El día de hoy, Sergio Monsalve subió un breve post en su Facebook (que él ha convertido en un espacio para la crítica y las noticias cinematográficas), comentando, a su vez, un artículo de Diego Lerer sobre la muerte de la crítica cinematográfica argentina. En su post Sergio, además de suscribir el artículo en cuestión, se preguntaba qué había pasado con la crítica de cine en Venezuela. Y, sobre todo, qué ocurre con la generación de relevo. Escribo estas notas para tratar de esbozar(me) una respuesta.
Yo fui un entusiasta de las redes sociales en cuanto a su aporte a la crítica, pero ya no lo soy tanto. Especialmente por una razón: la división de la frontera entre lo público y lo privado. No sé si te has dado cuenta, Sergio, pero el feedback de los medios 2.0 ha sido, al menos tal como yo lo veo, negativo para la crítica.
Me explico: antes los críticos escribían para un periódico o revista. Recibían respuesta de los lectores, sí, pero en ningún caso era una respuesta inmediata o abrumadora. Ahora es al contrario, una nota que pongas en blog, Twitter, Facebook, etc. será respondida casi de inmediato. Y, además, queda indexada y archivada. Con esas notas te vas creando un estilo, vas desarrollando una voz y vas ganando lectores. Esos lectores se convierten en tu público, y actúan y funcionan como tu público. Igualito a como lo hace el público de una saga como, digamos, Twilight.
¿Qué ocurre entonces? Que la crítica empieza a ser escrita con criterios de mercadeo. Si ya te has creado la reputación de que eres un crítico al que no le gustan los tanques de verano y defiende el cine de autor, entonces tus lectores esperan escribas un post demoledor contra la nueva película de Michael Bay, y que salgas a aplaudir la nueva de Carlos Reygadas. ¿Y qué pasa si la nueva de Bay te parece buena y la nueva de Reygadas te resulta un bodrio? Pues que tus lectores se decepcionan. Tú pensarás, “bueno, ¿y a mí que me importa?”. Y eso está bien, porque es lo que pensaban los críticos de Encuadre hace años, pero en redes sociales es distinto. Porque en redes sociales quien escribe no es un “crítico” despersonalizado y profesional, como si lo sería si escribieras en un medio tradicional, sino que en redes sociales eres una persona, en tu perfil de Facebook están tus fotos, tu familia, tus gustos, tu personalidad pues. Y tus lectores no son lectores, sino “amigos”, contactos que interactúan contigo diariamente y que conocen cosas de ti que, muy probablemente, nunca hubiesen llegado a conocer si las críticas que haces estuvieran publicadas en un medio donde queda claramente establecido que la crítica es un trabajo, más no tu vida personal.
¿Entonces qué ha ocurrido? Esto ha devenido en un fenómeno malsano: el de los críticos que hacen crítica como parte de la construcción de su identidad virtual. Tenemos, por consiguiente, la fauna de los críticos hipster que sólo alaban cualquier mierda de autor; la fauna de los críticos que defienden sólo el cine como forma de entretenimiento; los críticos “irreverentes” incapaces de escribir un párrafo sin hacer un chiste malo y estúpido supuestamente agudo; los críticos que quieren proyectar una imagen “posmoderna” y “desmitificada” que todo lo comentan en términos vulgares, dizque para “dejar de lado la gravedad y grandilocuencia”; y así… la crítica pasa a ser parte de una construcción premeditada, tan predecible como la de los adolescentes metaleros que jamás admitirían que les gusta una canción pop.
¿Cuál es el problema de eso? Simple: que el cine no es una sola cosa, que el cine es complejo y profundo y demanda una crítica que sea igual.
Es absurdo criticar a Hollywood por hacer puras sagas, por hacer las mismas películas todo el tiempo, si, del lado contrario, la crítica pasa a ser un meme, un formato repetido que copia una y otra vez las mismas opiniones predecibles. Lo grande de la crítica, al menos tal y como yo la entiendo, es que nos ayuda a profundizar y comprender mejor las películas. Porque, y esto es muy importante remarcarlo en letras oscuras la crítica no le dice a las personas si “deben” o no ver una película. No es su papel el de pastorear a los espectadores, sino el de comentar, con profundidad y acierto, desde una perspectiva parcializada pero procurando ser objetivo o al menos justo con las apreciaciones que se hacen, las películas en cartelera; señalando influencias, comentando los aspectos técnicos y evaluando el desarrollo de la cinta.
Creo que fue a Javier Porta a quien una vez le leí que la crítica de cine tiene la función de individualizar las películas, porque todas son una experiencia individual. Porque aunque al comentar una película se pueda señalar sin problemas que la misma forma parte de una tendencia repetitiva dentro de una cinematografía en particular, de ninguna forma puede el crítico convertirse en un productor de reseñas-chorizo que digan siempre las mismas cuatro obviedades sobre los tanques gringos, o que celebren las mismas porquerías de autor (aunque estas sean incomprensibles o, al igual que los tanques de verano, parte de una misma fórmula repetida, como la eterna misantropía de Haneke y la misma peliculita nauseabunda de Gaspar Noé).
