Saliendo de ver El Gran Gatsby, película despedazada por la crítica. Salgo del cine con una impresión mucho mejor de la que tenía al entrar. Esperaba un videoclip frenético de parte del irregular Baz Luhrmann, pero resulta que no, al final no encontré el supuesto bodrio anunciado por todos.
El comienzo anuncia lo peor: Luhrmann le da pie a sus tics y excesos (sellos de autor, dirán otros), la fotografía hiperestilizada, el diseño de producción preciosista, la música moderna, el elaborado vestuario y, sobre todo, los tiros de cámara, con rápidos zoom in y travelings a velocidad frenética, que pretenden emular la recreación excesiva (y haciendo guiños a lo grotesco) del Paris del siglo XIX que ya hiciera, y le funcionara tan bien, el director australiano en Moulin Rouge!, pero que aquí, intentando recrear a la Norteamérica boyante de los años veinte, previa a la gran depresión, parece chocante y fuera de lugar. Pero justo cuando parece que veremos otra cinta de un autor incapaz de controlar sus propios excesos, ocurre algo: la exageración pasa a ser parte fundamental de la narración. Lejos de presenciar un festival de pericia técnica hueca, todo va cobrando sentido y Luhrmann logra mostrarnos la fiesta dentro de la casa de Gatsby, con acierto y de una forma que, por momentos, resulta alucinante, sin que la forma domine sobre el fondo. Esta película está más cerca de una buena historia, que de un videoclip vacío a lo Sofía Coppola.
Es en esa fiesta, luego de casi media hora de película, que conocemos a Jay Gatsby (un excelente Leonardo DiCaprio), verdadero protagonista de la historia, a pesar de que el eje narrativo gravite sobre Nick Carraway (correcto Tobey Maguire), un corredor de bolsas que renunció a su sueño de ser escritor y quien queda deslumbrado por Gatsby, un misterioso millonario que ofrece fiestas en su lujosa mansión y sobre el que se tejen toda clase de leyendas e historias. En la relación entre ambos, típico relato de mentor-aprendiz, sólo que enfocado en la élite y sus formas de ascenso social, llegamos a la verdadera historia de Gastby, que como toda gran historia de la literatura, es la de un amor no correspondido, el que siempre ha sentido por Daisy Buchanan (Carey Mulligan, un rostro con una fotogenia cinematográfica demoledora), y que lo convierte en un arribista social, al igual que Florentino Ariza y tantos otros enamoradizos no correspondidos de la literatura que se convierten en millonarios para ganarse el corazón de las mujeres que los rechazaron; y quienes, al final, resultan estar más enamorados del deseo en sí, que del objeto deseado.
Al contar esa historia, Luhrmann deja de lado tanto artificio, y la cinta se desenvuelve con fluidez narrativa, define y desarrolla de forma notable a sus personajes y logra contar una historia humanamente interesante, aunque, obviamente, sin la profundidad mirada social y humana de la novela de Francis Scott Fitzgerald. Aunque tampoco la simplifica o suaviza.
El problema es que donde Luhrmann lo intenta, no siempre lo consigue. Por ejemplo, en una de las escenas cumbres de la historia, la que ocurre en la habitación de hotel de Nueva York, cuando todos los personajes se confiesan mutuamente lo que sienten, el director de Romeo + Julieta deja ver sus debilidades como realizador. Lo que se supone un enfrentamiento dramático y poderoso, se acerca, peligrosamente, a una escena culebrera, salvada sólo por sus actores, DiCaprio sobre todo. Es decir, Luhrmann es un director tan competente para filmar tomas portentosas que revelen el lujo y el exceso de una fiesta de millonarios, como limitado a la hora de dirigir a cinco actores e una escena de intercambio de diálogos
Pero más allá de eso, reivindico la adaptación de la novela. Porque en su irregularidad se respiran momentos de buen cine, tanto de buen cine de espectáculo (los textos en relieve 3D; el gusto casi infantil con que están filmados los autos cuando corren a gran velocidad…), como de buen cine reposado e introspectivo (las tomas a la cara de DiCaprio y como con un gesto nos transmite toda la contrariedad inherente a su personaje, que al final es un héroe trágico; todas las veces que la mano de Mulligan se nos entrega en un primer plano, la evocación apasionada de los recuerdos de Gatsby, mientras explica por qué nunca pudo dejar ir a la mujer que conoció hace cinco años, entre otros.). No creo que haya sido un desperdicio y no creo que sea una mala película. Se deja ver y sobresale respecto a mucha de la oferta que actualmente hay en cartelera.