse como los defensores del legado del héroe, a la espera de rentabilizar y explotar el patrimonio ajeno, heredado del hombre ilustre del pasado.
Desde su muerte, casi todos los presidentes, sin excepción, fundamentaron sus cimientos en la identificación personal con el caudillo de marras.
En tal sentido, Hugo Chávez triplica la fórmula, la convierte en moneda corriente y la instrumentaliza a la forma del dueño de un espectáculo de momias reveladas. Es así como surgen los proyectos de llevarlo a la pantalla grande, para complacer sus designios y los de su partido.
Verbigracia, el asunto coincide con la apertura de su tumba, la ampliación del panteón nacional y el maquillaje kistch de su retrato en 3D.
Antes de avanzar, debemos reparar en algunos casos emblemáticos.
En 1969, el italiano Alessandro Blasetti estrena el mamotreto “La epopeya de Bolívar”, interpretada por Maximilian Schell. También supuso una coproducción, pero entre España, Italia y Venezuela.
La incipiente democracia venezolana quería darse un barniz de cultura, confiando en manos extranjeras la calidad del producto. Sin embargo, a nadie convenció el Bolívar de Maximilian Schell.
Sí gusto, en cambio, la música compuesta por Aldemaro Romero para la ocasión. Único detalle rescatable de un panfleto infumable, anticuado y con fecha de caducidad vencida.
Bolívar conoce la modernidad en el cine gracias a Diego Rísquez, quien decide bajarlo del pedestal en una “Sinfonía Tropical” de imágenes y colores experimentales.
El resultado todavía fascina y encanta a los entendidos.
En un país acostumbrado a la dieta de la televisión masticada, un realizador escogía el camino de la vanguardia, de la expresión alternativa con escasos recursos. Por ello, la película sigue siendo un hito en nuestra iconografía.
A propósito, los invito a leer la reseña de la Universidad de Berlín: “Bolívar, Sinfonía Tropical renuncia al diálogo y presenta imágenes amenizadas con música: representaciones abstractas de algunas etapas de la vida y obra de Simón Bolívar; recreaciones de cuadros famosos de la pintura venezolana, escenas de sueños febriles difíciles de interpretar. Diego Rísquez se lanza a la apuesta de mostrar un lado no tematizado de Bolívar y del movimiento independentista: el lado inconsciente de la creación de la figura heroica. El inusual formato de producción Súper 8, las imágenes surrealistas y la música sicodélica caracterizan a esta cinta de poética única”.
Luego, el propio Diego propone una versión más erotizada y menos encorsetada del ídolo en “Manuela Saenz”. La amante de Bolívar cobra el protagonismo y Mariano Álvarez funge de caballero respetable, de noble blanco doblegado por el amor loco hacia la mujer en una suerte de laberinto de pasión, al gusto novelero de Leonardo Padrón.
En cualquier caso, interesante la idea de deconstruirlo a través de su debilidad por el sexo opuesto.
Diego le pone punto final a su revisión iconoclasta de Bolívar en “Miranda”, donde Simón entrega a Francisco a las autoridades coloniales, condenándolo al exilio.
En una secuencia desacralizadora, el autor exhibe la consumación de un crimen de estado, de una traición. Para Diego, Bolívar fue el Judas de Miranda y no al revés. De no morir en La Carraca, la historia hubiese sido otra, nos asoma el creador. De allí procede uno de los gérmenes de la enfermedad de “quítate tu para ponerme yo”. Es el tobo de cangrejos, vislumbrado por Fedosy Santaella para referirse a la conducta venezolana de impedir el éxito de los demás.
Cierro entonces, para no ser un factor de perturbación, con una nota positiva y una negativa.
Le deseo lo mejor a las dos películas sobre Bolívar en curso, la de Lamata y la de Arvelo.
Ojalá derroten el escepticismo general y le brinden al público una oportunidad de reencontrarse con páginas inéditas de la historia del prócer. No es mala la idea de conocer ángulos diversos de una misma figura. Sucede, a cada rato, en Hollywood, Asia y Europa. Venezuela no debe ser la excepción.
En paralelo, sospechamos por dónde vienen los tiros. Sería terrible otro par de trajes a la medida, manufacturados para continuar alimentado el ego de los bolivarianos en ejercicio.
La austeridad no parece ser uno de los atributos de ambas propuestas.
Muchos millones se invirtieron en reconstruir la gesta épica de Bolívar por efecto duplicado.
Veremos si valió la pena el esfuerzo titánico en una época de crisis.
Los críticos nos mantendremos a la expectativa.
La cautela es importante, cuando se habla de Bolívar. Ya en el pasado reciente, nos engañaron con la estafa de “Bolívar, The Liberator”. Hoy al menos, contamos con el estreno de las dos películas prometidas.
Sea como sea, el reto es grande, quizás enorme, considerando la nula o escasa repercusión de Bolívar en el cine. Al margen de casos aislados, Simón es una materia pendiente.
Sueño en el futuro con una película posmoderna y desmelenada del personaje, como un musical, una de terror o una parodia.
Requerimos de una comedia como “Bolívar, Soy Yo”, en vez de una nueva entrega de un libro de texto.
Solo así comprenderemos los matices del mártir de la república, demasiado encumbrado y alejado de la vida de los hombres de a pie.
Si existe la maldición del Quijote en el cine, la de Bolívar es su equivalente en Venezuela. ¿Lograremos conjurarla?