De hecho, ¿no les pasa que leen una crítica y el corpus del texto habla más sobre la personalidad del crítico y los espectadores que de la cinta en sí? Por ejemplo, algo como: “los niños lindos e idiotas hacen fila para ir a ver Twilight”, o, en su versión más malintensa: “Qué fastidio con esos niños hipsters que van a ver la nueva cinta de Wes Anderson”.
Así, la crítica deja de ser una forma de profundizar en el cine, de evaluar películas, de arriesgarse con un canón (discutible, como todos) y pasa a ser la crítica como forma de ascenso social, de proyección de la propia personalidad, como lo hacen los teenagers cuando se definen a sí mismos como emos, irreverentes, hipsters, metaleros, poperos, alternativos, etc. El crítico 2.0 siente una enorme presión social del círculo de contactos que lo lee para no decir algo que no sea lo que se espera de él en base a la imagen que él ha construido de sí mismo. Y esto, mata la crítica y la convierte en eso que tan bien señala Sergio en su nota: “Chicos que quieren escalar posiciones, haciendo notas publicitarias y anodinas, calcadas de los comunicados de prensa.
Reseñas de cabezas huecas que todo lo aplauden y que no quieren desentonar, para que los sigan invitando a los estrenos. ”.
Y para muestra, basta leer los comentarios que el propio post de Sergio generó: una crítica diciendo que está clara en que existen los faranduleros que sólo saben ir a estrenos a tomarse fotos, y una cineasta increpándola de inmediato para decirle “yo te he visto en esos estrenos, tú eres una de ellas”. Esto, lamentablemente, se nos ha convertido en una norma: el estilo de Carlos Malavé, increpar de frente al crítico usando para agredirlo toda la información personal que de él se dispone en las mismas redes sociales donde difumina su trabajo. Esa es la razón por la que cada vez que Sergio comenta una película venezolana, salen los cinevenezolanoliebers a insultarlo recordándole su trabajo en Vale Tv o el sitio donde vive.
Es terrible, porque esto genera una situación de autocensura y coto a cualquiera que pretenda ejercer la crítica. Ya todos nos sabemos observados, ya nos interrelacionamos diariamente con los directores, autores y actores del cine nacional, los tenemos en nuestros contactos, ellos ven nuestras fotos, nos felicitamos en los cumpleaños y, cuando llega la hora de abordar su trabajo, se hace muy difícil que no se convierta en algo personal.
Me atrevo a decir que lejos de democratizar la opinión, las redes sociales han creado una presión que ha convertido a la crítica en algo inofensivo. Ya sabes que no puedes decir algo sobre un estreno nacional, porque te caen todos, desde el jefe de prensa hasta el protagonista de la película a insultarte y faltarte el respeto. Ya sabes que no puedes aplaudir un tanque de verano, porque sale el club de los poetas malditos de Twitter a burlarse de ti y darte clases sobre la sociedad de mercado que te tiene manipulado y demás tonterías. Ya sabes que no puedes alabar un estreno de autor, porque entonces los humildes y no pretenciosos de las redes sociales se dedican a expresarte su lástima por ser tan intenso y enrollado. No puedes escribir con seriedad, porque en menos de un minuto la horda de los irónicos a arruinarte el post con sus comentarios estúpidos. No puedes escribir una ironía, porque en menos de un segundo salen los doctores espontáneos del 2.0 a ilustrarte y regalarte su lástima. Y, encima, tienes tu información personal a disposición de cualquiera que desee agredirte recordándote que trabajas en tal sitio, que te coges a tal jeva, que tú eres el “mariquito que se la pasa rumbeando en tal lugar”.
La crítica está sometida a una presión absurda y muchos, a entender esto, han aceptado ser parte de un juego donde la crítica es más la personalidad que se proyecta a través de ella, que la crítica a la película en sí.
Para decirlo en pocas palabras: me pregunto qué hubiese pasado en el 2.0 si David Suárez estuviera vivo, cómo habrían reaccionado sus contactos ante el ensayo aquel que escribió una vez en Encuadre sobre Parque Jurásico. Y los mismo pienso de otros críticos inclasificables, como Guillermo Cabrera Infante, Quintín o el propio Javier Porta (cuyo trabajo grueso se hizo en medios tradicionales, aunque ahorita sea una voz referencial en el mundo virtual). Como hoy, en la era de las clasificaciones y etiquetas, hubiera podido desarrollarse el trabajo de unos críticos que entendieron que a cada película se le debe un espacio propio y una opinión individual.
Tal vez por eso, y con esto cierro estas notas nocturnas, es tan sui generis el trabajo de gente como el propio Sergio Monsalve, dispuesto a comentar con la seriedad debida cada película sin caer en la tentación de meterlas todas en un mismo saco y aguantando el chaparrón que suele caerle a cada una de sus notas. Yo, lo confieso, estoy cada vez más ladillado de todo.